La comunidad tecnológica ha sido una de las que más claramente se ha posicionado contra las polémicas medidas de Trump contra los inmigrantes.
Hace un par de años, en una entrevista al ahora presidente de Estados Unidos, Donald Trump, su asesor principal Steve Bannon dijo que tenían un problema en Silicon Valley, porque «dos tercios o tres cuartos de los CEO» de sus empresas tecnológicas eran «del sur de Asia o de Asia». La estadística es falsa —los CEO asiáticos de Silicon Valley son una minoría—, pero es fácil saber de dónde sale el poder utilizarla con la certeza de que mucha gente se la creerá. Silicon Valley lleva años acogiendo a las mentes más privilegiadas del mundo de la tecnología, sean del país que sean. Gracias a eso ha logrado ser lo que es.
Pensemos en algunos nombres grandes del mundo de la tecnología. Microsoft, Facebook, Tesla, Google, Apple, etc. ¿Cómo serían sin inmigrantes? Muy distintas; en algunos casos, de hecho, posiblemente ni existirían. Elon Musk, fundador y CEO de Tesla, por ejemplo, es sudafricano (aunque sea de los pocos que todavía no se ha levantado contra Trump); Sergey Brin, cofundador de Google y presidente de Alphabet, nació en Moscú y llegó con su familia a Estados Unidos cuando tenía cinco años; Sundar Pichai, CEO de Google, es de la India, como lo es también Satya Nadella, CEO de Microsoft; dos de las startups estrella compradas por Facebook, Instagram y Whatsapp, fueron cofundadas por inmigrantes (de Brasil y Ucrania, respectivamente); Jerry Yang, cofundador de Yahoo, es taiwanés; y sí, Steve Jobs y Steve Wozniak nacieron en Estados Unidos, pero sus padres eran sirio (el padre biológico de Jobs) y polaco respectivamente.
Silicon Valley es lo que es gracias a una serie de facilidades que el Gobierno de Estados Unidos ha ido aprobando para atraer a las mejores mentes de todo el mundo. El programa clave es el llamado H-1B, que cada año ofrece unos 85.000 visados a extranjeros muy formados que podían llevar al país un nivel de expertise que no existe entre los trabajadores estadounidenses. Trump podría acabar con ese programa.
Un ataque al corazón de Silicon Valley
El temor no es infundado: desde la Casa Blanca han confirmado que el presidente incluye el H-1B entre los temas que hay que revisar en la gran reforma de la política de inmigración que tiene planeada. No se conocen detalles, pero fue suficiente para que toda la comunidad tecnológica entrase en pánico.
Pero Silicon Valley no se nutre solo de extranjeros que llegan totalmente formados ya a Estados Unidos; muchos aterrizan en el país antes, para realizar o ampliar sus estudios. Las cifras aquí también son impresionantes: de los 6.852 estudiantes matriculados este curso en estudios de posgrado en el Massachusets Institute of Technology (MIT), una de las universidades más importantes del mundo en los campos de la tecnología y la ciencia, 2.876 son extranjeros.
Todos estos factores, esta apertura a estudiantes y trabajadores de otros países que ofrezcan algo que no hay en Estados Unidos, es la que ha hecho posible la existencia de Silicon Valley (y lo que hace que todos los intentos de crear un nuevo Silicon Valley en cualquier lugar del mundo fracasen).
Las empresas y startups tecnológicas de Estados Unidos están acostumbradas a poder contratar siempre al mejor empleado para cada puesto, sin que importe su país de origen. Tener, de pronto, que limitarse a trabajadores estadounidenses, además de eliminar a grandes porcentajes de sus plantillas ya existentes, significaría tener mucho menos donde elegir. El Silicon Valley que conocemos podría ir poco a poco desvirtuándose