Sueños, lleno de sueños. Así vivía Walt. Soñó un parque de diversiones como nunca nadie antes lo había hecho. No hay duda, a los grandes creativos los seducen y acompañan los grandes sueños. Esos que atizan el espíritu y el temple para las grandes acciones y los emprendimientos colosales.
Su primer gran sueño, su primera gran idea fue un largometraje de dibujos animados por el cual invirtió alrededor de un millón quinientos mil dólares. Una idea por la cual todos apostaban al fracaso. Sin embargo nada fue un obstáculo definitivo para producirla. La película fue…Blancanieves y los siete enanitos. Una innovación disruptiva en el ámbito de la industria del entretenimiento.
Su segundo gran sueño, su segunda gran idea fue Disneylandia. Alguna vez respecto de su visión dijo lo siguiente: “nunca pude convencer a los financieros de que Disneylandia era un proyecto factible porque los sueños no ofrecen garantía de pago”. ¡Fantástico!.
Su filosofía se resumía en pocas palabras: “pensar, creer, soñar y…atreverse”. Hasta su hermano Roy pensaba que sus ideas eran “estrafalarias” y era dificultoso que entendiera su visión.
Al fin y al cabo Disneylandia era solo…una idea.
Se decía de Walt Disney que mientras estaba en ejecución con un proyecto pensaba en otros cinco proyectos a la vez. Su cabeza no paraba de pensar. Su corazón no paraba de latir con intensidad. Su curiosidad no podía ser saciada con facilidad.
Con mayor o menor intensidad, estas cualidades acompañan a la generalidad de las personas con rasos creativo-divergentes.
Walt era un fanático de las nuevas ideas, una persona deseosa de rodearse de gente con espíritu imaginativo e innovador, siempre deseoso de nuevas tecnologías y oportunidades.
Sin embargo la creatividad individual y corporativa está alineada claramente con los conceptos que más tarde se conocerían como de calidad total. La creatividad no era excluyente de la excelencia. Dijo alguna vez: “hay que hacer lo que haces tan bien, que quienes vienen a verlo regresen para verte hacerlo de nuevo, y le digan a los demás que tienen que verte como hacerlo”.
En torno a la calidad total y su entusiasmo por los detalles es célebre la anécdota en la cual hizo filmar toda una secuencia de imágenes ya que “detectó” (solo él pudo verlo en un grupo número de Disney) que se veía un alambre en un pulpo mecánico. La nueva filmación costó 250 mil dólares. Solo un pequeño alambre prácticamente indivisible.
Un benchmarking Waltdisneyniano no vendría nada mal ¿verdad?
Me saco el sombrero. Es lo menos que merece Disney. ¿No les parece?
• Prof. Germán Castaños. Creativo. Consultor en creatividad. www.ideavip.com.ar.
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