Emprender, entre otras cosas, es tomar el volante de tu destino y conducir hacia la meta. Y como en cualquier camino que transitemos y vehículo que conduzcamos, siempre estamos sujetos a chocar. Colisionan autos, motos, trenes, barcos y aviones, ¿Por qué no podrían estrellarse los emprendimientos?
Cuando te proponés “bajar a la tierra” tus sueños e ideas, con certeza vas a colisionar en algún momento con algún factor externo que te retrasará y obligará a modificar el rumbo de tu negocio para poder seguir avanzando.
Te subís a tu idea, encendés el motor del proyecto, comenzás a andar por el sinuoso camino de las ventas, el posicionamiento, el armado del equipo y cuando sentís que la autopista está cerca, comienzan los escollos.
Te chocás de frente con la burocracia, la falta de financiamiento, el fisco voraz, el mercado que no era tan dócil como creías, los pocos ingresos y los altos costos, etc.
Este es un momento crucial, porque tenés que decidir entrar a boxes y abandonar la carrera o entrar a boxes para hacer un ajuste y salir con más potencia hacia delante.
Lo importante no es siempre llegar primero sino llegar a la meta.
O tal vez, llegó tu momento de plantar un “árbol de los problema” en la puerta de tu casa y otro en la puerta de tu emprendimiento:
«El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y le hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar.
Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Posteriormente me acompañó hasta el auto.
Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.
– ¡Ah! Ese es mi árbol de problemas. – contestó – Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez.
Y continuó sonriendo:
– Lo divertido es que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.
Feliz semana, felices emprendimientos, feliz vida para todos.
Marcelo Berenstein