El título del post es tajante, contundente y defiende un lado de la balanza. Quizá porque en los últimos tiempos la palabra emprendedor se ha manufacturado, manoseado con distintos fines, casi siempre desvirtualizando la figura del propio emprendedor y obteniendo réditos en otra dirección, ya sea política o empresarial. Y no todo vale, aunque la derivada conocida como Intraemprendedor está extendida internacionalmente. No por ello es válida.
Realmente, ¿qué es un Intraemprendedor? Son personas que ya están en una compañía, también llamados “emprendedores o empleados corporativos”. Esta figura define a una persona que pretende mejorar los productos o servicios que presta la empresa en la que trabaja y que tiene iniciativas que quiere poner en marcha, en solitario o con un equipo de trabajo. Dicho esto, a todas y cada una de las personas que han comenzado a leer estas líneas les surgirá la duda del motivo por el cual se me ocurre escribir semejante titular. La razón es sencilla: Aplacar el “hambre” de utilizar la palabra emprendedor sin ton ni son.
Ciertamente existe el deseo generalizado de que los emprendedores aumenten, pero ello no implica que mediante las palabras haya que incrementar el número de los mismos a toda costa.
La explicación de mi postura es realmente sencilla, casi de Perogrullo: No por mucho crear terminología los emprendedores aumentan.
Me inclino por no reinventar conceptos ni ideas y sí, como los clásicos, en aceptar tantas opiniones sobre los mismos como se quiera. En este sentido la palabra Intraemprendedor, no define otra cosa que a una persona implicada y proactiva. Define a un trabajador como deberían ser todos.
Este tipo de perfiles siempre han existido pero jamás se han confundido con emprendedores.
¿Por qué razón? Porque el concepto de emprendedor se ha de enmarcar en un contexto diferente al que alberga una compañía existente que te paga una nómina por desarrollar tu potencial y cumplir unas funciones, es decir, un contexto donde se tenga en cuenta cuestiones como:
• La legislación que regula la creación de nuevas empresas y proyectos.
• La responsabilidad.
• El riesgo (incluso patrimonialmente hablando).
• El éxito o fracaso.
• La presión diaria: De lo que venda/produzca el emprendedor come, alimenta a su familia y paga las nóminas de sus empleados. Reinvierte.
• Los resultados vienen por la preparación, formación y experiencia del emprendedor (no existe la inercia de una gran compañía donde muchas variables vienen dadas como si de una buena mano de cartas se tratara: Cartera de clientes, contactos, know how, etc.
• Un ambiente en el que la soledad y los tiempos de desarrollo de la idea empresarial depende de causas internas (capital humano fundamentalmente) y externas (medios primarios, financiación, burocracia, etc.).
Todos estos aspectos marcan, conforman esa “raza” emprendedora, forjan el carácter y su capacidad de sacrificio. El emprendedor está, mejor dicho, sigue estando, más fuera que dentro.
Una vez localizado al emprendedor como una entidad y no como una actitud, quizá sea más fácil ayudarle, formarle y hacerle la vida más fácil desde instituciones y organismos. Y esto es lo que realmente hay que pulir y mejorar. ¿Por qué motivo? Volvemos a una obviedad al responder a esta pregunta, ya que en España, y en todas las partes del mundo, la pequeña empresa es máxima generadora de empleo, rápida en sus innovaciones y mejoras, así como en la toma de decisiones y en la traducción en realidades de dichas decisiones.
Que así sea.
Miguel Angel Marín: Socio de la Consultora Internetianos. Profesor Asociado de ADE en la universidad San Pablo CEU y del área de economía en la UC3M
Fuente: Avalon