Adaptarse al mundo globalizado implica, desde hace unos años, el deambular por un espacio mixto donde el código oral y el código escrito se intercalan en la comunicación humana, aunque virtualmente.
El chat es una herramienta de uso masivo en la que el emisor y el receptor se han visto invitados a sumergirse en el mundo de la escritura, sin perder ciertas gesticulaciones, propias de la oralidad, que se dibujan en las caritas proporcionadas por estas ventanas cibernéticas. Las ventajas son muchas. Pero las más graves de las desventajas –la mengua de la conexión entre las personas y el sutil atentado a nuestra lengua- son lo suficientemente fuertes como para que indaguemos este medio de comunicación.
Hablamos con otro sin verlo, pero podemos imaginar la emoción al leer un mensaje sin estar del todo seguros de interpretar correctamente lo que nos quiere decir. Porque estamos solos frente a una pantalla, escribiéndole a una persona aquello que antes le decíamos frente a frente, o a través de una carta. Ahora mantenemos el contacto con nuestros amigos, compañeros, conocidos o desconocidos, a través del chat.
Y acordamos nuestros encuentros esporádicos a través de un “mensaje instantáneo”. En el buzón sólo encontramos facturas de impuestos, y alguna que otra misiva de quien se resiste al cambio.
¿Se habrá perdido parcialmente la comunicación directa? Internet nos proporciona una información abundante, pero ¿no se ha visto perjudicada la socialización? ¿Estaremos abonando el individualismo, alejándonos de la interrelación cara a cara? Lo cierto es que quienes no escribían con asiduidad ahora lo hacen como pueden, y quienes con sus competencias culturales encuentran un error de coherencia, ortográfico o sintáctico en el mensaje, pueden advertirle a su interlocutor, y enseñarle a escribir, jugando.
Entonces, hablemos de las ventajas y desventajas que encontramos en este acceso a la tecnología. Partamos de la base de que la globalización no implica necesariamente unión mundial, y que el propio término es un rótulo subliminal: porque no acerca a los seres humanos, no integra a los diferentes; por el contrario, marca aún más las distinciones culturales y, si vamos más lejos, la propia discriminación de ‘otras formas de ver la vida’.
El chat e internet son consecuencia de esta globalización, en apariencia positiva, pero si ahondamos en sus implicancias tal vez podamos contestarle a todas sus ventajas con algunas desventajas igualmente argumentadas.
Internet nos acerca. Nos permite mantener contacto con personas, que por falta de tiempo, no podemos ver con la habitualidad que quisiéramos. Es una herramienta de comunicación inigualable, que reemplaza al teléfono y a la necesaria charla de café, y nos invita a responder un mensaje, previa reflexión, lo que no permite la inmediatez de la oralidad.
El canal de comunicación es rápido y los mensajes son un medio de prueba de lo que el otro nos comunicó, y podemos discutir sobre una base más seria que la discutible palabra hablada. “Internet nos une”, dirán los que encuentran muy positiva la existencia de este medio en nuestras vidas.
Pero Internet nos aleja. El nuevo esquema de la comunicación podría resumirse en la fórmula: Emisor + computadora/Mensaje + receptor, sin descontar las competencias lingüísticas y culturales de los participantes que influirán, en mayor medida, en la forma de producir y decodificar el mensaje. Sin embargo, si la computadora no funciona, tal vez omitimos una respuesta importante en nuestra bandeja de entrada de e-mails, y tenemos que refugiarnos en el espacio de quienes se ratean del colegio para chatear: “los cibers”. O quizás se nos ocurra levantar el teléfono, y alentar una reunión donde intervengan las caras de aliento o desaliento reales de las partes de un negocio, o la sonrisa perfecta de una amiga que nos cuenta sus hazañas.
Internet es una herramienta que nos permite comunicarnos. Pero nos distancia. Fomenta una escritura pobre, que no cumple las reglas básicas de la gramática, que nos lleva a utilizar abreviaturas que no existen en los diccionarios impresos, y a través de ella nuestra cara se convierte en un redondel sonrojado, en un redondel lloriqueando, en un redondel sonriendo. También nos enteramos de si llueve, sin necesidad de abrir la persiana.
Y tal vez es mentira que esa sea nuestra cara, en ese momento, frente a la pantalla. Y tal vez no estamos perdiendo de ver la realidad, la lluvia, el sol, a las personas que queremos. Las emociones se quedan en la soledad. Porque, aunque el otro las provoque con sus palabras instantáneas, no es el otro el que las genera, sino nosotros, solos, frente a una máquina que, a última hora, nos dice “Ahora puede apagar el equipo”. Y agreguemos: “puede irse a dormir, ya estuvo solo todo el día”.
Internet nos invita a escribir mejor. Internet abre las puertas a una comunicación mixta. Pero no nos olvidemos de escribir bien, y hablar bien, según sea el momento. No nos olvidemos de conectarnos. Y no hagamos de esta mixtura una degradación de nuestro lenguaje.
* Gisela Vanesa Mancuso. Abogada , escritora y redactora. [email protected]