Todos aquellos que practicamos algún deporte con gran intensidad, sabemos que a veces llega un momento en que nos enfrentamos a un nivel de extenuación que parece casi insuperable.
En nuestro esfuerzo físico, podemos llegar a sentir que hemos alcanzado un nivel de sufrimiento agónico.
Y que nos resulta imposible dar una sola pedalada más.
Correr un solo metro más.
Hacer una sola repetición de levantamiento de pesas más.
Podemos llegar a sentirnos al borde del colapso, física y mentalmente agotados por el dolor corporal y la fatiga.
En ese estado de fatiga física y mental extremas, cada célula de nuestro cuerpo nos grita que nos rindamos y dejemos de luchar.
Pero en el entrenamiento físico nunca se progresa sin sufrimiento.
Incluso cuando nos encontramos en plena forma, generalmente no podremos seguir avanzando sin alcanzar el límite de nuestras posibilidades físicas y mentales.
La capacidad para aguantar al límite de nuestras capacidades, no lo dan sólo las facultades físicas o técnicas.
Lo que juega un papel crucial es el carácter y la mentalidad.
Es nuestra fortaleza psicológica la que puede ayudarnos a encontrar la voluntad y la motivación extra que necesitamos para seguir luchando, casi más allá de los límites de nuestro propio aguante físico.
El deseo de luchar y ganar es más importante que la calidad técnica.
Es en los momentos de máximo sufrimiento cuando surgen la rabia, la agresividad, la fiereza, la ferocidad, el espíritu de superación.
La capacidad de sufrir superando la adversidad.
La valentía sobre la bicicleta, sobre la pista de atletismo o en el gimnasio.
Eso es lo que marca la diferencia entre conseguir el éxito o quedarse a un paso de alcanzarlo.
Es en los momentos críticos cuando necesitamos encontrar la fuerza interior que nos permita incrementar nuestro grado de resistencia frente al dolor y la adversidad.
Nuestra capacidad de superar el sufrimiento y el infortunio, hasta alcanzar nuestras metas.
En la cancha de entrenamiento encontramos la palestra de nuestra vida.
Mediante el ejercicio.
Incrementando nuestro umbral de dolor.
En el gimnasio.
Exigiéndonos a nosotros mismos el máximo posible.
Empujando hierros.
Escogiendo ejercicios y enfocando todo nuestro entrenamiento hacia esos ejercicios.
Intentando en cada ocasión alcanzar el límite de nuestra resistencia.
Utilizando tácticas de choque que obliguen a nuestros músculos a crecer.
Buscando compañeros que tengan una actitud mental parecida a la nuestra para entrenar juntos.
Desafiándonos para hacer un mayor número de repeticiones y mover pesos cada vez más grandes.
En nuestra cancha de entrenamiento nos redimimos y nos reconciliamos con nosotros mismos.
Nos perdonamos por todos nuestras faltas.
Nos demostramos a nosotros mismos que poseemos fuerza, voluntad y capacidad de sufrimiento.
Con cada pequeña meta que alcanzamos, incrementamos nuestro nivel de confianza y autoestima.
Cuando aprendemos a vencer una enorme cantidad de resistencia y todo tipo de obstáculos, sentimos que no pararemos hasta conseguir nuestros objetivos.
El ejercicio físico es nuestro entrenamiento para la vida.
El premio máximo que nos otorga la práctica de actividad física es el propio placer que podemos llegar a sentir por el ejercicio en sí mismo.
Y los estados de euforia y felicidad con los que nuestro cerebro nos recompensa cuando superamos los retos a los que nos hemos enfrentado.
El ejercicio físico vigoroso y sostenido produce modificaciones químicas en nuestro cerebro.
Incrementa las células neuronales y las conexiones entre dichas células.
Libera neurotransmisores cerebrales como las endorfinas, la dopamina, la serotonina y la noradrenalina.
Y eso favorece el rendimiento intelectual.
Incrementa la atención, la concentración y la creatividad.
Potencia el aprendizaje y la memoria.
Provoca intuiciones más rápidas y brillantes.
Y mejora nuestro bienestar general, nuestra actitud vital.
El ejercicio nos deja agotados.
Pero un minuto después sentimos que nuestro nivel de energía se eleva.
Nos sintamos animosos y llenos de brío y fortaleza.
Sometiéndonos a pruebas deportivas duras e intensas, logramos sensaciones de bienestar, optimismo y júbilo.
El ejercicio físico nos permite evolucionar hacia una versión mejorada de nosotros mismos.
Por el camino del dolor llegamos a la senda del placer.
fuente El Blog de @samersoufi