A veces, bajo el título de una noticia, nos enteramos de las tragedias que sacuden a los pueblos y ciudades, y se llevan mucha gente bajo el lema de que el hombre aún no puede controlar fenómenos naturales de gran envergadura. Tal vez una noticia no basta para persuadirnos de lo que realmente ocurrió, y está ocurriendo “allá”. Y está ocurriendo que muchos lo han perdido todo y a todos, y que deberán reemprenderse para seguir adelante. Deberán seguir adelante a pesar de que lo que hay atrás sea tan desmoralizante. Por eso, bajo el título de “Reina”, EmprendedoresNews rinde su homenaje a las víctimas del sismo en Perú, y cuenta lo que ocurrió desde una individualidad, para poder “ponerse en los zapatos de todos”, para no tomar cada crónica, como una simple redacción periodística. Eso pensábamos hoy mientras caminábamos rumbo a nuestro trabajo y, aunque los zapatos pesaron más que siempre, fue más valioso admitir que aún somos afortunados de poder seguir pisando.
Reina
En la cocina, mamá componía. Había repartido por toda la mesada la batería de cacerolas que le regalamos para su cumpleaños. Por fin se dispuso a estrenarlas, -pensó Aurelia, mi hermana mayor; a la par que yo me robaba una sonrisa del mundo al descubrir que al fin mamá se había curado de guardar las cosas para una ocasión especial. Sin embargo, Aurelia estaba aullando en el comedor, se le habían formado ojeras de un marrón tan intenso como el de sus ojos, y las piernas le temblaban como si en sus zapatos estuviera originándose un terremoto que amenazaba con destruirla. No podía concentrarse para estudiar la última materia de su maratón hacia el título de profesora de artes. Es que mamá estaba haciendo circular la cuchara de madera en la olla más grande donde hervía el agua; poniendo y sacando la tapa de la olla más chica donde las zanahorias y los ajíes se ablandaban, y las cebollas expedían su líquido invisiblemente en la superficie cubierta de una salsa de tomates; separando los cubiertos que iba a repartir en la mesa, y los platos, y los vasos que la hacían hablar sola cada vez que la amenazaban con escapársele de las manos. Aurelia intentaba pasar de página. Pero sonaba el sonajero que ella misma había creado con frascos pequeños rellenos de alpiste. Porque Reina estaba iniciándose en el conocimiento de los ruidos y de los olores al lado de mamá y la olla estaba hirviendo y la salsa se había fundido con los ajíes, las zanahorias y las cebollas. Entonces Reina pataleaba en la silla que la mantenía erguida y apresada. Y otra vez Aurelia cerraba y abría el libro. Papá casi nunca estaba. Se iba los lunes y volvía los viernes porque trabajaba fuera de la ciudad. Por eso mamá era la autoridad en la casa. Y cuando mamá decía que era momento de comer, Aurelia y yo casi nos arrojábamos a la mesa, nos poníamos la servilleta amarrada a la remera, sobre el pecho, para saborear ya el traslado del plato colmado desde las manos de mamá hasta nuestro lugar. Alí estaba Reina, también, con la banana pisada y la mamadera. Ese mediodía las ollas habían quedado absolutamente vacías, a penas si podía rozarse el pan para extraer algún resabio de la que había sido una salsa sabrosa, especialmente sabrosa en esas cacerolas nuevas. Nos levantamos enseguida. Yo me retiré a mirar tele al living, Aurelia se fue a estudiar a su habitación que estaba arriba de la cocina, y mamá se quedó con Reina para darle la leche y dormirla. Unos minutos después, la tele explotó, Aurelia se desvaneció en la cocina, y mamá se contorsionó sobre la silla, acaparando a Reina con todo su cuerpo. Se fundió con ella, que estaba, pobrecita, aferrada al pezón de mamá.
Cuando al otro día me desperté en aquella cama, abrumada y dolorida, lo primero que oí fue el sonajero de Reina que parecía hacerse sonar con más fuerza de la que mi hermana tenía. Pronto recordé algo, y me enteré que Pisco había sido desvastada por un sismo que se había desplegado como si fuera la última descarga terrorista de la naturaleza, y que muchos de sus habitantes estaban descansando para siempre. Concomitante a mi grito, oí el grito de papá que estaba entrando a la habitación haciendo sonar el sonajero de Reina, mi hermana que –según él me dijo- se había quedado dormida entre los brazos de mamá.
* Gisela Mancuso. Abogada, redactora, escritora, ganadora de numerosos concursos literarios. [email protected]. Autora del libro "Abrazo mariposa": http://ar.geocities.com/abrazomariposa/abrazomariposa.html Fundadora del grupo de escritura: "El nombre de las palabras" http://ar.geocities.com/abrazomariposa/elnombredelaspalabras .