“Se me hacía tarde, ya me iba
siempre se hace tarde en la ciudad
cuando me di cuenta estaba vivo
vivo para siempre de verdad…”
“Euforia”, en El amor después del amor, Fito Paez.
Tengo miedo. Creo que he perdido todo lo que de bueno tiene el ser vulnerable. Me animo a confesarte en este momento, que son las cero horas de un reloj tardío, que he deseado besarte por años y jamás pude desprenderme del traje del “crecimiento”, como si no fuera acaso la desnudez de nuestra sustancia lo que nos cura de todos los males. Y yo fui un emprendedor que temió. Temí por mí. Temí herirte. Tampoco encontré en tus gestos indicio alguno que pudiera echar por tierra mi cobardía…Casi no me mirabas…
Las frustraciones han ocultado el brillo adolescente de mis ojos precisos…
Si hasta quise montar una fábrica de triciclos y bicicletas, y no lo hice, aún a pesar de lo que me gustaba el negocio: ver entrar a los niños en busca de su rodado adecuado, o a los padres entusiasmados anticipándose con sus roles de papa y mama noeles. Me dolió tanto cuando por doblar –siempre acelerado- en aquella esquina me enganché los pies en las cadenas de mi primera bicicleta, ¿te acordás? Desde entonces me he diagnosticado un severo “no puedo”.
No pude besarte. Acometer mi cariño sobre tu boca.
No pude montar la empresa de mis sueños. Desafiar a mis propias sentencias.
Yo también tuve mis accidentes. Fueron varias las secuelas de aquél choque de
bici contra la puerta de entrada de la vecina mientras vos estabas riéndote en la vereda de enfrente intimidándome con bombitas de agua. También quise competir en importantes campeonatos porque eso de “rodar” me fascinaba. Y tuve miedo.
Y también tuve miedo de mirarte.
Porque por miedo no quería que des-cubras el brillo adolescente con que mis ojos te hubieran insinuado mi deseo de besarte.
Todo indica que el resultado de la suma de dos miedos es la desaparición de ambos.
Todo indica que todo lo que nos aconteció lo fue en una circunstancia irrepetible; de manera que de nada valió que asociaras “tu enganche con las cadenas” con tu represión frente a tus ganas de montar un negocio; y que de nada valió que yo no entrenara para competir sobre dos ruedas por haberme chocado una vez defendiéndome de tus ataques de agua carnavalera…
Dame un beso… DES-CUBRETE…
Dos amigos de la infancia, muchos años después.
En el proceso de nuestro crecimiento personal ¿descubrimos quiénes somos realmente o nos des-cubrimos de los atuendos convencionales y protectores con que nos hemos vestido para andar cada camino nuevo posterior a una frustración? ¿El emprendedor encuentra su esencia talentosa e innata en el andar o, acaso, se des-cubre de todas las inseguridades con que arropó el que fue y es pero escondido? ¿Es buscarnos y encontrar algo que jamás estuvo o nos cantamos piedra libre en nuestro singular juego de las escondidas?
Lo cierto es que siempre cumplimos roles diversos según sea el ámbito en el que nos desenvolvemos o el tipo de relación que estamos construyendo. Y es conveniente (y sano) que esto sea así porque no sin ciertos “parámetros preestablecidos y previsiones necesarias” cada circunstancia de la vida nos demandará una improvisación.
Sería interesante, sin embargo, que sepamos distribuir separadamente en nuestro ropero los distintos disfraces que utilizaremos en nuestro andar, sin olvidar que “esencialmente” somos los que estamos frente al ropero preguntándonos qué nos vamos a poner, y no lo seres ya vestidos con las armaduras defensivas y hasta dañinas si “creemos que somos ellas”.
Para ser emprendedor inicialmente lo que mejor nos quedará puesto es el cerrar de ojos frente a todos los “no puedo”, para enfrentarlos con la indiferencia y con nuestro espíritu genuino y creador, sin ropa, solo con la emoción irradiada en la piel de gallina de nuestra propia desnudez entusiasmada en conjugarse con nuestro ser. Luego sí, luego sí, vendrá la estructura, el disfraz hojalata, la barrera de hierro o la camisa de seda, según nos indiquen nuestras percepciones. Porque no somos incrédulos: en el camino hacia la concreción de nuestros proyectos nos toparemos con gente que está igualmente cubierta. Es primordial entonces que nos des-cubramos en soledad y nos vistamos cuando sea necesario, conscientes de preparar diversas tácticas y estrategias para llegar al atuendo del otro… O para llegar al otro si es que una actitud receptiva para un beso o un abrazo es lo que deseamos… El “no” no existe hasta que alguien lo pronuncia… No sea cosa de que nos perdamos el sí por adivinar cobardemente el “no”.
Porque el que emprende es él y sus circunstancias, él y sus roles o él, solo él cuando lo que desea es emprenderse con alguien desde el afecto.
Porque los emprendedores hacemos empresas, pero también sentimos; y es porque sentimos que hacemos empresas. Con el brillo adolescente de nuestro ojos precisos.
* Gisela Mancuso. Abogada, redactora, escritora, ganadora de numerosos concursos literarios. [email protected]