No vamos a llamar a un duelo nacional por los últimos acontecimientos ocurridos como consecuencia de la violencia en el deporte, fenómeno este que se desprende como una necesaria consecuencia de la violencia -que en su mayor potencial de envergadura- se despliega día a día en las calles, de la que todos somos víctimas y victimarios si es que por el propio devenir de las emociones no podemos tolerar la agresión permanente.
Y no vamos a llamar a un duelo nacional porque vivir y crecer en la vida implica asumir la responsabilidad de nuestros actos, y hacernos cargo de nuestras conductas y de los riesgos que asumimos cuando nos movilizamos en ámbitos conocidamente peligrosos, lo que de ninguna manera implica, claro, que seamos por ello el soberano blanco de un atentado contra el derecho de vivir.
Sin embargo, a poco que repasemos cualquiera de los últimos incidentes, fuera en el club que fuera, llegaremos a la conclusión de que desde un lugar de poder, que es ajeno al fútbol en su estado más puro, se fomenta la existencia de las conocidas barra-bravas –y cuando decimos “bravas” decimos; por un lado, que el fanatismo no tiene límites; por el otro, que cuesta pensar en que sus integrantes sientan amor incondicional por el cuadro del que son hinchas cuando no dan muestra alguna de que tengan la capacidad de quererse a sí mismos y provocan los revuelos sangrientos que provocan como si se tratara de un sacrificio religioso para demostrar lo que implica seguir al club “a todas partes”.
El fútbol, el juego deportivo, invita al esparcimiento, a la polémica, al seguimiento –hasta familiar- de los colores de una camiseta; lo que se ve obstaculizado por los llamados de atención que actúan los espectadores incentivados –y hasta contratados- para que generen revolución allí donde no hay nada que modificar.
Los que alistados en las tribunas de la popular nos proponemos unirnos al pueblo hincha para alentar a nuestro equipo de fútbol, solo buscamos disfrutar de un espectáculo y formar parte de él en la parte que nos toca; no debería haber tanta gente en las calles deseosas de estar en una cancha, pero que no hacen eco a su deseo por el razonable temor que sienten.
A la vista están las secuelas. Las cicatrices quedan en el corazón de los entornos. Los que se van fueron marionetas intercambiables de los que siempre se quedan. Y el espectáculo de la violencia seguirá multiplicando sus años de éxito en cartel mientras no se pase el escobillón donde está la mugre.
* Gisela Mancuso. Abogada, redactora, escritora, ganadora de numerosos concursos literarios. [email protected]. Autora del libro "Abrazo mariposa": http://ar.geocities.com/abrazomariposa/abrazomariposa.html Fundadora del grupo de escritura: "El nombre de las palabras" http://ar.geocities.com/abrazomariposa/elnombredelaspalabras .