No solo Apple nació en un garaje, también lo hicieron Hewlett-Packard, Amazon o Google. La costa Oeste de Estados Unidos es la de jóvenes visionarios. Lo cuenta en ALBA Fernando Díaz Villanueva.
La mayor parte de las empresas de nuestros días ha nacido en espacios pequeños y modestos: en talleres, en buhardillas, en el muelle de un puerto o en el garaje de un joven y ambicioso emprendedor.
Y esto no es algo de hace 100 años, sino de ahora mismo. Muchas de las empresas tecnológicas más admiradas y que más valen en Bolsa empezaron de la nada en garajes. ¿Y por qué en un garaje? El garaje es, en la cultura norteamericana, un lugar central de la vida familiar casi tan importante como la cocina. Es acogedor, está lleno de cosas y, como allí son grandes, sirve de cuarto de juegos y experimentación para los jóvenes de la casa.
En 1939, dos amigos de California, Bill Hewlett y Dave Packard, que se acababan de graduar en ingeniería eléctrica por la Universidad de Stanford, mataban el rato en el garaje de uno de ellos experimentando con cachivaches eléctricos. Simplemente hacían pruebas y más pruebas hasta que se les ocurrió fabricar un novedoso oscilador de audio de precisión. Les salió tan bien que buscaron un cliente al que vendérselo. Dieron con Walt Disney, que estaba en aquellos momentos preparando el rodaje de “Fantasía”. Como la película, una obra maestra de la animación musical, era muy exigente en todo lo relativo al sonido, les encargó ocho osciladores.
Disney sabía que los jóvenes de Palo Alto lo harían bien, él mismo había empezado, 15 años antes, su negocio de producción de películas en el garaje de su tío Robert en Los Ángeles. Y así fue. Hewlett y Packard se asociaron, juntaron 538 dólares y fundaron el que hoy es el mayor fabricante de ordenadores del mundo.
Se jugaron a cara o cruz cuál de los dos apellidos figuraría primero. Ganó Packard, pero luego pensaron que sonaba mejor poniendo antes Hewlett Disney les pagó 71,5 dólares por cada oscilador, lo que hizo un total de 572 dólares, con los que montaron la empresa y aún les quedaron 34 dólares para reinvertir en el alquiler de un garaje un poco más grande en el valle de Santa Clara. Acababa de nacer Hewlett-Packard Company, la primera empresa de lo que, con el correr de los años, se conocería como Silicon Valley.
Una furgoneta Volkswagen
No muy lejos de allí, en el número 2066 de Crist Drive en Los Altos, un pequeño suburbio de San Francisco, vivía a finales de los sesenta un inquieto adolescente llamado Steve Jobs. Cohabitaba con sus padres de adopción, Paul y Clara, y, aunque no era un gran estudiante, le sobraba iniciativa para todo.
Jobs se tomó la libertad de telefonear personalmente a Bill Hewlett, ya convertido entonces en un magnate de la industria electrónica, para contarle algunos proyectos que tenía en menteHewlett, gratamente sorprendido por el arrojo del chaval, charló con él unos minutos y le ofreció trabajar en su compañía como aprendiz durante el verano. Allí conoció a Steve Wozniak, un joven ingeniero cinco años mayor que él, y pronto se hicieron amigos.
Wozniak era un superdotado para la computación, pero carecía de las cualidades empresariales de su tocayo. Donde uno veía desafíos técnicos, el otro veía oportunidades empresariales.
Gracias a su experiencia estival en la fábrica de Hewlett-Packard, Jobs conoció al detalle cómo funcionaba la todavía incipiente industria informática. Empezó entonces a atrapar ideas aquí y allá y a juntarlas dentro de su cabeza. El negocio no iba a estar en los grandes computadores del tamaño de un armario, sino en pequeños ordenadores personales cuyas funciones pudiesen condensarse en una sola placa base. Wozniak al principio era escéptico pero terminó convenciéndose por las extraordinarias dotes persuasivas de su socio.
El problema es que, para hacer realidad su diminuto ordenador personal, necesitaban dinero con el que comprar los componentes. El banco no se lo iba a prestar a dos estudiantes, así que vendieron los únicos activos que poseían: Wozniak, una calculadora científica; y Jobs, una furgoneta Volkswagen pasada de kilometraje. Consiguieron 1.300 dólares y se encerraron en el dormitorio de Jobs para ir ensamblando el prototipo. A los pocos días se quedaron sin espacio. Además, andaban trasteando con un soldador con el que fijaban los circuitos, así que tuvieron que mudarse al garaje.
El padre de Jobs tenía la afición de restaurar coches antiguos, y lo hacía en el garaje de casa, de modo que Steve tuvo que tirar nuevamente de labia para convencerle de que se lo dejase para su gran proyecto microinformáticoEl resultado compensó el esfuerzo. Entre ambos consiguieron crear un ordenador completo en una simple placa. Sólo faltaba que alguien estuviese dispuesto a pagar por él. Jobs se puso en marcha, encontró una pequeña tienda para aficionados a la informática casera en Mountain View y consiguió colocar allí 50 de sus placas, a 500 dólares la unidad. Ya tenían producto, cliente y tecnología propia, tan sólo les faltaba la empresa, pero, ¿cómo llamarla? Una opción era Jobs-Wozniak Computers, pero no convencía a ninguno de los dos, así que se dieron unos días para pensárselo, y si no se les ocurría ningún nombre la llamarían Apple (manzana), que es el nombre con el que la terminarían registrando el 1 de abril de 1976.
Uno elevado a cien
Veinte años después de aquel día histórico, un joven analista financiero de Nueva York conducía de Texas al estado de Washington. Se llamaba Jeff Bezos y le rondaba por la cabeza la idea de aprovechar la recién nacida internet para vender libros y otros artículos que se vendían en grandes cantidades por catálogo.
En la carretera trazó el plan de negocio y, según llegó a Seattle, se puso a trabajar en ello. Al ser una empresa de internet, no necesitaría mucho espacio, apenas un par de ordenadores, un buen servidor y una conexión a prueba de bombas.
El lugar elegido para arrancar fue el garaje de su casa en Bellevue, un suburbio a las afueras de Seattle. Así nació Amazon.com durante el verano de 1995.
El negocio se basaba en ofrecer todos los libros del mercado a un precio rebajado, mientras que las mejores librerías del país contaban con un catálogo de no más de 200.000 títulos y, además, había que desplazarse, hacer cola en la caja y cargar con los libros de vuelta a casa. Amazon, que aspiraba a convertirse en “la librería más grande de la Tierra”, vendía cualquier libro a través de internet y se lo llevaba al comprador a su domicilio. En un país extenso y habituado a comprar por correo, algo así tenía que funcionar, y funcionó.
En un lustro era ya una de las empresas de internet más grandes del mundo, y hoy, 15 años después, es el mayor minorista del mundo. Amazon vende de todo, y no sólo libros –fácilmente descargables en su lector Kindle–, emplea a 35.000 personas y se ha extendido por todo el planetaUnos meses después del nacimiento de Amazon, dos estudiantes de Stanford, Larry Page y Sergey Brin, se pusieron a trabajar en un novedoso buscador de internet. Lo hicieron porque los que había entonces no les convencían lo más mínimo. Buscaban una cosa y los resultados no solían tener nada que ver con ello. Partieron de cero inventando una nueva tecnología a la que llamaron PageRank, que medía la relevancia de una página web por el número y la importancia de otros sitios web que enlazaban con esa página.
Sobre este principio crearon su buscador, al que llamaron Google, una derivación del término “gúgol”, que es como, en matemáticas, se denomina al uno seguido de cien ceros o uno elevado a 100.
Aunque parezca mentira, ni Page ni Brin pensaron en hacerse ricos con el hallazgo, es más, querían deshacerse de él cuanto antes para continuar con otros proyectos.
Trataron de vender su logaritmo a Excite, uno de los buscadores que entonces estaba de moda, pero sus ejecutivos no creyeron que mereciese demasiado la pena el trabajillo de unos universitarios y rechazaron la ofertaEl portazo de Excite les llevó a centrarse en la mejora del buscador. Hicieron entonces dos cosas. Primero, se encerraron durante el verano de 1998 en el garaje que una amiga tenía en Menlo Park, un suburbio a sólo seis kilómetros de Palo Alto. Y segundo, fundaron una empresa con la que conseguir financiación. No ha pasado tanto tiempo, tan sólo 13 años, y hoy Google es el rey de internet y el sitio más visitado del planeta.
El mundo moderno debe mucho a las empresas de garaje o garage startups, frágiles plantas que sólo prosperan en ambientes donde se junta el amor por la innovación, la voluntad de crear y la libertad para hacerlo. El dinero no es tan importante como parece. Ninguna de ellas empezó con grandes créditos, sino con grandes ambiciones y, sobre todo, en un mundo que les era propicio: la Norteamérica del siglo XX.
fuente: Intereconomía
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