La mochila del emprendedor suele ser pesada. En ella carga sus sueños pero también la realidad que parece conspirar contra su realización.
En un costado lleva el peso de su pasión y en el otro, el peso de las piedras de la falta de capital, la inexperiencia y demás complicaciones.
Por un defecto propio del ser humano, solemos llevar esa mochila a todas partes, innecesariamente. Los temas del emprendimiento quedan allí y no deben llevarse a otro lado; los temas familiares tienen que quedar en el ámbito familiar y no tenerlos encima todo el tiempo.
Esto es causa de estrés…. Y de divorcio, pelea entre socios, conflictos con amigos y en definitiva, causal de una vida no feliz.
Meditar puede ser una buena práctica para aprender a liberar la mente. Cantar, hacer deporte, tener un hobby, hacer lo que te apasiona… todo es bueno en la medida que sirva para aprender a no llevar todos problemas, todo el tiempo y a todas partes.
Los primeros tres años de la escuela secundaria fui compañero de Sebastián, uno de los hijos del inolvidable y gran Tato Bores. Había un preceptor que era insoportable, agresivo, impredecible; y además árbitro de fútbol. Los lunes estaba siempre con un humor de perros y recuerdo que una vez, Tato fue a hablar con este preceptor. Luego de escuchar las razones por las cuales estaba siempre tensionado, Tato le dio un consejo que de tan sabio, aún hoy recuerdo y trato de practicar: “Usted tiene que imaginar un perchero en la puerta de entrada de su casa y otro en la puerta del colegio. Al llegar a su casa, cuelgue allí los problemas del colegio. Al llegar al colegio, deje colgados en la entrada los problemas de su casa”.
Por eso, si emprendes, no lleves la mochila con las piedras de tu startup a tu casa, a la salida con amigos, a tu pareja. Cuando cada día enciendas tu computadora para empezar a trabajar, asegúrate previamente haberte vaciado de los temas de pareja, familiares o de amistades. No hagas como el monje de este cuento:
“Dos monjes que regresaban a su templo, llegaron a un vado donde encontraron a una hermosa muchacha que no se atrevía a cruzarlo, temerosa de mojar sus mejores ropas.
Uno de los monjes, casi sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta el otro lado. La niña le agradeció y los dos hombres siguieron su camino.
Después de recorrer tres kilómetros el otro monje, sin poder contenerse más, exclamó, «¿Cómo pudiste hacer eso, tomar una muchacha en tus brazos? Conoces bien las reglas…», y otras cosas por el estilo.
El monje cuestionado respondió con una sonrisa, «Debes de estar cansado, habiendo cargado con la muchacha todo este tiempo. Yo la dejé del otro lado del arroyo».
Feliz semana, felices emprendimientos, feliz vida para todos.
Marcelo Berenstein
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