Resulta que mi amigo Jorge se dedica a la construcción inmobiliaria desde hace muchos años. No sé si nació con un talento especial o fue haciéndose experto a base de seguir su propia pasión, pero lo cierto es que desde siempre la inversión inmobiliaria le resultó una actividad sumamente natural y extremadamente fácil. Tengo que confesar que cuando él me hablaba de sus proyectos, yo no lograba ver ni un décimo del atractivo que él veía. Pero sistemáticamente acertaba con sus decisiones y con el tiempo logró construir un verdadero imperio personal de edificios.
Una de las lecciones más importantes que aprendí de él, fue cuando tuve que pensar en mi primera inversión inmobiliaria. Yo no tenía experiencia y se me había presentado una buena oportunidad. Por alguna razón, estaba convencido de que no la tenía que dejar pasar, aunque no sabía muy bien por qué. Podía utilizar el inmueble para alquilarlo o venderlo, o bien para vivir un tiempo o directamente para que fuera mi hogar en el futuro. Podía darle cualquier uso. Lo que no podía era fallar.
Sin embargo, pocas veces recibí una desaprobación tan enérgica como en ese caso. Fue breve y claro: -“Nunca, pero nunca, mezcles los propósitos de tus inversiones”, y siguió: -”Cuando construimos para vivir, buscamos simplemente lo mejor, sin reparar en costos, porque no vemos ladrillos, sino el hogar para nosotros y nuestra familia. Decidimos con el corazón. No pensamos en venderla en un futuro. Pero llegado el caso, nadie querrá pagar el valor que para nosotros tiene esa casa. Sería un pésimo negocio.”, y por último dijo: -“Cuando se construye como inversión, se piensa principalmente en lo que la gente estaría dispuesta a pagar, y muy probablemente no coincida con los parámetros de calidad que busques para tu hogar”. No se si todos estarán de acuerdo con este comentario, pero a mí me había enseñado la clave de las inversiones saludables: obrar bajo expectativas adecuadas. Lo curioso, es que esto se aplica a todas las inversiones.
En South Ventures tenemos la oportunidad de hablar con cientos de inversores cada mes. No sólo hablamos sobre números sino también de lo que nos pasa como personas cada vez que hacemos alguna inversión.
Me animaría a decir que cada conversación atraviesa por 2 fases: La primera fase, a la que yo llamo fase ‘superficial’ en donde hablamos sobre los rendimientos de tal o cual inversión. Decimos cosas como: – “¿Viste lo que subió AAA el día de ayer?”, – “Sí, pero yo prefiero la acción BBB que hoy viene subiendo un X%”. La segunda fase, a la que yo llamo fase ‘humana’, que es un momento de sinceramiento personal donde, después de haber jugado a hablar como personas de Wall Street, nos relajamos y hablamos de lo que sentimos: – “Estoy pensando en hacerme una casa en el barrio YYY, pero para eso necesitaría vender lo que tengo invertido en ZZZ. El problema es que no se si es el momento, o no se si puedo”.
En particular, por mi actividad, es más frecuente que hable de esto con personas que invierten en emprendimientos. Durante la primera fase, todas las inversiones son juzgadas casi exclusivamente por un sólo aspecto: sus rendimientos, por eso la llamo ‘superficial’. Recién en la segunda fase los inversores se animan a compartir su aspecto más personal: dudas, ansiedades, expectativas, etc.
La inquietud más frecuente está relacionada con el tiempo y la liquidez. A lo largo del tiempo en que tarda una startup para madurar, unos 5 años, las personas van cambiando de situación personal y hasta de objetivos. Nacen hijos, hay cambios laborales, sentimentales, entre otros, y algunas inversiones cobran otro significado. Ese desfasaje entre los ciclos personales y los de las empresas, es generalmente el principal factor de frustración de los inversores. Y ahí me acuerdo siempre de las palabras de mi amigo Jorge.
No sería muy razonable pedirle a un inmueble que crezca un 200% en un año, ni a una startup que genere liquidez en una semana. Si un inversor tiene una necesidad de liquidez, convendría que mantenga parte de sus inversiones en activos fácilmente liquidables como acciones, bonos, etc. Cuanta más liquidez necesite, más proporción de su cartera tiene que asignarle a estos activos. Cuanto más potencial busque, más proporción de sus activos puede asignarle a inversiones de Venture Capital. En cualquier caso, lo importante es ajustar la expectativa adecuada a cada tipo de activo. Acá también, como decía Jorge, se puede probar cuanto uno quiera, pero para no salir “arruinado” la clave está en no mezclar.
Cada inversor es responsable por la forma en que arma su cartera de inversión. La cartera ideal es la que mejor se adapte al perfil y objetivos del inversor. No hay 2 carteras iguales. Pero independientemente de la composición de la cartera, existen principios básicos que son universales porque no aplican a las carteras, sino a las mismas personas y en sus expectativas. Recuerde, el éxito es conseguir lo que se quiere, y la felicidad es querer lo que se consigue.
Sebastián Ortega
SthVentures.com