Emprender, entre otras cosas, es tomar el volante de tu destino y conducir hacia la meta. Y como en cualquier camino que transitemos y vehículo que conduzcamos, siempre estamos sujetos a chocar. Colisionan autos, motos, trenes, barcos y aviones, ¿porqué no podrían estrellarse los emprendimientos?
Cuando te proponés “bajar a la tierra” tus sueños e ideas, con certeza vas a colisionar en algún momento con algún factor externo que te retrasará y obligará a modificar el rumbo de tu negocio para poder seguir avanzando.
Te subís a tu idea, encendés el motor del proyecto, comenzás a andar por el sinuoso camino de las ventas, el posicionamiento, el armado del equipo y cuando sentís que la autopista está cerca, zas!, comienzan los escollos.
Te chocás de frente con la burocracia, la falta de financiamiento, el fisco voraz, el mercado que no era tan dócil como creías, los pocos ingresos y los altos costos, etc.
Este es un momento crucial, porque tenés que decidir entrar a boxes y abandonar la carrera o entrar a boxes para hacer un ajuste y salir con más potencia hacia delante.
Lo importante no es siempre llegar primero sino llegar a la meta.
Tal vez la historia de John Stephen Akhwari te sirva de ejemplo.
¿Quién es Akhwari? Es un maratonista tanzanio que en las olimpíadas de México 1968 entró en la historia con una hazaña conmovedora (extraída de El Deporte.com):
20 de Octubre de 1968, Ciudad de México, estadio Olímpico. Las 19:00h. La ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos había concluido. Los espectadores y los participantes, tras los clásicos momentos de euforia, mezclados con la tristeza de decir adiós a unos Juegos Olímpicos, la máxima expresión del deporte, empezaban a abandonar el estadio. Ya había anochecido. De repente, por los altavoces del estadio, para sorpresa de los que seguían en él, se pide a los asistentes que se sienten. Mientras, no muy lejos de allí, las sirenas de coches de policía rugen, y numerosas motocicletas, con los faros encendidos alumbran el discurrir de un atleta que se dirige al estadio olímpico.
En el estadio nadie entendía nada. ¿Por qué no podemos irnos?, ¿qué está pasando? Tras unos minutos de dudas y rostros sorprendidos, el speaker anuncia que un corredor de maratón está llegando al estadio. Hacía una hora, aproximadamente, que se había acabado la carrera. Las medallas ya colgaban del cuello de los corredores pero…el maratón, para sorpresa de todo el mundo, no había acabado. De repente, la gente cercana al túnel de entrada al estadio empieza a aplaudir y, en pocos segundos, el estadio entero ovaciona, como pocas veces se ha visto, a un atleta que está entrando en el estadio. Lleva el dorsal 36.
John Stephen Akhwari, nacido en 1942 en Mbulu, Manyara, Tanzania, apareció en la oscuridad. Entró al estadio olímpico con muestras de dolor en cada uno de sus pasos, su pierna mal vendada con unos pañuelos sangraba. Cruzó el túnel andando. No podía más. Le quedaban 400 metros. Los 400 metros finales del maratón, la carrera por excelencia, la carrera que pone a prueba el valor, determinación y capacidad de sufrimiento de los atletas. La respuesta del público que seguía en el estadio fue sobrecogedora. Estaban presenciando uno de los mayores ejemplos de valor y superación que se recuerdan.
Para sorpresa de todos, Akhwari, en cuanto pisó el tartán de la pista, se puso a correr. Lento, arrastrando su pierna derecha, con claros síntomas de dolor, agotamiento y sufrimiento, el atleta tanzano recorrió, jaleado por todos y cada uno de los presentes, los 400 metros finales del maratón de los J.J.O.O. de México. Y llegó. John Stephen Akhwari cruzó la línea de meta, completó los 42,195 km. y cumplió su sueño. En cuanto cruzó la línea, cayó en brazos del personal médico que inmediatamente lo trasladó al hospital.
Al día siguiente, Akhwari atendió a los numerosos periodistas que querían saber más de él. Todos querían transmitir al mundo las primeras palabras y la historia de uno de los héroes de esos Juegos Olímpicos. Akhwari explicó que se había caído más o menos en el Km. 19, golpeándose la rodilla y, como se pudo comprobar en la revisión médica posterior, dislocándose un hombro. De repente, uno de los periodistas le preguntó “¿Por qué después de la caída, con el dolor que sentía, y sabiendo que no tenía opciones de alcanzar una posición destacada, decidió seguir y acabar?”. Akhwari le contestó, con una frase que ha quedado para la historia, «My country did not send me 5. 000 miles to start the race, they sent me 5.000 miles to finish it » (“Mi país no me envió 5.000 millas para que empezase la carrera, me envío 5.000 millas para que la acabase.”)
Dos años después del drama de México, Akhwari terminó quinto en la maratón de los juegos Commonwealth Games disputados en Edimburgo. En 1983, tres años después de su retirada, recibió la medalla de honor al héroe nacional de su país y posteriormente se fundó la “John Stephen Akhwari Athletic Foundation”, una organización que apoya la formación y entrenamiento de atletas tanzanos con el objetivo de que puedan participar en Juegos Olímpicos.
Todos podemos ser Akhwari. Todos empezamos y podemos terminar. El deber y el placer están en concluir lo iniciado, en no dejarnos vencer por los escollos que pueden superarse. En la vida, como las maratones y en los negocios, no ganan siempre los más veloces, sino los más constantes.
Feliz semana, felices emprendimientos, feliz vida para todos.
Marcelo Berenstein
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