La sabiduría del emprendedor no es otra cosa que la experiencia adquirida en la acción.
Generalmente en los inicios estamos solos para hacer frente a una avalancha de cosas que en las empresas suelen ocupar a varias personas. Somos los creadores y creativos del negocio, los vendedores, los compradores, los publicistas y hasta el office boy.
Es una etapa fantástica, adrenalínica y romántica en la que el emprendedor tiene una fuerza increíble pero en la cual también se dilapida mucha energía y tiempo.
Y el tiempo es un capital precioso en los emprendimientos (y en todos los órdenes de la vida). Cuando iniciamos la start up sentimos que todo el tiempo es nuestro tiempo y que nunca es tarde.
Pero todo en la vida tiene su tiempo y es parte del buen emprender, conocerlos y respetarlos, porque el tiempo extra que usamos en algo se lo sacamos a la familia o al descanso o al estudio o a los afectos.
Administrar prolijamente el tiempo es parte esencial de la buena salud del negocio. Tu emprendimiento no es más importante que tu buena salud física, mental o espiritual. La buena sanidad de tu relación de pareja o el contacto fluido con las amistades es más rendidor que 18 horas diarias seguidas frente a la pantalla.
Quizás esta vieja enseñanza que da vueltas por Internet nos sirva para darnos cuenta del valor del tiempo:
“Para poder entender el valor de un año, pregúntale a algún estudiante que perdió el año de estudios.
Para entender el valor de un mes, pregúntale a una madre que dio a luz a un bebe prematuro.
Para entender el valor de una semana, pregúntale al editor de un semanario.
Para entender el valor de una hora, pregúntales a los amantes que esperan encontrarse.
Para entender el valor de un minuto, pregúntale a una persona que perdió un tren.
Para entender el valor de un segundo, pregúntale a una persona que evitó un accidente en un instante.
Para entender el valor de una milésima de segundo, pregúntale a la persona que ganó una medalla en las olimpiadas”
Feliz semana, felices emprendimientos, feliz vida para todos.
Marcelo Berenstein