¿Y si uno de estos críos se convierte en Bill Gates?
¿O en Steve Jobs?
¿O en Mark Zuckerberg?
A fin de cuentas, nadie hubiera invertido un dólar, o una peseta, el 4 de abril de 1975, cuando los individuos de la foto fundaron Microsoft.
En realidad, esta gente tiene un aspecto mucho más respetable. Y —detalle importante— no está en un garaje, que parece ser el polígono industrial por excelencia de Silicon Valley. Están en una incubadora. Vista desde fuera, la incubadora parece un edificio de oficinas vulgar y corriente en Silicon Valley, a medio camino entre San Francisco y San Jose. Y eso es lo que era. Hasta que el empresario Saeed Amidi se la compró a su anterior propietario, la multinacional holandesa de la electrónica de consumo Philips, y la convirtió en una incubadora bajo el nombre de Plugandplay.
Y ¿qué es una incubadora?
Simplemente, una sucesión de cubículos. Muchos de ellos vacíos. Aunque eso no quiere decir que estén desocupados. «Mucha gente pasa aquí tiempo, pero también trabajamos desde casa», explica Atul Singh, director de Fair Observer, una de las trescientas empresas que están en Plugandplay que quieren dejar de ser ‘huevos’ para convertirse en pollos y, si es posible, ser sacrificadas en el matadero de Google, Apple, Facebook, Amazon, PayPal, Zynga o, si hace falta, General Electric. En otras palabras: ser vendidas.
Cada empresa tiene algunos cubículos. Algunas, muchos. Otras, no más de uno o dos. Amidi cobra entre 500 y 1.000 dólares mensuales (de 400 a 800 euros) por persona. Les provee de conexiones a Internet, software y cierto apoyo técnico (esta ‘incubadora’ se centra en software, así que no hay talleres para construir o montar equipos).
No les provee de luz natural, porque apenas hay ventanas. Pero sí hay ofrece espacio para ‘mentoring’. Los ‘mentores’ son empresarios que han tenido éxito en Internet y que acuden a la ‘incubadora’ a asesorar a los jóvenes que están allí lanzando sus proyectos. Proyectos de todo el mundo: alemanes, chilenos, portugueses, italianos se les distingue porque muchos tienen banderas en las paredes.
Aunque las que más abundan son las de universidades estadounidenses. Sólo una de cada 10 ó 15 de las empresas de Plugandplay logra ser viable. Pero en ese caso los beneficios son arrolladores. Hay fondos de capital-riesgo (‘Venture Capital’ o, como se les conoce en la zona, ‘VC’) que llegan a rechazar entrar en empresas que estiman que no podrán ser vendidas por más de 400 millones de euros.
Ahora bien, ¿qué ganan todos ellos? Está claro que los ‘incubados’ salen beneficiados. Pero, ¿los ‘mentores’? ¿Y, sobre todo, la ‘gallina clueca’, también llamada Saeed Amidi?
Ganan: participaciones en el capital de esas empresas. Si Amidi ve que alguna de estas compañías tiene futuro, entra en su capital. Es igual que un ‘VC’: una inversión a fondo perdido, que puede ir bien o mal. Y va mal la mayoría de las veces. Pero cuando va bien es Google y PayPal.
Amidi les alquiló hace más de una década a esas dos empresas su espacio en otra oficina. En aquella época, Google sólo tenía 5 empleados. Amidi ha encadenado más golpes de suerte. De Plugandplay salió, por ejemplo, Zong, una empresa suiza de medios de pago online en la que Amidi entró con una participación en el capital. Hace unos meses, PayPal compró Zong por 173 millones de euros, y uno de sus fundadores—que no hace tanto andaba por la ‘incubadora’—acaba de ser nombrado miembro del consejo de administración de esta empresa.
Decir que Singh es todo un personaje, incluso para los parámetros de Silicon Valley, es quedarse corto. Nervudo y nervioso, su cabellera con grandes entradas hace imposible adivinar su edad con precisión, aunque claramente pasa de los treinta. Nacido y criado en India, es capaz de rememorar su árbol genealógico hasta el siglo XIV y de enumerar cuidadosamente cómo su familia ha ido perdiendo batalla tras batalla en los últimos doscientos años (aunque, aún así, no da la impresión de que les vaya mal ahora).
Fue oficial de las Fuerzas Especiales del Ejército Indio. Combatió a las guerrillas ultrafundamentalistas aliadas de Al-Qaeda y los talibán de Cachemira y los grupos maoístas de Assam. Después se hizo banquero de inversión con Goldman Sachs, y de ahí pasó a participar en el equipo jurídico que asesoró en 2003 a Ferrovial en la compra de British Airport Authority, que operaba 7 aeropuertos británicos, entre ellos Heathrow, por 12.500 millones de euros.
Así es como Singh acabó en Wharton, en el Máster de Administración de Empresas (MBA) más prestigioso de EEUU. Los destinos ‘naturales’ de los graduados de Wharton son fundamentalmente dos: Goldman Sachs y McKinsey. Singh, sin embargo, rompió esa norma al lanzar el Fair Observer. Por ahora, la publicación se sostiene con lo que se llaman las ‘tres F’: Friends, Family and Fools (‘amigos, familia y tontos’).
A eso se ha sumado el Acelerador Alemán en Silicon Valley. Porque Fair Observer es una empresa con sede social en Alemania. Y el principal promotor del proyecto, junto con Singh, es el alemán Fabian Neuen. Así que la empresa ha sido seleccionada por el Gobierno de ese país para pasar entre 3 y 6 meses en Plugandplay. Un Acelerador, en Silicon Valley, es alguien que ayuda a una empresa que ya está en marcha.
El Gobierno alemán paga a Plugandplay y ofrece asesoramiento. Los ‘mentores’ que trabajan para el ‘Acelerador’ alemán deben haber tenido al menos cinco ‘salidas’. En otras palabras: tienen que haber vendido cinco empresas. Es una lástima que España se perdiera con el ‘Plan-E’ y otras aberraciones en lugar de hacer algo útil como esto. Aunque al menos en Plugandplay está presente la Cámara de Comercio de Barcelona, que esponsoriza a empresas. Claro que por ahora es Amidi el que ha ido a España por medio de su empresa de dispensadores de agua Viva Aqua, que está en Valencia.
Amidi ha lanzado su propio http://plugandplayaccelerator.es/ Plugandplay en Valencia, «como puerta de entrada a Europa y también a América Latina«, según un portavoz de su grupo. Con un capital inicial de un millón de euros, el proyecto no cuenta con ayudas públicas y espera poder apoyar a entre 5 y 10 empresas españolas al año y traer una o dos estadounidenses. Las compañías recibirán entre 25.000 y 50.000 euros anuales y podrán trabajar en España o en Silicon Valley. En las próximas semanas esperan poder anunciar las dos primeras start-up españolas que entren a formar parte del programa y antes de final de año la primera estadounidense.
«Silicon Valley es como Hollywood», explica Singh. Con eso se refiere a que cada vez una parte mayor de las actividades en esa región se destinan a captar inversores y a atraer clientes, y no a desarrollar el producto. Ésa es la fase en la que ahora está el ‘Fair Observer’.
En otras palabras: necesita financiación. Así que la jornada de Atul empieza con una reunión en la sede de Wharton en San Francisco, donde presenta su plan de negocio a un profesor en una sala con una vista espectacular de la bahía y del puente colgante de de Oakland, y éste le asesora acerca de las diferentes opciones y de cómo mejorarlo. Una gran parte del ‘mentoring’ en la ‘incubadora’ se destina a desarrollar planes de negocios, aprender a convencer a los inversores y solucionar problemas burocráticos y legales.
Es un trabajo tedioso y duro. La mayor parte de las 10 personas que constituyen el Fair Observer no trabajan en la incubadora más que ocasionalmente. Suelen hacerlo en su casa: un chalé con otra vista igualmente formidable de la bahía que les sale por 4.000 dólares (3.200 euros) al mes. Allí, los 10 viven en 5 habitaciones. Algunos tienen camas. Otros, no. Singh duerme en el suelo del sótano con un compañero. La casa no tiene calefacción, y el clima de esta ciudad fue definido a la perfección por Oscar Wilde cuando dijo que «el invierno más duro de mi vida fue un verano que pasé en San Francisco».
Los y las jóvenes andan por la casa con mantas sobre los hombros, y uno no puede dejar de pensar que las guerras de Singh en Cachemira y Assam le debieron de servir de entrenamiento para esta empresa tanto como Wharton. «Aquí se trabaja de 10 a 15 horas 6 ó 7 días a la semana», explica un responsable del Acelerador de Alemania.
La jornada de Singh empieza a las 6 de la mañana. A las 8 de la tarde aún no ha parado más que para comer. Ha hecho la ruta de San Francisco a San José, ida y vuelta. Además de con el profesor de Wharton, se ha reunido con un empresario del sector audiovisual. Ha mantenido infinitas conversaciones telefónicas. Y se prepara para cenar con dos amigos que han lanzado su propia start-up: Uno de ellos que parece una versión actualizada de un hippie de los sesenta trata bienintencionadamente de explicarme qué hacen, pero sólo me quedan en el cerebro estas ideas:
1.-Tiene algo que ver con imágenes por microscopio en tres dimensiones;
2.-Ya han desarrollado el software y reciben las muestras y lo hacen, pero están buscando empresas que fabriquen los microscopios;
3.-Cada microscopio costará medio millón de dólares;
5.-En un año y tres días, ya han logrado generar cash-flow positivo. Y en cantidades alarmantemente grandes.
No es ése el caso del Fair Observer. El producto en el que trabajan Singh y sus colegas quiere ser una combinación de una red social como Facebook; un agregador como The Huffington Post; y una consultora de riesgo político como The Economist Intelligence Unit, Eurasia Group o Global Insight.
¿Ambicioso? Sin duda. Pero esto es Silicon Valley. Aquí se tiene el derecho inalienable de soñar con cambiar el mundo. Aunque el precio sea reunicar a un sueldo de medio millón de euros en Goldman o en McKinsey y dormir en el suelo de un sótano y trabajar quince horas en una ‘incubadora’.
Autor: Pablo Pardo
Fuente: El Mundo