«Ya lo dije en 1997. Es muy difícil que yo pueda hacer televisión». Cuando Alfredo Casero repite una y otra vez esa frase se refiere no a sus brillantes participaciones en ficciones locales, sino a productos más caserianos y menos comerciales, quizás, como el mítico Cha Cha Cha.
Pero Alfredo tenía ganas, precisamente, de hacer algo como Cha Cha Cha, aunque en cine. Por eso se le ocurrió que, en lugar de pedir subsidios o buscar inversores, podía ofrecerles a los propios espectadores que financiaran la película, comprando por anticipado las entradas. ¿Por qué no?
La idea es buena, no es nueva y va ganando popularidad rápidamente. En la jerga de los negocios web se le llama crowdfunding. Todos los años se filman películas, se graban discos y se lanzan empresas financiadas por los aportes (pequeños, casi siempre), de centenares o miles de personas interesadas en la realización de un proyecto.
El de Casero, en particular, se llama Cha3Dmubi, y tiene como objetivo asegurar para la película una masa crítica mínima de espectadores. Es una suerte de preventa que permite recuperar el dinero invertido aún antes del estreno y, lo que es más importante, asegurarse que haya un número suficiente de espectadores aún antes de empezar a filmar. Algo similar sucede con Orsai, la revista que Hernán Casciari y Christian «Chiri» Basilis hacen desde Barcelona. Ellos saben cuántas revistas vendieron (y cobraron), antes de mandar el material a imprenta.
Pero el fenómeno es mucho más amplio e involucra no sólo los proyectos artísticos y empresas en busca de financiamiento, sino webs especializadas en unir a las partes. Son los Mercado Libre del financiamiento masivo (la otra forma de llamar al crowdfunding). La americana Kickstart, que opera desde 2009, es una de las pioneras, aunque este fenómeno sea mucho más viejo y pueda rastrearse hasta 1997, al menos, cuando la banda británica Marillion financió su gira por EEUU enteramente a través de aportes de sus fans, recaudando más de US$ 60.000 en pocas semanas.
Otra de las plataformas más conocidas es IndieGoGo, su principal competidora, así como RocketHub y Flattr. Por su parte Verkami, en España y Bananacash e Ideame en Latinoamérica, permiten el mismo esquema para artistas y emprendedores hispanos.
Cada una tiene su especialidad y perfil. Verkami, por ejemplo, sólo acepta proyectos artísticos o solidarios y pone un plazo máximo de 40 días para alcanzarlo. Ideame, por su parte, no acepta proyectos estrictamente caritativos pero sí incluye las creaciones de inventores.
En este sistema hay varias cosas que están claras:
1. Pese a que la mecánica de funcionamiento podría hacerse totalmente off line, Internet ha potenciado increíblemente este tipo de iniciativas. El poder de las comunidades que se forman, comunican e interactúan a través de la web es algo que ha transformado el mapa de los emprendimientos a pequeña escala.
2. El sistema es especialmente útil y bien recibido dentro de la comunidad artística por dos sencillas razones: en primer lugar porque un artista a menudo ya tiene su pequeña o gran comunidad de seguidores, dispuesta a apoyarlo, y en segundo lugar porque les ahorra seguir los caminos comerciales tradicionales, algo que detestan.
3. El esquema, aunque tenga variaciones menores, es básicamente el mismo. Alguien propone un proyecto o idea, lo promueve en las redes sociales, pide aportes financieros (o prevende el producto) y ofrece algo a cambio (el producto, algún premio o algún tipo de reconocimiento). Además, si el proyecto se promovió y financió a través de una plataforma como las mencionadas, al aporte de los fans hay que restarle la comisión que cobra el sitio.
4. Pese al rápido crecimiento que ha experimentado en los últimos dos años, el crowdfunding tiene aún mucho recorrido por delante. Poca gente lo conoce aún y su grado de desarrollo es comparable, probablemente, al que tenía el comercio electrónico en los primeros años de eBay.
Si uno piensa en este último punto la imaginación se dispara. En pocos años podríamos ser testigos de un mercado consolidado en el que creadores y emprendedores originales podrían ponerse en contacto y recibir apoyo de miles de entusiastas que creen en sus ideas y aportan pequeñas sumas para acceder a sus creaciones o productos, o simplemente para ser reconocidos como parte del proyecto.
Un mundo en el que los músicos podrían grabar sin tener un contrato con una discográfica, los escritores podrían publicar sin haber pisado nunca una editorial o los emprendedores podrían poner en marcha una empresa sin haber presentado un solo papel en un banco.
Pero, esperen un momento, eso no es el futuro. Eso ya está sucediendo.
Autor: Eduardo Remolins
Fuente: La Nación