¿Acaso hay alguna emprendedor que no haya escuchado en alguna ocasión eso de «lanzate, si yo te apoyo…?
Y es que no conozco emprendedor, intrépido o no, que no haya sido objeto de la mayor de las alabanzas, escenificado por una suerte de entrada a Jerusalem el Domingo de Ramos, y sacrificado días más tarde por el peso de las normas, usos y costumbres de nuestra ibérica cultura. El entonces héroe detenta todos los adjetivos virtuosos imaginables, la valentía, el coraje, la bondad, la inteligencia y despierta la admiración de conocidos, familiares y de esa otra estirpe de los funcionarios públicos de las oficinas de empleo. Se puede decir que, en sus comienzos, el emprendedor goza de cierto prestigio reputacional en su comunidad de allegados.
La hora de la verdad
Ahora bien, el primer cliente fallido, el primer obstáculo legal, la primera dificultad no se hacen esperar. Y, en ese momento, el antes virtuoso héroe se convierte en una suerte de ingenuo temerario villano al que todos esos allegados (family friends and fools) interpelan con comentarios del tipo Si yo ya sabía que (…), Lo que tienes que hacer es opositar (…), A quién se le ocurre (…)
Es la hora del descenso a los infiernos. El sacrificio público del antes héroe, expuesto ahora en soledad absoluta a las críticas más feroces que parecen sentirse cómodas en el fracaso ajeno.
El fracaso como objeto de aprendizaje es una de las muchas tareas pendientes del sistema educativo. Hoy, muchos somos herederos de un sistema en el que se premia lo que se tiene y no lo que es; no poder materializar los éxitos conseguidos se convierte automáticamente en fracaso.
Si bien, en el terreno económico asistimos a una suerte de des-materialización de los productos que se extinguen en vagos servicios y experiencias; en lo relativo a nosotros mismos, nos exigimos resultados materiales y en la medida de lo posible inmediatos. Uno de los muchos prejuicios del mundo industrial que nos sigue acompañando en plena postmodernidad del Siglo XXI.
Emprender requiere tiempo, esfuerzo e implica fracaso necesario. Recuerdo las palabras del Profesor Wessner en el Impact Hub de Madrid el pasado febrero, la innovación requiere un cambio cultural: la tolerancia al fracaso.
Yo te apoyo…La cuestión es, ¿Me seguirás animando aún en los primeros fracasos?