por Dr. Horacio Krell*
Necesitamos integrar democracia, participación pública y visión inspiradora para orientar el rumbo tecnológico hacia el bien común.
¿Vivimos en una época de verdadera innovación o solo repetimos las promesas vacías de contenido de Silicon Valley? Entre 1870 y 1970 surgieron avances que transformaron radicalmente la vida: electricidad, antibióticos, teléfono, automóvil. Hoy, la mayoría de las tecnologías en uso tienen más de 50 años. El cambio actual hacia una economía del conocimiento parece más estético que revolucionario.
Sin embargo, innovaciones como la biología sintética o la energía verde tienen el potencial de cambiar nuevamente el mundo. Para lograrlo, se requiere cooperación científica, inversión sostenida, competencia regulada y una visión ética y global.
Innovación sin ética es regresión
La historia muestra que el uso de la tecnología no es neutral. La IA, como antes la biotecnología o la fecundación in vitro, puede servir al bien o al daño. Clearview AI y la vigilancia masiva tras el 11-S demuestran los riesgos de una innovación sin control ni participación ciudadana.
Para que la IA promueva el bien común, debe incorporar la experiencia de juristas, sociólogos y filósofos. La descentralización que inspiró internet —como el modelo ICANN— ofrece una base para la gobernanza ética de la IA.
Del poder técnico al poder moral
Hoy, una élite tecnocrática busca imponer su visión, marginando los debates sobre equidad, privacidad o justicia. La cultura STEM, sin humanismo, puede fabricar “misiles guiados por hombres descarriados”, como advertía Martin Luther King Jr. Necesitamos integrar democracia, participación pública y visión inspiradora para orientar el rumbo tecnológico hacia el bien común.
La gente debe tener voz
Los ciudadanos viven en carne propia los impactos de la IA en el trabajo y la educación. Tienen derecho a participar en las decisiones sobre su uso. Una visión colectiva permitiría generar confianza, diversidad e inclusión en los grupos que diseñan el futuro digital.
Innovación profunda, no de escaparate
Para lograr una innovación transformadora se necesita:
- Menos burocracia estatal.
- Recompensas ligadas al impacto social.
- Compras públicas estratégicas.
- Inversión en tecnologías profundas (no solo software duplicable).
- Capital de riesgo con mirada a largo plazo.
El software de código abierto y el intercambio libre de datos son claves para democratizar la innovación. Pero hoy los gobiernos y grandes empresas retienen datos vitales que podrían alimentar avances en salud, educación y sostenibilidad.
La coevolución tecnológica
Así como el colibrí y la flor evolucionaron juntos, pequeñas innovaciones pueden desencadenar grandes olas. El big data y la computación avanzada en biotecnología o energía renovable podrían iniciar una nueva era de progreso. Resolver el acceso a energía limpia podría también disminuir la pobreza y enfrentar el cambio climático.
Tecnoptimismo con responsabilidad
El mundo necesita una visión optimista y pragmática. Como decía Jonas Salk, creador de la vacuna contra la polio, “la innovación debe ayudar a quienes viven hoy a ser buenos antepasados”. La educación pública debe cultivar la curiosidad y la autoeficacia para que los innovadores del mañana imaginen y concreten un futuro más justo, verde, sano y autosustentable.