Vivimos inmersos en la cultura de la imagen y por eso muchos consideran que el registro audiovisual supera al texto escrito. Es que si vamos al cine, al salir recordamos toda la película, aunque fuimos tan solo a divertirnos. En cambio, cuando leemos un libro, recordamos vagamente lo leído y debemos realizar una segunda lectura. Pero la experiencia confirma la ventaja de lo escrito sobre lo visto para el repaso o la búsqueda de datos.
La paradoja surge porque en el cine trabajan en equipo los dos hemisferios cerebrales, el hemisferio izquierdo que es el de la palabra y el derecho que representa a la imagen. El problema surge porque no se enseña a leer con ambos hemisferios.
Los conceptos son muy útiles para la comunicación. Sin el concepto de piedra sintetizado en la palabra, tendríamos que referirnos a sus características para referenciarla. La ventaja de la imagen es que pega más fuerte en el cerebro: una imagen vale más que mil palabras. Por eso Einstein dijo que la imaginación es más importante que el conocimiento.
Por ejemplo, una audiencia en un juicio oral tiene una larga duración y puede filmarse o registrarse en formato de texto. Si un abogado quisiera repasar algo puntual, tendría dos opciones: observar la filmación o leer la transcripción.
Como se desprenderá de la lectura de esta nota, le convendría leer, porque la tardanza depende de destrezas de lectura, siempre mejorables, y no de la duración del evento, con sus tiempos muertos y sus dimes y diretes; sobre los cuales no se ejerce control alguno.
Un lector entrenado puede saltear partes y enfocar la tarea de un modo rápido y efectivo.
Ver algo por TV o escuchar por radio es como viajar en avión. Una vez que se sube ya no se podrá bajar. Leer es cómo manejar un auto, se puede detener la marcha para reflexionar.
Un poco de historia. Hace millones de años nos pusimos de pie, las manos transfirieron a las piernas la locomoción y nos alejaron del contacto directo con la naturaleza. La boca dejó de tomar el alimento, el cerebro se aplanó, la vista se convirtió en el sentido intelectual y las manos fueron los órganos ejecutivos de la mente. Hace miles de años tallamos el alfabeto en el cerebro, esto nos brindó una capacidad de comunicación que ninguna otra especie igualó. En 1455 Gutemberg expandió ese poder con la invención de la imprenta. Con el libro nacieron el periodismo, las naciones y hasta la democracia.
Según la ley 80/20 de Pareto, el 20% de las variables generan el 80% de los resultados. La capacidad de lectura representa ese 20% tan valioso. Haciendo palanca sobre ese factor vital se potencian los recursos intelectuales y se aprovecha mejor el esfuerzo realizado.
La lectoescritura fue la primera tecnología creada por el hombre y sigue siendo indispensable para acceder a las tecnologías modernas de última generación.
La realidad actual. Existe un gran vacío para conformar hábitos de lectura que generen lectores eficaces. Un padre de familia preocupado respondió: “mi hijo no lee porque ve mucha TV”, “y no lee porque todo el tiempo está con los juegos de video”. Un niño a los pocos meses de nacer decodifica las imágenes de la TV, sin esfuerzo y sin entrenamiento. Ingresa así, naturalmente, al mundo del entretenimiento y de la información.
La elección de un canal informativo depende de la relación costo beneficio que advierta al exponerse a un medio (libro, radio, TV, radio, etc.). Está claro que codificar imágenes le resulta cómodo y al mismo tiempo placentero. En su desarrollo posterior, predominará en su conducta la preferencia por el «acto de ver para creer». La publicidad se irá metiendo en su vida para que sea obediente con la sociedad de consumo que le ofrece un radar para moldear su carácter para que imite a ricos y famosos y no la brújula del autoconocimiento.
Eso dejará múltiples huellas en sus habilidades, pensamientos y formas aprendizaje, y repercutirá generando una actividad intelectual más perezosa. El medio determina el ritmo de la información y no el observador. Si éste deja de ver un programa de TV, el programa seguirá independientemente de su voluntad. El niño se torna pasivo y dependiente.
Estamos frente a una generación de jóvenes con marcada tendencia hacia la impulsividad más que a la reflexión. Son impacientes, la espera los desespera y para todo necesitan respuestas inmediatas. No pueden persistir en la solución de un problema, cualquier obstáculo imprevisto los conduce a abandonar la búsqueda. Estamos ante una “generación de la imagen”, jóvenes cuya mayor habilidad reside en la decodificación de imágenes.
Este predominio de la imagen causa perjuicios en la actividad intelectual, porque la imagen genera información explícita y no deja nada librado a la fantasía, por su propio carácter.
La gran paradoja es que el proceso educativo tiene su columna vertebral en las destrezas de lectoescritura del educando, pero se está gestando una generación de “no lectores”.
Como el docente desconoce la causa, su tarea se impregna de insatisfacción y frustración porque, a pesar de poner su mejor esfuerzo, el alumno no responde de manera equitativa.
El maestro lo percibe como apático, sin motivación y perezoso. El alumno percibe al maestro como monótono, aburrido, exigente. Se crea una corriente de antipatía recíproca.
Estamos frente a un problema de incomunicación derivado del desconocimiento de las habilidades de los actores. No se entiende por qué se producen interferencias permanentes en la comunicación. Se producen alejamientos porque sintonizan diferentes canales.
La cultura del ejemplo familiar no funciona bien. Los niños imitan conductas, actúan en consecuencia con lo que ven y no por lo que se les dice que hagan. De allí la importancia de predicar con el ejemplo. No es válido el “doble mensaje” del adulto que le aconseja leer mientras está sentado frente al aparato de televisión.
Cuando un lector se involucra en una novela, la mitad del contenido lo proporciona el autor, pero la otra parte la completa el lector al imaginar los personajes y el argumento.
La lectura, como se enseña en la escuela, ha creado una generación de lectores lentos, de baja comprensión y eficacia. El acto de leer requiere mayor esfuerzo sin recompensa.
Cuando ese niño llega a los seis años a su escuela inicia el proceso de aprendizaje de la lectura, deberá realizar un esfuerzo mental enorme con relación a la facilidad de percibir imágenes. Es el mayor esfuerzo que realizará su cerebro en toda la vida. Ni el científico en su laboratorio ni el investigador de dedicación absoluta, realizan un esfuerzo similar.
Es por eso que sin una política educativa, no se convertirá al niño en un lector frecuente.
Por la simple aplicación de la “ley del menor esfuerzo”, predominará en su conducta la preferencia por el «acto de ver» antes que por el “acto de leer”.
El cerebro puede procesar información en dos direcciones: el procesamiento secuenciado o simultáneo. El ritmo de la información desencadena uno u otro proceso. En la lectura, el ritmo de la información lo define el lector. Las palabras son estáticas y se ordenan con una sintaxis que forma unidades de pensamiento lógico. El lector puede detenerse, releer, etc.
Esta diferencia genera actitudes, conductas y tipos de pensamiento diferentes. Mientras que el proceso secuenciado genera el pensamiento reflexivo, el procesamiento simultáneo crea actitudes y conductas impulsivas. Mientras que la lectura provee información implícita, la imagen genera información explícita. En cambio, la información que proviene de la imagen no da lugar a la imaginación, justamente por su carácter explícito.
Si los adultos queremos un cambio debemos revalorizar el acto de leer como una conducta que optimiza el aprendizaje. Los errores de ortografía, la mala sintaxis y la escasez de vocabulario correlacionan con la escasa lectura. Desde un punto de vista material, el acto de estudiar es un acto de lectura y por eso podemos concluir que el que lee mal estudia mal.
El adulto debe crear un espacio que propicie la lectura ya que requiere un mínimo de concentración. Otra clave es tener en cuenta es el interés del niño por determinado tema. Se debe dejarlo seleccionar el tema de lectura respetando su propio interés.
Como la lectura es una destreza, la mejor forma de mejorar la lectura es leyendo.
Para eso ya existen programas de lectura preescolar que aproximan al niño paulatinamente al mundo de la lectura procurando una coordinación entre el objeto, el concepto, la imagen y el símbolo palabra que lo representa. El niño debe aprender a realizar conexiones.
Para producir inteligencia se necesita contar con recursos estratégicos de aprendizaje que dinamicen los universales de la experiencia: los hechos que pasan, los signos e imágenes que los representan y las ideas que surgen del intercambio.
Pocos lo saben. Si le preguntan a un joven cuál es su velocidad de lectura, es probable que no lo sepa. Si es así, forma parte de la legión de lectores que saben cuándo empiezan a leer un libro pero que no pueden estimar cuándo lo terminarán. Si lo supiera podría generar un pensamiento estratégico para alcanzar los objetivos de lectura en tiempo y forma. El primer paso consiste en saber cuántas páginas tiene el libro a leer. Es una simple fórmula:
Multiplique la cantidad promedio de palabras por renglón por la cantidad promedio de renglones por página. Multiplique el resultado obtenido por la cantidad de páginas del texto. Así obtendrá la cantidad aproximada de palabras que el libro posee.
El segundo paso es conocer su velocidad actual de lectura y comprensión. Para saberlo haga click en http://www.ilvem.com.ar/img/demostenesweb.swf y realice el test que allí se ofrece. Cuando termine conocerá su velocidad y comprensión.
El tercer paso es dividir el resultado que determinó antes (la cantidad de palabras del texto) por las palabras comprendidas por minuto o PCM que obtuvo en el test, y obtener así el tiempo estimado que tardará en leer el texto completo. Parece difícil pero no lo es, pero si tiene dudas no vacile en consultarme. Con este dato un joven podrá regular la dedicación diaria para llegar a tiempo a la fecha de un examen. Ese libro y los demás libros ya no serán una preocupación ni se amontonarán en su biblioteca para nunca ser leídos. Se habrá convertido en un lector estratégico, pero no todavía en un lector veloz.
Con un curso de lectura veloz podrá triplicar como mínimo su velocidad y comprensión.
Para observar las diferencias entre un lector rápido y un lector lento haga click en
http://www.ilvem.com.ar/shop/otraspaginas.asp?pagina=286
La mecánica de la lectura. A continuación describiremos el procesamiento de la lectura en un lector lento y de un lector veloz.
VISUALIZACIÓN. Recepción visual de la información a través de sílabas o palabras sueltas.
FONACIÓN. La información pasa de la vista al habla (articulación oral consciente o inconsciente). Implica tiempo desperdiciado por los habituales vicios de vocalización y subvocalización.
AUDICIÓN. La siguiente etapa que recorre la información: del habla al oído (sonorización introauditiva, generalmente inconsciente). Es otro paso innecesario que frena la velocidad de la lectura.
CEREBRACIÓN. Oído-cerebro: integración de los elementos que van llegando separados. Tardía culminación del proceso comprensivo en el modo de lectura común lenta.
LECTURA VELOZ
CAPTACIÓN DINÁMICA Y LECTURA MENTAL DIRECTA. Visualización global –varias palabras o frases enteras- y su integración cerebral totalizadora –sin solución de continuidad- que permiten mayor concentración y una lectura más rápida y comprensiva. A través de ejercicios visuales y mentales, con supervisión docente, se modifican o eliminan los pasos retardatorios de las etapas – A B C D- , y se logra el acceso al modelo directo A que permite leer y comprender en un proceso único. Lamentablemente aun predomina en la educación el modelo ABCD.
La intermediación de las funciones vocales y auditivas demanda un exceso de coordinación al cerebro, que incrementa las distracciones y crea la barrera del sonido ya que no se puede hablar o escuchar a más de 100 palabras por minuto.
Mantener el bajo rendimiento de la lectura lenta es inconcebible en esta época caracterizada por el crecimiento exponencial de la información y la escasez de tiempo.
En un período de tres meses se puede dominar el estilo de lectura mental directa (vista-cerebro) que incidirá notablemente en la mejora de sus destrezas lectoras.
Ampliar el campo visual en la lectura. La técnica convencional de lectura obliga al cerebro a coordinar excesivas pausas y detenciones porque se lee de manera parecida a cómo se escucha. Al interpretar la palabra escrita por la audición de sus letras o sílabas, recién se comprende su sentido al terminar de leerla. Es una lectura tubular, porque enfoca el texto como si se pretendiera mirar el mundo por un tubo: “no se comprendería nada”.
Hay ejercicios que enseñan a usar el campo visual considerando las diferencias entre el campo central más reducido y nítido y el periférico más amplio pero difuso.
Se ha comprobado que se disminuye la amplitud de la visión ante un material sin sentido.
Ejercicio: Fije la vista en el rectángulo superior e intente leer la mayor cantidad de letras:
M R L D O R W Q M O K T E T Y Z
Ahora pruebe intentando leer las palabras:
ESTUDIO CARA MODA LEYES
Y luego con esta frase:
LA GUERRA DEL GOLFO
Observe como el mayor sentido que produce la frase amplifica su campo visual.
Aprender a usar el cerebro. El ejemplo muestra que no se lee sólo con los ojos, sino que el cerebro dirige. Ante una frase cortada al final, como la siguiente; “el día estaba nu-blado”, el resto se puede completar con información visual en el siguiente renglón, o bien por anticipación, conociendo la sintaxis que limita la elección, o la semántica que aporta el significado probable. La lectura es predecible porque el lenguaje también lo es.
El proceso de la leer implica crear hipótesis previas sobre lo que vendrá, comprender es comprobar esa predicción. El aprendizaje es el cambio producido en la memoria cuando se incorpora algo nuevo. Para que el cerebro lidere su propio aprendizaje, descubrir mejor método para leer el texto y el contexto, lleva la mente a un nivel de comprensión superior.
El dominio del método de lectura veloz es el gran propulsor del aprendizaje de segunda mano, concordante con el consejo implícito en la frase de Newton: “No soy un genio, estoy parado sobre la espalda de gigantes”. Subrayando la importancia de la lectura para conformar la personalidad, Borges afirmó “somos lo que somos por lo que leemos”.
Cómo concentrarse al leer. La lectura lenta ocupa sólo el 10 % de la capacidad cerebral. Mientras tanto, la parte inactiva actúa por su cuenta, desviando la atención. Los distractores son ladrones de tiempo que invaden al lector con ideas parásitas y obligan luego a retroceder buscando el lugar donde se perdió la concentración, lo que provoca continuas regresiones. Los distractores pueden ser estímulos externos (ruidos, teléfono, etc.) o internos (divagues, recuerdos, etc.). Pero los distractores externos son internos disfrazados ya que provienen de fallas humanas producidas por no saber cómo enfrentarlos.
La mente es por naturaleza vagabunda y salta de una idea a otra cada 12 segundos. Por lo tanto, en una hora se producen alrededor de 300 dispersiones. El que lee lentamente se asemeja al que maneja un auto muy despacio: puede cometer un error ya que divide su atención entre varios estímulos (la radio, el acompañante, pensar en otra cosa, etc.).
Alta ocupación de la mente. En cambio, quien maneja en alta velocidad no puede distraerse ni un segundo: su mente se dirige 100% a la actividad que está realizando.
Los accidentes de tránsito, por fallas en la concentración, son la causa mayor de muertes en las rutas. Para el estudiante, son fuente del estrés y de una torpe administración del tiempo. Si al perseguir un objetivo la mente va en otra dirección, el esfuerzo y el cansancio crecen y se pierde energía. Se destinan horas para lograr lo que se podría realizar en minutos. En lugar de manejar a tu mente, la mente te gobierna y te limita. Cuando se usa el 100% de la capacidad la distracción desaparece. El que se ocupa aumenta su campo de influencia y de control, mientras que la preocupación genera la distracción y paraliza.
La capacidad de lectura que se obtiene al eliminar intermediarios onerosos (como la repetición labial, la escucha mental de las palabras, etc.), permite un pasaje directo de la información del ojo al cerebro y contribuye a eliminar los factores de distracción.
Cuando se usa la fuerza de voluntad para dominar a la mente, lo que se intenta reprimir, es decir el obstáculo, aparece como atracción fatal y provoca una fijación negativa en ideas parásitas. A diferencia, la concentración perfecta, hace concordar la intención y la acción, en un estado ecológico de flujo donde el logro se alcanza sin esfuerzo.
El secreto es dejar de reaccionar ante los sucesos, elegir la meta que se anhela, y mantener la ruta. La metodología es la clave del éxito ya que los métodos constituyen la mayor riqueza del hombre. Al educar a la mente, la concentración hace la diferencia.
Analfabetismo funcional. Es una enfermedad moderna que caracteriza a los que saben leer pero que no leen por falta de tiempo. Esto tiene su origen en el estancamiento del sistema educativo. En la edad de los principios deberíamos cambiar algunos PRINCIPIOS.
Un niño puede crecer y hacerse hombre del mismo modo en que crece la lechuga, pero sin desarrollar positivamente sus redes neuronales. Hoy, en plena era de la información, muchos leen del mismo modo que cuando eran niños. La importancia de la primera edad en la formación de los hábitos es primordial. Nosotros creamos el hábito y luego el hábito nos crea. Por eso se necesita enseñar a leer de otro modo. La materia prima principal del cerebro es la materia gris, pero sólo se desarrolla con una educación de excelencia. Cambiemos cuando antes el modo de enseñar y de aprender, porque educar es la industria pesada de un país, ya que fabrica ciudadanos. Porque el niño es el padre del hombre.
Dr. Horacio Krell. CEO Ilvem. Dicta conferencias gratuitas sobre métodos para optimizar la inteligencia. Mail de contacto [email protected]