Frente a una tienda de fideos en un suburbio de Yokohama, la hostería de Hisayoshi Teramura se parece mucho a cualquier otro pequeño alojamiento de esta ciudad. Ocasionalmente es incluso confundido por un albergue transitorio por parejas que anhelan tiempo bajo las sábanas.
Pero el establecimiento de Taramura no es ni un nido de amor ni un lugar de descanso para viajeros. El edificio de tejas blancas y grises es un «hotel» para cadáveres en el que sus 18 huéspedes fallecidos son arropados en ataúdes refrigerados.
«Decimos que sólo tenemos habitaciones refrigeradas», dice en broma Teramura cuando se le pregunta cómo responde su personal a los amantes desprevenidos en busca de habitación.
La tarifa diaria en Lastel, tal como se lo conoce, es de 12,000 yenes (157 dólares). Por ese monto, los deudos ingresan a sus muertos mientras aguardan su turno en la lista de espera para uno de los sobrecargados crematorios de la ciudad.
La muerte es un extraño mercado en auge en el estancado Japón y el nuevo emprendimiento de Teramura sólo es un ejemplo de cómo los empresarios están tratando de capitalizarlo.
En 2010, según registros del Gobierno asiático, fallecieron 1.2 millones de personas, lo que le dio al país una tasa de mortalidad del 0.95% comparado con el 0.84% en Estados Unidos, que también es el promedio mundial.
La tasa de mortalidad está en aumento. El año pasado hubo 55,000 muertos más que el anterior y durante la última década cada año en Japón fallecieron en promedio 23,000 personas más.
Para 2040 se espera que las muertes lleguen a un máximo de 1.66 millones al año, cuando muera el grueso de la generación del «baby-boom» del país.
Para entonces la población de Japón se habrá reducido en unos 20 millones de personas, una extinción sin precedentes para una nación que no está ni en guerra ni aquejada por hambruna.
Aunque dos décadas de crisis han repercutido en los ingresos, la tradición de despilfarrar en ceremonias fúnebres implica que los japoneses siguen pagando un promedio de 1.2 millones de yenes en flores, urnas, ataúdes y otros gastos.
Ello equivale a un mercado que asciende a la enorme suma de 21,000 millones de dólares al año, o dos veces lo que los estadounidenses gastan al año en funerales.
«El mercado ha vivido un furor», dijo Teramura, quien fundó la compañía desarrolladora de cementerios Nichiryoku hace 45 años.
Incluso la segunda mayor cadena minorista de Japón, Aeon, las compañías ferroviarias y la mayor asociación de granjeros de la nación, Japan Agriculture, están ingresando en el mercado, observó Taramura.
Espera en el crematorio
Teramura, de 71 años, decidió hace una década ampliar su negocio más allá de las tumbas para incluir funerales, hasta que el año pasado inauguró Lastel.
Detrás de sus ventanas enmarcadas por canteros de flores y fuera de la vista de los dolientes, hay un sistema automático de almacenamiento, el cual guarda y refrigera cadáveres, los cuales son conducidos a través de compuertas hacia una sala de visitas, de día o de noche, cada vez que amigos o familiares vienen a expresar sus respetos.
Construir nuevos crematorios en la ciudad para atender el repentino aumento de cuerpos es casi imposible porque nadie quiere los hornos en su patio trasero, según explica Teramura.
Las personas que no quieren tener hornos en sus jardines están forzando a que las ciudades se arreglen con las instalaciones que tienen, incluso a medida que la cantidad de cadáveres aumenta.
En Yokohama, la espera promedio para un horno es más de cuatro días, lo que aumenta la demanda de morgues de medio camino como Lastel.
«De otro modo la gente debe conservar los cuerpos en sus casas donde no hay mucho espacio», explicó Teramura. El local también brinda servicios para un público cautivo, al que puede ofrecerles sus otros servicios y productos fúnebres.
Todos contra todos
Junto a Teramura en el furor fúnebre hay muchos nuevos actores. Ingresar a la industria es fácil.
No hay licencias ni certificados obligatorios. Todo lo que cualquier aspirante a director fúnebre necesita es una oficina y un teléfono. Las flores o ataúdes son fáciles de conseguir y las salas de velorios, las pompas fúnebres y los monjes pueden ser todos contratados fácilmente.
En Estados Unidos, en comparación, la mayoría de los empresarios fúnebres debe estudiar durante tres años y hacer una pasantía como aprendiz antes de que los reguladores consideren entregarles la licencia.
En una encuesta reciente sobre 2,796 firmas relacionadas a la industria fúnebre, el Ministerio de Economía, Comercio e Industria (METI) de Japón encontró que un tercio ha estado en el sector durante una década o menos.
En cierta forma, se está convirtiendo en un mercado al estilo del salvaje oeste, atrayendo a los operadores honestos y a los no tan reputados.
La falta de supervisión oficial y la abundancia de transacciones en efectivo lo convierte en un imán para mafiosos hechos y derechos, o yakuza, según algunos en la industria.
El nicho en el que los yakuza se han colado es el de corredores que conectan casas fúnebres con hospitales, dijo un director fúnebre, quien se negó a ser identificado. Ese rol sólo puede redundar en millones de dólares en comisiones.
Fuente: (reuters) en CNN Expansión