EL EMPRENDEDOR SABE QUE SI LA JAULA SE ABRE, AFUERA TIENE LA LIBERTAD DE PROYECTARSE CON TODO SU POTENCIAL. Y NO REGRESARÁ.
“…En el río de la Plata, llamamos bobo al corazón. Y no porque se enamora: lo llamamos bobo por lo mucho que trabaja”.
Eduardo Galeano, “El sistema” en El libro de los abrazos.
Cuando era chica, mi abuelo me regaló un pájaro; o, para decir la verdad, me regaló una jaula donde vivía “el negrito”, un cabecita negra muy simpático que cantaba su idioma haciendo eco de mis canciones frente a su puerta. Su calidad de vida era excelente: recibía mimos, estábamos pendiente de que ningún gato se acercara a la jaula, y el recipiente de comida estaba lleno.
Años más tarde me pregunté si le estábamos dando lo mejor. Y me dije: “se acostumbró a que lo mejor es esto”; ¿pero lo mejor para un pájaro es tener inhibida su posibilidad de volar?
Abrí la puerta de su encierro. El negrito se fue.
Dos días después estaba parado al lado de la jaula, moviendo sus alitas en el lugar, como pidiendo por favor que lo dejásemos entrar.
Recordando aquella anécdota, trasladé la situación del pájaro a la de un hombre; luego fui un poco más lejos, y pensé en el hombre emprendedor. Entonces, como aquella vez, me dije: “Sin embargo, los hombres podemos desafiar el miedo a la libertad, deshacer la costumbre que nos hace creer que ‘eso es lo mejor para nosotros’, y crear una norma propia cuya concreción sea un nuevo proyecto”.
Por eso, si un emprendimiento nos enjaula en su costumbre, habituándonos a la practica de una regla de conducta que nos hace girar como un trompo en el lugar, los emprendedores sabemos que, aunque llevará un tiempo de reflexión y valentía, podemos generar un cambio que nos haga sentir libres.
La libertad no consiste en hacer todo lo que deseamos, pero tampoco es libre quien cree que lo mejor y lo único posible es ese hábito al que retroalimenta, inhibiendo su posibilidad de crecer.
Porque los emprendedores sabemos que si la jaula se abre, afuera está la libertad de proyectarnos con todos nuestro potencial. Si escuchamos las voces nítidas de nuestro corazón, y no ignoramos lo que nos dicta, no regresaremos a “lo mejor” que nos hacía sentir un poco menos vivos.
Porque, no hay caso, la razón puede trabajar perfectamente y, hasta construir una permanente infidelidad contra nosotros, pero si nos atrevemos a sentir que la jaula, inmensamente más grande que aquella en la que estábamos encerrados, es la superficie infinita del aire, tal vez una emoción nos haga actuar el cambio, y un suspiro nos devuelva nuestra identidad.
* Gisela Mancuso. Abogada, redactora, escritora, ganadora de numerosos concursos literarios.