A veces, inconscientemente, y a lo largo de nuestra vida transitamos largos lapsos de tiempo -quizás dolidos sin saberlo, quizás afiebrados por las circunstancias que nos rodearon- construyendo un fuerte de muros y murallas, de pisos y puertas, de ventanas herméticas y puertas blindadas para protegernos, para contar con un escudo defensivo frente a eso que nos hace mal y no podemos digerir sino enmascarándonos. Es una suerte que podamos encontrar mecanismos que no nos perjudiquen en demasía, y que de alguna manera nos ayuden a no colapsar frente a esos tiempos difíciles y a salvarnos hasta que logremos sentirnos valientes para preguntarnos por qué. ¿Por qué esa construcción, por qué pienso así, por qué fracaso, por qué siento que pierdo antes de empezar a pelear por lo que deseo? Y, entonces, quizás, la duda y las ganas de crecer nos lleven a desnudarnos de aquellos modelos y construcciones, a destruir –no sin resistencia- las murallas y los muros con que se toparon otros personajes y uno mismo frente a todo desafío, y la sensación de encontrarse realmente perdido sea más intensa y menos segura que la de haber vivido engañado. Sin embargo, ese pesar y ese vacío, ese no saber dónde uno está parado es –y esto se confirma cuando se transita con coraje lo que viene después de la destrucción- el primer paso hacia el encuentro con uno mismo, de manera que estar perdido no es otra cosa que simbolizar una crisis y estar encontrándose realmente. Es difícil, sí. Afloran todos los miedos, aún aquellos que antes no existían o estaban encapsulados en la fortaleza omnipotente del “yo todo lo puedo”, porque desnudados de nuestros disfraces nos presentamos ahora en el mundo con ansias de cambiarnos la piel, de protegernos sólo de aquello que en verdad nos ataca y de encontrar las razones de nuestras torpezas y detenimientos para afrontarlos –no sin miedos- para alcanzar objetivos –y no todos-. Porque de pronto “no todo lo puedo porque soy humano”, tan humano que me equivoco, tan humano que hay cosas a las que no aspiro porque no responden a mis talentos, tan humano que sí doy sana pelea a cada secuencia de la vida en la que una oportunidad enaltece mis sueños. Y ese es el motor, despojado de barrotes y adoquines, uno es el sendero y quien lo atraviesa, uno es su camino y quien lo recorre para encontrar su satisfacción, y no ya la de los otros, y no ya la que responde a un deber ser construido para transitar un lapso de tiempo difícil de nuestra vida.
* Gisela Mancuso. Abogada, redactora, escritora, ganadora de numerosos concursos literarios. [email protected]. Autora del libro "Abrazo mariposa": http://ar.geocities.com/abrazomariposa/abrazomariposa.html Fundadora del grupo de escritura: "El nombre de las palabras" http://ar.geocities.com/abrazomariposa/elnombredelaspalabras.html