Lucía Caballero – El Diario
Bill Gates fue admitido en la Universidad de Harvard en 1973 para estudiar Matemáticas Aplicadas. Solo duró un par de años. Paul Allen logró convencerle para que abandonara las clases definitivamente y fundaran juntos Microsoft. Mark Zuckerberg también dejó Harvard en 2004 para lanzar Facebook.
Ambos magnates forman parte de la extensa lista de emprendedores tecnológicos que han tenido éxito (y amasado fortunas) sin haberse graduado. Pero, por mucho que se hable de ello, no es la tónica general en Silicon Valley: el 94 % de los máximos responsables de las empresas de la lista Fortune 500 han ido a la universidad. La mayoría a una de élite.
Los nombres más sonados entre estas instituciones tan reputadas como prolíficas en la formación de multimillonarios son dos: las eternas rivales Harvard y Stanford. Desde el siglo pasado, ambas facultades pugnan por ocupar el primer puesto en los rankings de universidades que más fundadores de empresas tecnológicas generan.
Cuna de pioneros
La retahíla de emprendedores famosos que han pasado por las aulas de la universidad situada en Massachusetts es larga y legendaria: Michael Bloomberg, que ingresó en Harvard en 1966, fundó el gigante empresarial que lleva su apellido poco más de una década después. Steve Ballmer, compañero de habitación de Gates, se graduó en la misma universidad en 1977 para entrar a formar parte de Microsoft en 1980. Paul Graham, pionero del SaaS (‘software as a service’), y Scott McNealy, impulsor del gigante Sun Microsystems —comprado por Oracle en 2010 por más de 7.000 millones de dólares—, son otros dos magnates salidos de sus aulas.
Por su parte, Stanford comenzaba ya en los años 30 a hornear pioneros como William Hewlett y David Packard, fundadores de HP, uno de los mayores fabricantes de computadoras a nivel mundial, que se conocieron en sus los pasillos de la universidad. Unas décadas más tarde, otros dos ingenieros se encontraban en la facultad de ingeniería: Leonard Bosack y Sandra Lerner, los cofundadores de la multinacional Cisco Systems.
Dos profesores de la institución, ubicada en pleno Silicon Valley, analizaron en 2012 el impacto económico de la producción de alumnos tan brillantes. Estimaron que, desde sus inicios, los estudiantes y miembros de la Universidad de Stanford habían fundado 39.000 empresas, creado 5,4 millones de empleos y generado unos beneficios anuales de 2,7 billones de dólares (unos 2,2 billones de euros).
Pero en la era de las startups, la producción de ejecutivos de éxito se mide en cifras de inversión. Cada año, la firma de investigación en venture capital Pitchbook publica un ranking con las universidades que más emprendedores tecnológicos han graduado basándose en la financiación obtenida por sus compañías. Su último informe, correspondientes al año pasado, revela que la situación no ha cambiado mucho desde 2016: mientras que Stanford encabeza la lista en licenciados, Harvard lo hace cuando se consideran los títulos de posgrado.
Si indagamos entre los fundadores de unicornios, aquellas startups valoradas en 1.000 millones de dólares o más, las dos universidades se encuentran, de nuevo, a la cabeza de las listas. Al menos de la elaborada por la compañía británica Sage, que sitúa a Stanford por encima de Harvard en número de alumnos que se han convertido en ejecutivos al frente de estas jugosas compañías tecnológicas.
Programas de emprendimientos y (muchos) contactos
Para moldear las mentes más brillantes (y acaudaladas) de Silicon Valley, Stanford y Harvard fomentan la cultura emprendedora desde los primeros años de formación. Los cursos y programas sobre innovación y creación de startups se imparten tanto en los propios estudios de ingeniería e informática como de forma independiente. Ambas universidades se encargan, asimismo, de establecer redes de contacto entre los alumnos y entre estos e inversores y fondos de capital riesgo.
La institución de Massachusetts inauguró el primer curso sobre gestión de nuevas compañías en 1947, destinado a trabajadores que quisieran convertirse en sus propios jefes, iniciando así una larga sucesión de programas de este tipo que se han ido adaptando a los nuevos tiempos.
La clave para que Harvard geste actualmente tantos magnates tecnológicos en sus titulaciones de posgrado está en la Harvard Business School(HBS) y su Arthur Rock Center for Entrepeneurship. De allí han pasado grandes nombres como Tony Hsieh (CEO de Zappos), Meg Whitman (CEO de HP), Scott Cook (fundador de la empresa de software financiero Intuit) o Jeremy Stoppelman (fundador de Yelp).
En 2015, el 9 % de los alumnos de la HBS acabaron en una startup y 84 fundaron su propia empresa, el 37 % en el sector tecnológico. Los planes de estudios invitan a los alumnos zambullirse en un entorno de emprendimiento e innovación. Solo en el primer año, tienen un curso obligatorio que les exige concebir y lanzar un nuevo negocio en equipo. Pueden presentarlo a la competición que la escuela organiza anualmente y que premia con un buen pellizco al proyecto ganador.
Otro de los secretos de la HBS es su Innovation Lab, abierto hace unos ocho años, que pone en contacto a alumnos tanto de licenciaturas como de los programas de posgrado para que colaboren y compartan nuevas ideas y puntos de vista. Y gracias al programa Rock Venture Capital Partners, los estudiantes tienen, además, la oportunidad de recibir los consejos de importantes inversores, que les asesorarán sobre “sus ideas, planes de prueba, actividades para obtener financiación y más”, explica Jodi Gernon, director del centro Arthur Rock.
Este verano la HBS estrenará un nuevo programa de posgrado junto con la John A. Paulson School of Engineering and Applied Sciences, que combinará conocimientos sobre negocio, ingeniería y diseño. Según el profesor Thomas Eisenmann, uno de sus responsables, “casi todo el mundo que se inscriba querrá lanzar una empresa a medio o largo plazo”.
En 2015, el 9 % de los alumnos de la HBS acabaron en una startup y 84 fundaron su propia empresa, el 37 % en el sector tecnológico. Los planes de estudios invitan a los alumnos zambullirse en un entorno de emprendimiento e innovación. Solo en el primer año, tienen un curso obligatorio que les exige concebir y lanzar un nuevo negocio en equipo. Pueden presentarlo a la competición que la escuela organiza anualmente y que premia con un buen pellizco al proyecto ganador.
Otro de los secretos de la HBS es su Innovation Lab, abierto hace unos ocho años, que pone en contacto a alumnos tanto de licenciaturas como de los programas de posgrado para que colaboren y compartan nuevas ideas y puntos de vista. Y gracias al programa Rock Venture Capital Partners, los estudiantes tienen, además, la oportunidad de recibir los consejos de importantes inversores, que les asesorarán sobre “sus ideas, planes de prueba, actividades para obtener financiación y más”, explica Jodi Gernon, director del centro Arthur Rock.
Este verano la HBS estrenará un nuevo programa de posgrado junto con la John A. Paulson School of Engineering and Applied Sciences, que combinará conocimientos sobre negocio, ingeniería y diseño. Según el profesor Thomas Eisenmann, uno de sus responsables, “casi todo el mundo que se inscriba querrá lanzar una empresa a medio o largo plazo”.
En el corazón de Silicon Valley
Los alumnos de Stanford solo tienen que asomarse a la ventana para encontrar ejemplos inspiradores: el campus se asienta en pleno Silicon Valley, considerado la cuna de las startups. Pero, por si acaso no les llega la vista, pueden fijarse en las orlas de antiguos alumnos. Allí figuran los nombres y apellidos de los fundadores de Instagram, Snapchat, Netflix, Paypal, LinkedIn, YouTube y Mozilla.
Algunos señalan al ingeniero Frederick Terman, considerado uno de los padres del valle, como el impulsor de este entorno innovador y enfocado al desarrollo de tecnología viable y con posibilidades en el mercado. Graduado en Stanford, este pionero observaba como su universidad se quedaba atrás en investigación en electrónica para usos militares —que era el futuro en los años 40—.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Terman reunió a los mejores estudiantes de la institución para sacar adelante una serie de proyectos en tecnología bélica que impulsó la ingeniería y la innovación en el campus. Fue también el precursor del Parque Industrial de Stanford, actualmente Parque de Investigación de Stanford, construido en 1951, donde se gestaron empresas como Xerox y General Electric.
Después de varias décadas, la cultura startup impregna todo el ecosistema universitario. Más allá de los programas de emprendimiento del Center for Entrepreneurial Studies de su Escuela de Negocios y el Technology Ventures Program en la de ingeniería, Stanford alberga una aceleradora de empresas bautizada como StartX y lanzada por Cameron Teitelman, un estudiante de la universidad. Se trata de una entidad totalmente independiente que proporciona asesoramiento tanto a aquellos alumnos que quieran fundar una empresa como a los emprendedores que ya se hayan embarcado en la tarea.
Si bien StartX no adquiere acciones de las empresas que participa, se ha aliado con la universidad para invertir en ellas. El resultado es el fondo Stanford-StartX , un vehículo de inversión que ofrece financiar hasta el 10 % de una ronda siempre que la startup reúna una serie de criterios. Desde su lanzamiento en el 2013, la entidad suma más de 140 millones de dólares (unos 114 millones de euros) en inversión en más de 260 firmas.
La estrecha relación que la universidad conserva con Silicon Valley tiene una repercusión directa en las arcas que destina a la inversión: en gran parte gracias a la generosidad de sus exalumnos, Stanford batió un récord de financiación en el 2012, convirtiéndose en la primera institución educativa estadounidense en inyectar más de 1.000 millones de dólares (algo más de 815 millones de euros) a sus empresas en un solo año. Sin embargo, había recibido la donación más cuantiosa hasta la fecha en 2001, de 400 millones de dólares (unos 326 millones de euros), de manos de la Fundación Hewlett.
Así, el músculo financiero forma parte, junto con la tradición emprendedora, los contactos y un programa educativo exhaustivamente diseñado, de la receta para cocinar un alumnado dispuesto a comerse el mundo a los mandos de una startup. Y que no te engañen los casos de Gates y Zuckerberg porque, desde el año pasado, ellos también son graduados de Harvard.