En estos días resulta difícil vislumbrar el día en que la pandemia del coronavirus sea un recuerdo del pasado, porque hoy nos afecta a todos y no entiende de nacionalidades, etnias, convicciones o patrimonios. En este contexto, el dilema del prisionero es un ejercicio muy interesante para reflexionar. Imaginemos dos sospechosos de un crimen que son atrapados y recluidos cada uno en una celda.
El juez les ofrece las siguientes opciones:
1) Si ambos confiesan el delito, 6 años de prisión para cada uno.
2) Si ambos niegan el delito, 1 año de prisión para cada uno.
3) Si uno confiesa y el otro lo niega, quien confiesa, sale libre, quien lo niega recibe 10 años.
Visto así, parecería evidente que la mejor opción es que ambos negaran su participación en el hecho y que, luego de un año, salgan libres. El problema, indica la teoría de los juegos, radica en la confianza. ¿Qué hará el otro? El resultado de mi decisión dependerá de la decisión del otro. Sobre la decisión del otro yo no tengo influencia alguna. Sobre la decisión del otro no tengo información alguna. Si yo hago lo correcto, pero el otro no lo hace, saldré perjudicado ¿No debería entonces jugar a lo seguro y actuar de modo egoísta?
Compliquemos la situación aún más: imaginamos que dejamos a los dos sospechosos conversar entre ellos unos minutos y llegar a un acuerdo sobre: que dirán cada uno de ellos al juez… seguramente “acuerden” negar ambos el delito. Es lo lógico, porque beneficia a ambos por igual, pero ¿Qué sucede si uno traiciona al otro y confiesa para salir libre?
La teoría de juegos está basada en estudiar los incentivos y su influencia sobre nuestras decisiones. ¿Qué incentivo nos mueve a hacer qué? ¿Cómo se sopesan las posibilidades? ¿Cómo juegan los miedos, la desconfianza, los valores y nuestros principios en nuestras decisiones?
En tiempos de COVID-19
Pensemos ahora en algunas acciones, reacciones y cuestionamientos de la gente.
1) Acopiar mercadería por si llega el desabastecimiento y otro compró todas las existencias y yo me quedo sin nada.
2) Guardar la cuarentena cuando no sé si otros lo están haciendo.
3) Lavarme las manos con frecuencia y usar medidas preventivas para no contagiar ni contagiarme estando convencido que no todos lo cumplen.
4) Me quedo en casa el mayor tiempo posible cuando veo que muchos salen a pasear por plazas y parque.
Claramente la confianza, la justicia y los valores son parte de este “juego”. Aquí es donde entra el poder del Estado, como impartidor imparcial de Justicia. Aquí es donde deben pesar los valores personales, como fiel de una balanza ética. Aquí es donde la sociedad adquiere valor al buscar auto-regularse, evitando excesos sin dejar de exigir responsabilidad colectiva.
¿Estamos listos, maduros y dispuestos a avanzar y seguir aprendiendo? El juego ya comenzó… y no es un juego.