El dinero y la salud no hacen la felicidad, como muchos creen. La mejoría económica hace felices a los más pobres, pero quienes obtienen ingresos de golpe, al poco tiempo retornan a su nivel medio. A la buena la salud se la considera normal y sólo se la añora cuando se la pierde. Buscar el éxito obsesiona y se convierte en un obstáculo. Al que le va bien sigue haciendo lo mismo sin advertir los cambios que debería realizar.
Con el homo sapiens la educación para la felicidad sobrevaloró lo racional y descuidó lo emocional. La emoción es el centinela que anuncia la presencia del peligro o la ausencia de la felicidad. Relaciones profundas y pasión por lo que se hace son las claves. La felicidad es algo que siempre está en el porvenir. Es una promesa de trabajar duro hoy para mañana, pero cuando llega ya queremos otra cosa.
Economía del comportamientoy de la felicidad. Aplican la metodología psicológica la primera y la económica la segunda como termómetro para medir el bienestar emocional. La economía del comportamiento surgió en la década del 70 con Daniel Kahneman (luego Nobel de Economía en 2002) y Amos Tversky, quienes postularon que el comportamiento racional de los neoclásicos era más una excepción que una regla.
Surge un llamado a estrategias para evitar que este comportamiento irracional genere resultados económicos negativos.
No está claro como corregir tales conductas. Aún en los casos en que se encuentran daños, no está claro cómo las regulaciones podrían evitarlos. Tampoco es posible separar el comportamiento irracional que distorsiona los precios del especulativo que los empuja al equilibrio.
La mayor parte de las acciones informadas tienen que ver con obligar a empresas y organismos a dar más información a los consumidores y a ser más transparentes, pero no está claro que estos sean aportes de la economía conductual o simplemente sentido común. Es cierto que a veces tomamos malas decisiones. Pero si estas opciones reflejan los valores y preferencias de las personas, ¿podemos justificar intentos de cambiarlos?
Hay decenas de países que en la actualidad realizan mediciones oficiales de bienestar emocional en la población. Hay correlaciones en este aspecto de lo que a uno se le ocurra: se reportan subas de felicidad promedio por actividades que van desde cortar el pasto hasta ver películas tristes.
The Guardian reveló la historia de Nick Brown, un jefe de sistemas de una empresa que descubrió que la matemática detrás de uno de los trabajos más populares de psicología positiva de los últimos años contenía errores groseros. Se trata de un paper en el que se afirma que las personas que experimentan un ratio de «2,901» reacciones positivas por cada una negativa «florecen», en tanto que las que están por debajo «languidecen». Brown halló fallas en las ecuaciones con las cuales se hacían tales aseveraciones. Los números no son el fuerte en las carreras de psicología, y muchos académicos de renombre terminan acudiendo a estudiantes avanzados de economía, para que les armen las correlaciones.
La felicidad difícil de medir. Cuando existe no se advierte, pero recordamos la felicidad pasada. No advertimos la que tenemos, sí la que tuvimos. Sobre el presente sólo hay quejas. Pero es en el hoy donde se moldea el mañana. Atada al pasado o al futuro, la felicidad no se deja atrapar.
Según el Índice de Emociones Positivas de Gallup, Paraguay es el país donde más gente experimenta emociones positivas: -divertirse, reír, sentirse descansado y ser tratado con respeto- . El 87% de los encuestados reportó haber tenido experiencias positivas.
Pero en el Informe Mundial de la Felicidad de la ONU, donde se hicieron preguntas sobre el bienestar de las personas, identifican a Dinamarca, Noruega, Suiza, Países Bajos y Suecia como las naciones con los niveles más altos de felicidad. Las emociones positivas reflejan el estado de ánimo en momentos determinados, mientras que el bienestar refleja el estándar de vida. Los latinoamericanos son más emocionales, no necesariamente más felices. Expresan más sus emociones que otras culturas, y esto es cierto también para las emociones negativas.
El dinero no hace la felicidad. El dinero no la compra, pero su falta compra la miseria. No se trata tanto que ser rico sea bueno, sino que ser pobre puede ser muy malo. Lo más importante es medir la miseria para reducirla. Si el Índice de Gallup hubiese añadido una pregunta sobre si están conformes con los servicios públicos que reciben o si creen que son tan felices como los escandinavos, el resultado habría sido distinto. En lugar de hacer preguntas sobre la felicidad, habría que preguntar sobre la infelicidad. Sería menos divertido, pero más útil.
El precio del mañana. Es un film de Andrew Niccol donde el tiempo, es oro. Las personas dejan de envejecer cuando cumplen 25 años. Y ese mismo día se les activa un reloj digital que les anuncia cuánto les queda de vida. Pueden pedir horas prestadas, lograr tiempo a cambio de trabajo, empeñar algún objeto para ganar tiempo. Los poderosos, que acumulan lingotes de tiempo en sus bóvedas, acarician la eternidad; el resto, despierta cada mañana con pocas horas por vivir. El héroe del film es uno de los desfavorecidos que intenta infiltrarse en los distritos de los ricos. Una moza lo descubre, simpatiza con él y le susurra: si quiere pasar desapercibido, debes cambiar la actitud. Se te ve demasiado apurado. Tus gestos son ansiosos hasta cuando intentas parecer calmo. Quiero despertar con más tiempo en mis manos, decía el personaje.
A todos nos pasa algo parecido. Vivimos acelerados, corremos en ciudades que nos cuesta abandonar porque la adrenalina se usa como sustituto de la felicidad. En cinco minutos cierra el banco, el médico es inflexible con los turnos y no hay clase de yoga que nos calme. Pedimos días de 48 horas, noches eternas, ojos que no necesiten dormir. El mandato letal es empujar el límite y ver hasta dónde podemos redoblar la apuesta.
El deseo de los jóvenes. Todos queremos una educación pública y gratuita de calidad, el cuidado del medio ambiente, una distribución más justa del ingreso o la posibilidad de poder crecer profesionalmente. En Peter Pan de James M. Barrie, está el «País del Nunca Jamás», un lugar donde los jóvenes no crecían. Se parece a cómo viven los jóvenes de hoy en una realidad de la que no pueden escapar. Extienden la adolescencia, no pueden independizarse de sus padres, terminar el secundario o la universidad, o trabajar en aquello que estudiaron.
Según la Unesco, solamente la mitad de los estudiantes termina sus estudios, y en Argentina existen 1.100.000 jóvenes entre 18 y 24 años que no estudian ni trabajan. El nivel de conocimiento disminuyó, según los exámenes PISA, donde somos uno de los países peor rankeados. La exclusión y la deficiencia educativa repercuten en la calidad de los empleos. No pueden elegir una profesión que los haga felices. Y qué futuro podría tener la felicidad en un país en el cual sus dirigentes del futuro, no comprenden lo que leen.
Un nuevo paradigma en medicina. La biotecnología logró que el médico indague sin medios invasivos, sin entrar con el bisturí en el cuerpo. Las imágenes pueden mostrar el cerebro en detalle a pesar de estar como dentro de una caja fuerte. Ha provisto al médico de drogas curativas o paliativas, que permitieron –junto con elementos de confort como el agua potable– prolongar la vida humana como nunca había sucedido.
Pero se suele atender más a la enfermedad que al enfermo. La tecnología va en detrimento del cuidado y la atención a ofrecer a quien está con la angustia de su enfermedad. Es la deshumanización de la medicina. Médico tiene como acepciones “cuidar”, “curar” y “medicar”.
Tener razón o ser feliz. En un experimento el hombre debía estar de acuerdo en todo lo que opinara su esposa sin quejarse. Un grupo de médicos de Nueva Zelanda tomó el tema bajo la hipótesis de que pretendemos tener razón para controlar las situaciones. Así eligieron la pareja y realizaron el estudio en la casa de los sujetos experimentales. El diseño requería que la mujer quisiera tener razón y que el hombre prefiriera, ser feliz (vale aclarar que el hombre era cómplice y por eso jugaba su papel alegremente; la mujer, por su parte, no estaba al tanto del estudio).
El hombre debía estar de acuerdo en todo aun cuando ella estuviera equivocada. La observación se interrumpió al día 12, porque la situación se había vuelto intolerable: por más que él acordara en todo, la participante femenina se había vuelto crítica de todo lo que hacía. Parece ser que tener razón, o pensar que se la tiene, mejora la calidad de vida. Intentar ser feliz y estar de acuerdo aun con lo que no se está de acuerdo lleva a no ser muy feliz. Estar de acuerdo en todo no parece ser el mejor plan. Hay estudios que intentan validar todo comportamiento o tendencia psicológica.
Un mundo infeliz. Recordemos la crisis del 2008. Los contribuyentes debieron cargar en sus espaldas con el costo mientras que los culpables, los amos del mundo, se preparan para provocar el próximo cataclismo. Creamos sociedades infelices donde cada uno ocupa el lugar en el cual no querría estar. China, Brasil, India, Indonesia, Sudáfrica amortiguaron la crisis ante la caída de EEUU y Europa, para convertirse en los centros neurálgicos del siglo XXI. Pero en su lucha contra la pobreza provocan similares problemas. La felicidad que deseamos no se mide por el ingreso sino por lo que se hace con él. Cuando el dinero es un fin la felicidad es una utopía. El rey Midas al convertir en oro todo lo que tocaba se murió de hambre. El materialismo se combate con políticas de estado. El presidente francés, Sarkozy, propuso reformular la medición.
La religión de las cifras. Durante siglos se pensó que el crecimiento terminaría con la pobreza, sin embargo aumentó la desigualdad. Según el informe del comité de premios Nobel, el producto bruto interno (PBI), es obsoleto para medir la riqueza, el bienestar y la economía sustentable. Así el PBI crece en las catástrofes por los gastos en reconstrucción y no contabiliza su costo, expresa el valor de mercado pero no la salud social, no suma trabajo doméstico, voluntariado, esparcimiento, educación, salud y el nivel de seguridad. Sarkozy sugiere que incluya el sistema de salud, las vacaciones y la jornada laboral de 35 horas. EEUU es 1ro en PBI, pero en el Programa de Desarrollo Humano de la ONU, otros lo superan.
La polémica llegó al reino de Bután ubicado entre la India y China. No miden el PBI, sino la felicidad bruta interna. Las materias son esperanza de vida, bienestar económico y educación. No es una ecuación fácil. De pilares como economía, cultura, medio ambiente y gobierno, desglosan bienestar, ecología, salud, educación, cultura, uso del tiempo, vitalidad social, gestión y variables dispares como la oración o pensar los suicidios.
La teoría de la copa desbordada. Decía que la copa desbordada del vaso de los ricos se volcaría sobre la sociedad. Pero la ciencia y la tecnología subieron por el ascensor y el hombre por la escalera. Socializarse para desarrollar el potencial se contrapuso al individualismo, la insociable cualidad de doblegarse ante el deseo. La nueva cultura se opuso a la natura. La Naturaleza tiende a autorrealizarse pero el hombre depredó sus bienes y violó el principio de no ir contra su garante. Su insociable sociabilidad desarrolló su fuerza ante la pereza pero lo llevó a la ambición desmedida, al afán de dominio. Sin eso sería un animal doméstico que no habría llenado el vacío que dejó la creación a su destino racional. Ha llegado el momento de ajustar las acciones a una razón que lleve al debe ser, considerando al hombre como un fin en sí mismo.
La sociedad de consumo. Huxley en “Un tiempo feliz” anticipó que el hombre aceptaría ser esclavo a cambio de placer y entretenimiento.
El hombre moderno es teledirigido. La sociedad de consumo desata pasiones como la atracción por las estrellas mediáticas. Sin demasiado interés, elige gobernantes, necesita que le digan en quién creer, cómo educar a sus hijos. Con un radar sigue las ondas que le marcan. El hombre feliz es autodirigido, innovador, audaz. Genera ideas, inicia negocios, funda regímenes. Tiene la brújula interna que lo ilumina, es creador de su futuro.
En Finlandia, por ejemplo, los maestros son las estrellas de la sociedad y no los ricos y famosos.
Avanzar despacio y llegar a tiempo. Hay que cambiar los paradigmas de tiempo es dinero, más es mejor y primero yo. Estrés, cerebro quemado, fatiga crónica y depresión resultan de la sobre estimulación y de la sobre agenda. Los cultores de la marcha lenta trabajan para vivir, no viven para trabajar, defienden la cultura local, la biodiversidad y el buen uso de la tecnología. Miles de japoneses se suicidan porque no soportan esa vida.
La tecnología crea sistemas tan veloces que no puedan usarse, softwares complejos que exigen cambiar la PC cada año ¿Para qué tanto apuro? Lo ideal es trabajar por metas y no por horarios. Vivimos 700.000 horas, 70.000 las ocupamos trabajando. Concentrémonos en las 630.000 restantes.
Educar la mente. Vivir a mil desconecta la conciencia, la tensión mata y la creatividad muere. Corremos como bomberos sin métodos facilitadores de la acción. Quien administra bien el tiempo construye desde su capacidad plena, valoriza la lectura, integra cuerpo y cerebro, relata cuentos a los hijos, pasa más tiempo con amigos, aprende a crear. En el film «Perfume de Mujer» el ciego invita a la chica a bailar, ella responde: “no puedo, mi novio llega en minutos». Él contesta: “pero en un momento, se vive una vida» y bailan un tango. Es el momento crucial del film. John Lennon dijo que: “la vida se nos pasa mientras planeamos el futuro«. La felicidad no es la estación a la que llegamos sino el modo de viajar.
Dr. Horacio Krell. Ceo de Ilvem. Mail de contacto [email protected]