Sin ser un gran deportista, ni siquiera un jugador de fútbol amateur, dedicó su vida a formalizar la actividad futbolística dentro de Francia y a nivel mundial, convencido de que ese deporte sería capaz de traspasar fronteras nacionales y sociales.
Líder en acción: JULES RIMET, EL PADRE DE LA COPA MUNDIAL
Dejó un legado único: la celebración de un campeonato mundial de fútbol cada cuatro años.
Jules Rimet nació en 1873 en el modesto almacén de comestibles de su padre en Theuley-les-Lavoncourt (Alto Saona, Francia). Alumno modelo, recibió una beca para continuar sus estudios en Paris, donde se recibió de abogado. Pero su fascinación por el fútbol lo llevó a dedicarse a crear oportunidades para los deportistas.
En 1897 fundó en París el club deportivo Red Star. Tres años más tarde creó y presidió la primera Liga de Fútbol de Francia, de la que surgiría en 1919 la Federación Francesa de Fútbol, que Rimet condujo durante tres décadas.
El 21 de mayo de 1904 se fundó en París el organismo rector del fútbol mundial: la Fédération Internationale de Football Association (FIFA).
Allí trasladó Rimet su espíritu apasionado y humanista, buscando concretar su deseo de realizar un campeonato internacional.
Creía que el deporte podía unir al mundo. Cuando tuvo que combatir en la Primera Guerra, al ver jugar a ingleses y alemanes en la Navidad de 1914, se dio cuenta de que el fútbol se había convertido en un deporte mundial.
En 1921 asumió la presidencia de la FIFA (cargo que ejerció durante 33 años, aumentando el número de países miembros de menos de 20 a 85), y desde allí volvió a promover la idea de un torneo mundial. Pero encontró la oposición del barón Pierre de Coubertin (el compatriota que había reinventado los Juegos Olímpicos) y de la Asociación de Fútbol de Inglaterra (que había abandonado la FIFA después de la guerra). La obsesión de Coubertin por preservar el amateurismo en el deporte,
le parecía a Rimet una forma de exclusión social. Si bien coincidía con aquél en que el deporte podía canalizar positivamente los conflictos nacionalistas, pensaba que eso sólo sería posible a través de la profesionalización y la apertura a todos los
estratos sociales.
Como abogado Rimet nunca se rendía, y en 1926 convenció al Comité Ejecutivo de la FIFA de que una comisión especial evaluara el tema. En 1930 se concretó su anhelo con la realización en Uruguay de la primera Copa Mundial.
Rimet cruzó el Atlántico en un barco a vapor, llevando en su valija el pequeño trofeo de oro, obra del escultor francés Abel Lafleur, que obtendría la selección uruguaya al derrotar en la final a la argentina.
El torneo fue juzgado como un gran acontecimiento tanto deportivo como comercial, más allá de los disturbios que se desencadenaron en los países finalistas.
Los dos campeonatos siguientes (1934 y 1938) estuvieron teñidos por el fascismo y provocaron una controversia acerca del comportamiento de la cúpula de la FIFA. Pero Rimet no sentía apego por la política, a la que consideraba “demasiado deshonesta”.
La invención de la Copa Mundial fue su obra maestra, y así lo reconocieron los dirigentes de todas las asociaciones de fútbol cuando, en el Congreso de Luxemburgo de 1946, decidieron ponerle su nombre al trofeo.
El 21 de junio de 1954, a los 81 años, Jules Rimet finalizó su mandato y fue designado presidente honorario de la FIFA.
Falleció el 16 de octubre de 1956, un año después de haber sido nominado al Premio Nobel de la Paz.
Al final de su vida predijo que el fútbol internacional recrearía el espíritu medieval de la “caballería” y le enseñaría al
mundo a apreciar las virtudes cristianas del trabajo duro, la obediencia a las reglas, la camaradería y el “fair play”. Sin
embargo, no pudo evitar que el fútbol se convirtiera en un gran negocio, bastante alejado de esos ideales.
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