Con las ideas de negocio, al igual que sucede en el relato bíblico de Goliat, lo importante no es lo grande y fuerte que sea tu competidor, sino tu destreza
«Hemos decidido que vamos a abandonar nuestra idea inicial y buscar otra». Ésta es una frase que oímos con relativa frecuencia cuando el equipo fundador de una startup traslada su idea de negocio inicial al mercado y descubre que no es tan rentable como imaginaba. De hecho, insistir en llevarla a cabo cuando la realidad de los números no acompaña es una de las principales razones que conducen al fracaso.
Sin embargo, tan importante como saber pivotar a tiempo y cambiar el foco es saber por qué se abandona la idea. En unos casos puede ser debido a que su ejecución requiere de una gran complejidad técnica para la que el equipo no está capacitado. En otros, porque no genera la suficiente rentabilidad como para que sea atractiva. Y en algunos más, sencillamente, porque no resuelve ninguna necesidad entre los clientes potenciales.
Cualquier de estas razones puede ser suficiente para abandonar la idea inicial de negocio y buscar un nuevo foco. Sin embargo, no lo es la que, por desgracia, se repite con mayor insistencia: «Es que ya hay otros que hacen lo mismo. Y tienen mucho más dinero y recursos que nosotros».
¿Lanzarías tu producto a un mercado con unos líderes claros y definidos que acaparan el grueso de tu público potencial? Muchos emprendedores responden que no. Lo hacen porque sufren el «síndrome de Goliat» o, lo que es lo mismo, el miedo escénico que supone enfrentarse a un coloso.
Pero el hecho de que ya haya un gran dominador del mercado no es razón suficiente para abandonar una idea de negocio. Porque la clave del éxito de una startup, como hemos repetido otras veces, no está tanto en la idea en sí como en la manera de ejecutarla.
¿Necesitas un ejemplo? Vayámonos a finales de la década de 1990. Internet empezaba a ser un sector que multiplicaba su número de usuarios mes a mes, y esos usuarios buscaban lo que necesitaban de forma mayoritaria en Altavista. Altavista era el buscador líder a nivel mundial. Sin embargo, dos tipos llamados Larry Page y Sergey Brin decidieron constituir una empresa desde cero para lanzar un nuevo buscador. Lo llamaron Google.
No era una idea nueva, ya que existían otros muchos buscadores en el mercado. No era una idea que les permitiera ser los primeros en aterrizar en el mercado. Sin embargo, tampoco dijeron aquello de «Vamos a dejarlo porque hay otros que ya hacen lo mismo y tienen más dinero y recursos que nosotros». ¿Por qué? Muy sencillo: porque lo importante no es que tu idea ya la estén aplicando otros, sino de qué manera diferente resuelve las mismas necesidades que tus competidores. En el caso de Google, la diferencia estaba en un algoritmo de búsqueda mucho más rápido y ajustado a los términos que tecleaba el usuario. Así, los resultados que arrojaba el motor de Google encajaban mucho mejor que los que ofrecía Altavista.
¿Aún no te ha quedado claro? Vayamos ahora al caso de Facebook. Cuando salió a la luz ya existían otras redes sociales a través de las cuales los usuarios podían seguirse unos a otros e intercambiar experiencias. Una de ellas era MySpace, propiedad de Microsoft, que contaba con millones de usuarios registrados. ¿Un estudiante universitario iba a lanzar algo que ya tenía un gigante como Microsoft?
Si Mark Zuckerberg hubiera sufrido el síndrome de Goliat habría abandonado su idea de crear Facebook. Sin embargo, Facebook proporcionaba una mejor solución que MySpace para las necesidades que tenían los usuarios de estar en contacto vía online. A pesar de que Microsoft era más fuerte, más grande y tenía una posición de hegemonía en el mercado, no supo encontrar la manera de evitar que Facebook se convirtiera en el rey de las redes sociales.
Y es que con las ideas de negocio, al igual que sucede en el relato bíblico de David contra Goliat, lo importante no es lo grande y fuerte que sea tu competidor, sino si sabes manejar la honda y la piedra con destreza.