Hace algunos días escuchaba, en un matutino viaje en taxi, al conductor de un programa radial entrevistando a un “Presidente de la Asociación para la Revalorarización y Defensa del Burro”, o algo por el estilo, de alguna comarca española. Luego de las previsibles citas del conductor a Don Juan Ramón, Platero y otras obviedades, comenzó un dialogo con el castizo Presidente al que yo por el momento presumía un cómico autóctono. Luego de un elogio sobre las cualidades afectivas e intelectivas del burro, el Presidente se despacho con un: “Y no vaya usted a creer que esto lo decimos porque amamos los burros, lo que es cierto. Los estudios de los etólogos sobre las capacidades cognoscitivas del burro…” de donde, rápidamente inferí que el entrevistado era realmente quien decía ser, ningún cómico que se precie abrumaría a su auditorio con un par de términos incomprensibles para la mayoría como etólogo y cognoscitivo en la misma frase, y comencé a seguir con atención su discurso ya en su final. En él, el Presidente decía “Y además podría contarle como desde antiguo los burros eran utilizados por los constructores de caminos de montaña para hallar la mejor traza…”
Y allí vino a mi memoria una historia que creo vale la pena repetir y, como el título lo promete, divagar sobre ella.
Me la contó, cuando yo era un joven estudiante, el Ingeniero Robinson, un acriollado norteamericano amigo de mi padre, que durante cuarenta años trajino el país como ingeniero ferroviario. Según la misma cuando en 1916 el Ingeniero Fontaine Maury, también norteamericano y su jefe, fue encargado del proyecto del imposible “Trasandino del Norte” por el Paso de Huayquitina, que luego se construiría cruzando la frontera por La Polvorilla, el hoy famoso “Tren de las Nubes”., había decidido que el ferrocarril no debía utilizar cremalleras, lo que limitaba las pendientes de la vía al 2,5%. Llegado al lugar Maury comenzó a interrogar a los lugareños, sobre todo arrieros, sobre la posible traza, No habían por entonces relevamientos fotográmetricos ni menos aún fotos satelitales. Pronto encontró un consejero de confianza, un arriero llamado, si la memoria de Robinson y la mía no mienten, Sandobal , y decidió aceptar su consejo: “mire ingeniero, hay que seguir la senda de los burros, a ellos no les gusta lo empinado y siempre van buscando el camino más planito” Y así, el equipo de ingenieros y topógrafos comenzó a relevar sendas de burros. En algún punto el camino daba un largo rodeo para pasar por la casa de un aislado poblador, innecesario para el ferrocarril., por lo que era necesario trazar un atajo. Sandobal rápidamente propuso la solución: “Es fácil Ingeniero, hay que buscar un burro de arriba, afincado adonde queremos llegar, traerlo hasta acá, tenerlo encerrado un par de días cosa que empiece a extrañar y después largarlo solito. Seguro se va a buscar un camino tranquilito, que nosotros tenemos que seguir” Puesto en práctica el consejo de Sandobal resultó efectivo y fue usado con éxito un par de veces más. En la siguiente ocasión en que se presentó la misma alternativa partieron nuevamente a buscar “un burro de arriba”. Al día siguiente el baqueano, desconsolado, le dice a Maury: “Señor: No hay burro, va a tener mandar a los ingenieros al frente” Y concluía Robinson su historia “Y así fue como yo fui el primer Ingeniero que hizo la traza de una vía por allá”
Muchos años después, el entrañable Luis Landriscina popularizó una versión aligerada, en que luego de seguir el camino de los burros por algún tiempo los ingenieros se topan con un: “No tenemos más burros, van a tener que trabajar los ingenieros” de los lugareños, boutade que se traduce “A falta de burro útil es un Ingeniero” y que casi seguramente hemos escuchado de algún amigo gracioso.
Mas allá de ella la historia tiene otras lecturas posibles:
Muchas veces en problemas técnicos el uso de la experiencia o las llamadas “tecnologías nativas” es útil y eficiente, pero cuando, el “como hacerlo” es desconocido, es el ingeniero, quien apelando a las herramientas de la tecnología puede “trazar el camino” factible hacia la meta deseada.
La próxima vez que oigamos el chiste propongamos un nuevo final: “A veces es sabio seguir el camino de los burros, pero cuando no hay burro que nos enseñe el camino es bueno tener un ingeniero a mano”