La autoestima es fundamental para sobrevivir en entornos competitivos y un activo económico que demanda recursos de innovación e independencia. La autoestima se mide por lo que hacemos: si es muy baja asumimos tareas de poco valor, si es muy alta encaramos grandes proyectos.
La mente tiene la capacidad autosugestiva de transformar en acto lo que acepta. En la “profecía que se autorrealiza”, el pensamiento ejecuta la creencia, ya sea positiva o negativa. Por eso conviene nutrirse de imágenes éticas y positivas. La autoestima es la sana convicción de poseer la capacidad para alcanzar la felicidad y afrontar las dificultades.
El nivel actual de autoestima Conocerlo es la clave para superarlo. Comienza por aceptarnos y conocer el deseo que nos mueve, porque si el querer es grande cualquier obstáculo se vuelve pequeño.
Asumir la responsabilidad. Evitando la tentación de buscar culpables.
Ser auténtico. Actuando proactivamente y no por mera reacción cuando algo pasa.
Sostener un rumbo. Manteniendo los fines aunque varíen los medios.
Ser congruente. Haciendo lo que se dice.
La autoestima como capital social. Como la autoestima es causa y consecuencia del éxito, hay que incentivar los valores que la promueven. Creando autoestima en los demás generamos valor agregado. Para eso hay que premiar la iniciativa, permitir que aprendan de la experiencia, que puedan equivocarse sin temor, respetar el disenso, cambiar la cultura autoritaria, otorgar poder de decisión y recursos, cumplir con los compromisos.
El culto por el otro no consiste en tratarlo como uno mismo quisiera ser tratado, sino como él prefiere que lo traten. Sumando nuestra autoestima a la de quienes ayudemos a conseguirla, la socializamos.
Cierre sus ojos e imagine por un momento cómo sería la productividad de una sociedad donde todos sus miembros tuvieran en alto su autoestima.
Horacio Krell es presidente de Ilvem y recibe sus consultas en horaciokrell@ilvem.com