- Si el miedo nos detiene, que sea solo por un rato. Las agujas que orquestan los latidos de nuestro corazón son las comandantes del tiempo que nos llevará derrotarlo.
Me detiene.
Dame una mano para atravesar el puente. Le temo al agua que hay debajo. El río que puede, que progresa y avanza, dejando marcas de su heroísmo sobre las rocas inmóviles, modificándolas.
El miedo me bloquea.
Prestame tu oído para contártelo. Le temo a las olas extravagantes que vienen desde el horizonte. El mar arrebata, y yo quiero toparme con el sol.
El miedo me insiste.
Prestame tu boca para decirle que su discurso no me convence.
Prestame un ratito tu cuerda vocal para asumir el riesgo y caminar sobre ella, pie a pie, pan, queso, pan…
El sol.
El miedo es como la línea de cal y cemento que separa esa baldosa en la que estamos parados, casi paralizados, de esa otra baldosa lustrada que uno de los pies quiere rozar. Pero esa recta, que parece un abismo, es abstracta, no existe más que en la imaginación; de manera que deberemos enfrentar lo invisible que nos acobarda para atravesarla, avanzar, y evolucionar. Porque tal vez en ese nuevo cuadrado deseamos poner el alma y el cuerpo – en ese orden- para instalar nuestra empresa, y así dar rienda suelta a ese proyecto escrito para cuya concreción tenemos las aptitudes suficientes un poco acorazadas con el miedo. Porque el miedo, tan de moda, y ojalá en boga para aquellos que lo enfrentamos y comprendimos su característica inofensiva, es sólo un obstáculo inerte que se agrega a los que realmente debemos sortear para crecer en el amplio sentido de la palabra.
Sin embargo, si buscamos el sentido de temer, podemos llegar a la conclusión de que paradojalmente es el verbo que conjugamos con la evitación y el rechazo, para practicar el presente simple con el deseo y su satisfacción. Podemos ubicarlo dentro del campo de nuestras emociones, y darle las gracias por sus apariciones más o menos recurrentes, porque se instala como un transeúnte para recordarnos nuestro “ser humanos” y qué es eso tan hermoso que se nombra “sentir”, y para avisarnos, en sus vacaciones imprevistas, que nada tan poco esperanzador puede destruir nuestro objetivo. Que es más fuerte. Porque sí existe. Sí puede ser tangible. Si atravesamos la línea delgada que separa la baldosa en la que estamos parados junto al miedo, y logramos levantar un pie y alcanzar la siguiente. Junto al coraje.
El miedo previo, sepultado; puede ser un árbol de naranjos lleno de vida. El temor antecedente; prehistórico; puede ser una huella que marque el presente para convertirse en historia.
Si el miedo nos detiene, que sea solo por un rato. No miremos el reloj para contar los minutos que lleva con nosotros. Las agujas que orquestan los latidos de nuestro corazón son las comandantes del tiempo que nos llevará derrotarlo.
Porque para emprender, siempre, hay que poner el corazón. Porque para hacerlo, tal vez siempre hay que luchar.
Porque los emprendedores desafiamos todo aquello que parece -solo nos parece-, que no podemos concretar.