Contrariamente a la creencia popular, en el período de 1996 a 2007 los norteamericanos de entre 55 y 64 años desarrollaron una labor de emprendimiento un 30% superior a la correspondiente al tramo de edad de entre 20 y 34 años. Esto fue debido, en parte, al desplazamiento de la pirámide de edad, al continuo declive del período medio de empleo, a la experiencia y al conocimiento adquirido por los empleados de mayor edad y a los efectos de la recesión de 2008–2009 en los sectores de actividad clásicos de la economía norteamericana.
La desaparición de la perspectiva norteamericana de las grandes empresas –que creían que sería imposible que algún día se hundieran– quedó seriamente dañada por la recesión económica que perdura hasta nuestros días, lo que ha provocado una creciente atracción popular hacia las empresas de nueva creación. Dicha atracciónes tal que, actualmente, cerca del 80% de los jóvenes piensa en el emprendimiento como único medio realista de ganarse la vida.
En Estados Unidos la tendencia impele al emprendimiento social, un nuevo modelo de actividad cuya finalidad es la de desarrollar productos y servicios que satisfagan las necesidades básicas de colectivos desatendidos por las instituciones sociales y económicas convencionales. El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ha creado la Oficina para la Innovación Social y la Participación Ciudadana, que permite identificar problemas y extender soluciones sociales de emprendimiento por todo el país.
Un ejemplo mundialmente conocido de empresario social con filosofía ética es el de Muhammad Yunus, apelado «el banquero de los pobres», fundador del Banco Grameen, que otorga microcréditos a los pobres a cambio de una promesa sin firma de por medio: la de devolver el dinero.
De esta manera, el banquero de los pobres ha permitido que se desarrollen miles de proyectos que van desde la agricultura ecológica hasta la pesca artesanal sostenible, el apredizaje colectivo o el nuevo periodismo, que permiten cada día sostener a familias completas. Todos ellos son proyectos que tienen cabida dentro de esta práctica empresarial que supera al 2% de la población activa en Estados Unidos.
Si en España fuéramos capaces de alcanzar ese 2%, frente al escaso 0, 5% actual, reduciríamos en 600.000 desempleados la terrible lacra del paro. Pero para ello aún nos faltan varias cosas. En primer lugar, cultura emprendedora. En nuestro país no se ha fomentado adecuadamente el valor de emprender, y socialmente suena incluso demasiado arriesgado –vivimos en el país de los funcionarios y de los trabajadores por cuenta ajena, y no tanto de los autónomos que tienen un poco de temerarios en su imagen social colectiva–.
En segundo lugar, el apoyo indispensable tanto de las administraciones públicas como del sector financiero,que últimamente parece que solo apuesta a caballo ganador, lo que reduce enormemente las posibilidades de sacar adelante un proyecto innovador. Hasta que no hagamos que cambien ambas cosas, no lograremos suscitar un mayor número de proyectos emprendedores de éxito. Y menos aún en tiempos de crisis. Porque si, parecía que salimos de ella, pero con los últimos acontecimientos, la desfachatez de nuestros políticos y clima de crispación por la corrupción, yo no apostaría el brazo derecho a ello.
En estos momentos me parece más sano seguir trabajando con la idea de sacar la cabeza del fango