Por un lado, hacemos un culto de la hermandad latinoamericana. Por otro, nos asumimos imagen y semejanza de Europa. Y al unísono, nos hallamos deleznando el subdesarrollo regional y criticando la indiferencia de los parientes del viejo continente. No hay Dios que pueda comprender los parámetros con que establecemos lo bueno y lo malo; lo correcto y lo equivocado. Lo que queremos y lo que no. Esa misma contradicción se hace presente en el escenario político. La única forma de analizar qué sucede es aceptando de ante mano una aguda división entre actos y palabras, entre lo que es y lo que debiera ser… En los últimos días pudo corroborarse nuevamente que nada es lo que parece ser. Y no se trata de un juego dialéctico ni de una oratoria rebuscada. Un ejemplo: Los secuestros han dejado de ser motivo de reacciones sociales, no despiertan a la dirigencia ni derivan en políticas concretas; se han convertido en esperas angustiosas e indiferencia gubernamental. Asimismo, la aparición con vida de la víctima deviene en festejo. Un hijo regresando al hogar amerita algarabía sólo cuando en la sociedad, lo común adquiere la dimensión de lo normal.
Gabriela Pousa, Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE) Estudios en Sociología del Poder (Oxford).