Para emprender se necesita un objetivo pero es un acto meramente subjetivo. Implica pasión, alma, corazón, intuición y también talento, capacidades potenciadas y mucho autoconocimiento.
No se trata de un camino espiritual pero lo parece, y de ahí la importancia del autoconocimiento. Si uno no se conoce bien o se engaña, las chances de éxito del emprendimiento se reducen drásticamente.
El autoconocimiento es el resultado de un proceso reflexivo mediante adquirimos noción de nuestra personalidad, cualidades y características. El proceso de autodescubrirse atraviesa diversas fases, como la autopercepción, autobservación, memoria autobiográfica, autoestima y autoaceptación.
Es un ejercicio constante que nos acerca a la conciencia de nuestro potencial real y nos posiciona con honestidad frente a nuestras fortalezas y debilidades tangibles. El emprendedor que tiene un conocimiento sincero de sí mismo corre con ventaja porque apuesta en concreto y no le deja al azar nada lo que no le corresponda.
La enseñanza de Jefferson
Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos tenía una frase magnífica que ponía de manifiesto que el rol del azar es más pequeño de lo que creemos cuando actuamos con autoconocimiento: “Yo creo bastante en la suerte. Y he constatado que, cuanto más duro trabajo, más suerte tengo”
Más nos conocemos, más y mejor trabajamos. Si conocemos nuestros límites podemos ir lo más cerca posible al máximo de nuestro potencial; si los desconocemos andaremos emprendiendo a ciegas dejando el control de nuestro destino en manos de la suerte.
¿Águila o gallina?
Hay emprendedores que podrían ser majestuosos como las águilas pero al no autoconocerse corren riesgo de crecer creyéndose gallinas. Como este cuento:
“Un campesino encontró un pichón de águila caído del nido. Lo recogió y decidió criarlo con sus gallinas. Pasaron los meses y el pichón de águila creció, comportándose en todo como sus nuevas compañeras.
Un día, vio como un ave majestuosa sobrevolaba la granja. Maravillado, le preguntó a una de las gallinas quien era ese animal tan espectacular.
– Es un águila, le contestaron. Pero deja de perder el tiempo en sueños. Nosotras nunca seremos como ella.
Y así prosiguió la vida del águila, que toda su existencia ignoró el potencial que tenía y siguió comportándose como una gallina hasta su último día”.
Marcelo Berenstein