Le estamos dando a la sociedad una mente propia.
Por una parte, esto es muy emocionante, porque puede llevarnos hacia un nuevo Renacimiento en el siglo XXI. Veremos mucha creatividad apareciendo por todas partes como pasó en el siglo XV, pero, a la vez, es muy aterrador porque la gente no está acostumbrada a no tener una autoridad cerca.
Eso es lo que quiero decir cuando hablo del “borde del caos”.
Es una expresión que los científicos utilizan para describir períodos de grandes turbulencias, cuando una nueva vida nace de la caída de la vieja. Cuando la complejidad y el caos se fusionan en un nuevo orden y nos encontramos en ese lugar al “borde del caos” hay un gran potencial para la creatividad, pero también por definición son un tiempo y un lugar muy difíciles y llenos de problemas.
Creo que es ahí donde nos encontramos en este momento.
La promesa vacía del progreso
El progreso económico ha resultado ser una promesa vacía. Esperábamos tener una sociedad más justa, más ordenada; una sociedad en la cual las personas tuviesen básicamente una vida sencilla, calmada y decente. Y no es así.
Tenemos sociedades que están mucho más divididas de lo que quisiéramos porque en nuestra incansable búsqueda de la “eficiencia” estamos polarizándonos en los “tiene” y los “no tiene”.
Nos estamos dando cuenta de que el trabajo cada vez puede resultar más apreciado o menos apreciado, por lo cual los ricos se vuelven cada vez más ricos y los pobres se vuelven cada vez más pobres, a veces en términos relativos y a veces en términos absolutos. Está emergiendo una clase baja y está creciendo una clase más alta aún.
Durante años hemos situado la búsqueda de la eficiencia y del crecimiento económico sobre todo lo demás porque entendíamos, que en ello consistía el camino hacía el “progreso”. Pero lo hemos llevado a cabo a expensas de nuestros trabajadores, de nuestras comunidades y, tal como nos hemos dado cuenta en los últimos años, de nuestro medio ambiente.
También hemos aplicado la idea de competitividad global a cosas que realmente no pertenecen a ese ámbito. Me refiero a actividades como la salud, la educación, el gobierno local, las organizaciones del bienestar social y las pequeñas industrias de servicios. Estas no tienen que competir con el mundo en cuanto a eficiencia de costos, pero insistiendo en que lo hagan estamos consiguiendo que el método y la eficiencia sean más importantes que el resultado. Esto es una manera incorrecta de pensar y una mala economía. En este proceso estamos creando una sociedad que no está a gusto consigo misma.
Esto es muy difícil de comprender porque es muy confuso. No es como una situación de guerra cuando uno sabe muy bien quién es el enemigo. Ahora el enemigo somos nosotros y nuestras sociedades, porque contra lo que estamos luchando es contra nuestro propio sistema de valores, nuestros propios principios. Estamos descubriendo que lo que creíamos que era correcto, es decir, ser más eficientes, trabajar con más ahínco y ser más ricos, no nos lleva al Nirvana que buscábamos.
Al menos no a todos. Lo cierto es que los que están consiguiendo más dinero son los que no están seguros de que valga la pena.
¿Quién quiere ser rico en la tumba? Y los que no están consiguiendo ganar dinero piensan que el mundo no tiene sentido porque el dinero es lo único que vale la pena poseer, y ellos no lo tienen.
¿Esta usted preocupado por el futuro capitalismo?
Sí, lo estoy. El capitalismo se basa en que la gente trabaje muy fuertemente para hacer ricas a otras personas, con la esperanza, a veces errónea, de hacerse ricos ellos también.
Bajo el capitalismo, el crecimiento depende de hacer que unas personas envidien a otras personas para que deseen lo que las otras poseen. Creo que esta visión del mundo es bastante desagradable. Por otra parte, si no generamos riqueza, todo el mundo será tan desgraciado como lo era antes de la Revolución Industrial. Adam Smith dijo que el crecimiento económico tenía el poder de acabar con la pobreza, de hacer que las personas fuesen más felices y de la pobreza, de hacer una vida más saludable. Por tanto, de acuerdo con sus palabras, ninguna persona sensata puede estar en contra de ese crecimiento.
Pero también dijo que el crecimiento no restringido podía llevar hacía una economía de “cosas inútiles”. Por tanto, pienso que nos encontraremos descendiendo por una carretera sin salida si seguimos persiguiendo el crecimiento económico como si éste fuese lo único importante. A veces podemos pagar un precio demasiado alto por el éxito.
Recientemente hicimos una visita al sur de la China y a la provincia de Guandong, cerca de Hong Kong, donde el índice de crecimiento ha sido de un 12 por ciento al año. Y en Shentzen City, una nueva área económica, donde el índice es del 21 por ciento al año.
Cuando algo está creciendo de esa manera, las personas no caminan, corren, con sus teléfonos móviles pegados a la oreja, y esto lo puede ver uno por todas partes allí. Es lo que algunas personas llaman “el salvaje Este del capitalismo”, y con mucha razón.
Esto está causando una elevada tasa de destrucción. La Tierra está siendo asolada en todas partes para crear una base nivelada para nuevos edificios y autopistas. El índice de contaminación se ha disparado. Las personas caen de los edificios y se matan cada día porque no hay leyes o regulaciones de seguridad industrial.
Hay escasas leyes eficaces. Es realmente como la fiebre del oro.
Uno se pregunta por qué están haciendo esto, porque parece que están creando una sociedad horrible. Al fin y al cabo, a la larga, ¿quién querrá ser rico en un desierto social como ése, o hacerse viejo en una tierra de desechos así?
Lo mismo puede aplicarse a las sociedades capitalistas de todo el mundo. ¿Quién querría tener éxito en el tipo de desierto social que corremos el riesgo de crear en nuestros propios países? Incluso podemos correr el riesgo de tener que rodearnos de altas vallas y guardias armados, como en la zona de lata del norte de Johannesburgo, para sobrevivir en la
tierra que hemos creado.
Debemos preguntarnos por qué estamos haciendo esto. En el proceso estamos trabajando tanto que corremos peligro de perder nuestra humanidad. La vida está hecha para vivirla, y, por supuesto, el trabajo forma parte de la vida pero hay más cosas.
Esta lección la aprendí de Italia, donde pasé mucho tiempo: el proceso de vivir es un trabajo de jornada completa. En Italia el solo hecho de vivir -hablar, comprar, cocinar, comer, la familia y todo lo que conlleva- consume realmente un día entero. Es un milagro que los italianos consigan hacer algo de trabajo. Pero esto hace que su vida sea más rica, que tengan más razón de existir.
Por todas partes veo personas que van a la oficina cada día y vuelven de ella con sus maletines llenos de papeles para poder leerlos durante la noche y volver al día siguiente a la oficina para vaciar de nuevo sus maletines. Uno creería que esto se encuentra en la causa de alguna gran religión o cruzada, o sólo es una colosal pérdida de tiempo. ¿Por qué realizar todo eso sólo para hacer que los accionistas sean más ricos aún? Todavía tenemos que hacer un gran trabajo de redefinición fundamental si no queremos perder la carretera hacia el futuro que creíamos que el capitalismo había ganado. (continuará)…
* Charles Handy. Irlandés. Es el pensador en Administración más influyente del viejo continente. Fundó la London Business School. Escribió varios libros, entre ellos La Edad de la Paradoja, La Edad de la Insensatez y Los Nuevos Alquimistas – Cómo la gente visionaria hace algo a partir de la nada. |