Cómo experimentar y poner a prueba las hipótesis

El diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo. Un experto se las sabe todas. Un sabio es capaz de unir el saber con la experiencia. Pero el culto a la experiencia suele ocultar una actitud arrogante y escasa curiosidad ante lo novedoso. Los cambios desafían el statu quo y muchos deciden luchar antes que adoptarlo. Por otro lado experiencia no es haber hecho siempre lo mismo, eso no genera destrezas para enfrentar el cambio.

Intuir el futuro. Las personas exitosas saben anticiparse a lo que vendrá, de tal modo que el futuro las encuentra preparadas para afrontarlo.

El legendario jugador de hockey Wayne Gretzky dijo: «Todos van  hacia donde el disco está, yo patino hacia dónde el disco va a estar».

Se puede prever bien a corto plazo, a largo plazo el futuro es impredecible. Como todo se acelera y esto ocurre en diferentes áreas no se sabe cuál será el producto de sus interacciones. Cuando el cambio era lento el pez grande se comía al pez chico, hoy triunfa el más veloz. El que busca información con proactividad (tiene un deseo activo). Analiza hacia dónde va el mundo y así la reactividad (su respuesta)  lo encuentra preparado.

Todo invento genera ganadores y perdedores. Los ciclos de vida de los productos se  aceleran. Para ganar velocidad hay que poder adaptarse rápidamente a la realidad cambiante, cuestionar la experiencia y preguntarse más sobre el cómo y el por qué.

En la religión hindú la vaca es sagrada y nadie come su carne. La causa no proviene de la religión sino de que en la antigüedad la vaca era más valorada por la leche que daba que por su carne.  Pero los que fundan su creencia en la religión se olvidan de la verdadera causa.

El que lucha por sostener su actividad puede morir con las botas puestas porque no puede cambiar y estudiar qué otra cosa podría hacer. La vida es breve, por eso el primer paso es determinar a dónde se quiere llegar. Las 24 horas no se pueden estirar, pero se puede mejorar el modo de conseguir más en esas 24 horas. En un mundo acelerado el culto por la rapidez se asocia al poder de la inteligencia y el la lentitud al peso de la autoridad.

De nada sirve correr en la dirección equivocada. Eficiencia es hacer las cosas bien, efectividad es hacer lo correcto. Para ser competitivo hay que combinarlas, no sirve hacer con eficiencia lo que no sirve para nada. El desafío es hacer que la realidad de hoy sea la realidad mágica de mañana.

Lo importante es competir. Esta frase reniega éxito. No importa ganar, lo importante es participar. El espíritu competitivo es denostado en una cultura o es el fuego sagrado en otras. Muchos prefieren negociar en vez de competir y el que pierde es el consumidor, incapaz de encontrar una brecha en el poder oligopólico. La fuerza de la innovación es que los lleva a competir, a hacer eso que desean evitar: tomar riesgos y esforzarse por mejorar la calidad. La tecnología promete devolver al consumidor el poder que ha perdido. Pero las resistencias y las presiones son grandes.

El transporte tiene un nivel pobre por la falta de competencia. El desembarco de Uber que usa tecnología para transformar la industria de taxis promete romper el estancamiento, pero los demás actores de este mercado, empresarios y sindicalistas, actúan concertadamente para impedirlo. Sea como sea, lo importante es no competir.  Asoman otros cambios más disruptivos como los vehículos autónomos y la inteligencia artificial.

La lucha se dará entre demorar los cambios, defender los oligopolios y los empleos precarios o abrir la puerta y aceptar las nuevas tecnologías.

Prueba sin error: Lanzarse a poner en marcha proyectos muy grandes requiere plazos largos e inversiones extraordinarias, en cambio los ensayos permiten comprobar si una idea funciona y si tiene proyección. Experimentar es la manera de desafiar preconceptos sobre el futuro de una innovación.

La experimentación se parece cada vez más a un poder ya que se usa para refutar una hipótesis  mediante un experimento. Es un camino fértil para usos diversos, desde montar negocios hasta emprender cualquier proyecto. No hay manuales escritos sobre cómo asegurar el éxito de una intuición. Por eso la experimentación ayuda mucho. Cuando el contexto varía rápidamente es muy común que las ideas lleguen tarde al mercado; por eso es fundamental cuestionar todos los supuestos y considerarlos hipótesis que deben ser validadas mediante experimentos.

Hacer experimentos tal vez sea hoy más fácil que nunca. Como en otros ámbitos la tecnología los convirtió en una posibilidad concreta. Antes conseguir datos era  muy difícil. Hoy están ahí, accesibles, esperando que alguien formule buenas preguntas que generen hipótesis a comprobar. Lo complicado es hacer algo distinto, significativo, que salga del ruido o de lo convencional. Experimentar, en cambio, es más sencillo que nunca.

Con experimentos de las neurociencias se ha descubierto que, enceguecida por la competitividad, la gente tiene reticencia a cooperar aun cuando esto le sea beneficioso; que al interrumpir conversaciones con el celular es mucho más costoso que lo que intuye; que se puede llegar a consensos sobre problemas difíciles en poco tiempo; que sobreestimamos la creatividad en el proceso educativo, o que organizamos el tiempo con el pasado a la izquierda y el futuro a la derecha; entre otros hallazgos. Se dijo que mascar chicle está mal visto. Para probar lo contrario se convocó a varios pares de mellizos idénticos, que se sometieron a la evaluación del público usando la misma vestimenta, el mismo peinado y con una sola diferencia: uno mascaba chicle y el otro no. El resultado fue un claro favoritismo por los primeros, contrariando los supuestos.

La cultura popular es un campo de experimentación fenomenal: la gente tiene aplicaciones y herramientas digitales cada vez más simples y poderosas. Todos podemos experimentar.  La experimentación nos resulta atractiva porque es común e instintiva. Lo aplicamos en muchos órdenes de la vida: cuando degustamos una comida, cuando compramos un auto o cuando iniciamos una relación. Pero muchas veces no nos animamos a usarla en el momento de desarrollar un proyecto. La vocación de experimentar y de hacer ciencia -establecer hipótesis, ponerlas a pruebas y abandonarlas cuando los datos las refutan- se expresan muy temprano y de manera espontánea en los chicos.

Como el arte o el juego, experimentar es una predisposición muy fuerte, pero que luego en parte se abandona. Por eso recuperarla genera un vínculo afectivo. Los experimentos, además, parecen ofrecer algo que excede a sus hallazgos y resultados. Experimentar nos da permiso para aprender mientras hacemos, y posee el valor agregado de permitirnos advertir el error durante el proceso. Nos ayuda a eliminar barreras mentales que limitan los proyectos, conocer mejor las variables que manejamos, y entender las habilidades que vamos a necesitar para crecer.

El prototipo rápido.  Es también conocido como el mínimo producto viable. Es la expresión más pequeña, económica y veloz que puede asumir una idea para salir al mercado y someterse a la opinión de potenciales usuarios o clientes. Puede ser un folleto dibujado a mano, una encuesta o un modelo construido en un día con una impresora 3D. Este primer resultado de una idea, cuando es digital, completa su círculo de experimentación con otra pieza fundamental: el testeo. Se trata de la técnica que permite incorporar pequeñas variaciones en un sitio Web -como la reescritura de una frase en un botón o un cambio de color- y exponer ese sitio a un grupo seleccionado de usuarios, para comparar su reacción con la del resto.

La técnica nació en los noventa y se refinó en grandes plataformas como Amazon y Google. En 2000, por ejemplo, Google la usó para definir cuál era la cantidad de resultados exactos que los usuarios preferimos recibir en cada página como respuesta a una búsqueda. Desde entonces, este tipo de experimento se volvió tan recurrente que hoy es improbable que dos usuarios accedan al mismo sitio, sin que se apliquen variaciones de prueba. Más aún, hoy es posible que los algoritmos, luego de conducir las pruebas, apliquen cambios sin intervención de las personas.

Lo problemático de estos procesos es que dejan de lado la pregunta respecto de por qué ciertas cosas funcionan mejor que otras -uno de los interrogantes básicos que vuelve valiosa la experimentación-, premian los ajustes incrementales más que los saltos cualitativos y, sobre todo, nos privan de la diversión que ofrece el acto de experimentar y de tener bien presente su componente lúdico.

Experimentos mentales. En neurociencias el uso de la tecnología intenta comprender  sin recurrir a la mera observación. Se consideran los efectos de una variable incontrolable dejando fijas las demás. En el cerebro interactúan la emoción, y la razón. Las emociones guían e influyen en las decisiones y pueden hacer razonar de forma más productiva, si se aprende a entender las conexiones entre ellas y los hechos. Los seres híper racionales suelen ser menos capaces de tomar decisiones correctas. Jean Buridan se destacó por sus estudios de lógica y por el experimento mental que llamó “el asno de Buridan”.  No partió de un lenguaje ideal sino que mostró la lucha que existía entre la racionalidad y la fuerza de la voluntad.

El animal lleva tiempo sin comer y tiene hambre. Le colocan a derecha e izquierda dos montones de cebada iguales. Es un asno intelectual que delibera y opta por comer porque tiene hambre. La segunda cuestión es por qué fardo comenzar. Como no hay razón que aconseje uno sobre otro, el asno se muere de hambre. Fue incapaz de actuar porque no encontraba razones para elegir. La lógica no debe determinar la conducta. El burro se muere por ser implacablemente racional. Una actitud pragmática no debe estar condicionada. El exceso de análisis produce parálisis.

El ejemplo parece inverosímil, pero es posible imaginar casos menos extremos de la misma paradoja: piénsese en alguien que sigue la máxima de hacer siempre primero lo que es más urgente y, enfrentado ante varias tareas urgentes, su propia deliberación acerca de cuál es la tarea prioritaria le hace perder valiosísimo tiempo. También existe el autoengaño, cuando para atenuar una derrota se dice: lo importante no es ganar sino competir.

Experimentar la neuroplasticidad. El cerebro puede reformartearse cambiando sus conexiones. Focalizar es dirigir la atención hacia algo y se puede generar una experiencia mental para rediseñar un circuito. Es importante la calidad y la repetición de los pensamientos ya que tiende a concretarse lo que se piensa. Las expectativas generan resultados. La atención debe coincidir con las intenciones. Al entrenar la atención se crean rutas neuronales hacia la meta y los circuitos cerebrales se mantienen activos y favorecen el cambio. No todo lo que se quiere puede conseguirse pero sin encararlo ni siquiera entrará en los planes. No hay peor intento que el que no se realiza. El poder mental inteligente se nutre del querer más eficacia. No puede ser inteligente quien lo ignora. Lo dijo Séneca: “No hay vientos favorables para el que no sabe a dónde quiere llegar”.

Cómo hacer un experimento. Hay que elegir un tema bien concreto, cuánto más amplio sea más complicado será obtener buenos resultados porque serán muchas las variables. Luego hay que separar las variables a estudiar. Realizar una hipótesis sobre el resultado que se cree que ocurrirá.  Planificar la recolección de datos.  Realizar el experimento varias veces, documentar y controlar los resultados obtenidos. Arribar a una conclusión: ¿La hipótesis fue correcta? ¿Se encontró algún dato inesperado? ¿Hay preguntas sin responder como para realizar un experimento futuro? Si el análisis no le dan a la hipótesis un «sí» o un «no» definitivo,  se debe considerar llevar a cabo ensayos experimentales adicionales y reunir más datos.  Para compartir el resultado,  conviene escribir sobre el tema investigado. Escribir un ensayo es una habilidad muy útil.

Así es que el fracaso existe. Y no sólo eso. No habría avances sin ellos. Si no hay fracaso, no hay nada para mejorar. A veces los fracasos son hijos de la impaciencia; otras veces, de lo que aún no se sabe, o de malas lecturas de lo que es obvio, o del enamoramiento ciego de una idea.

Karl Popper creó un valioso instrumento para controlar las teorías: la falsabilidad con contraejemplos. Esto significa que toda teoría, por muy sólida que parezca, es sólo un paso en un camino interminable que se admite en forma provisoria, siempre que sea falsable, es decir, refutable y sometible a prueba. Una refutación exitosa deja a la vista un error y abre una puerta nueva (que será válida hasta que venga otra a impugnarla).

Lo que Popper planteaba para la ciencia es aplicable a la vida de las personas, de las sociedades y a los emprendimientos. La historia está repleta de refutaciones y fracasos. La única manera de evitar una objeción sería no hacer nada, no proponer, no arriesgar. O cerrar ojos y oídos, anular el razonamiento, guiarse por la imposición, la soberbia, la rigidez y el autoritarismo. Convivir con errores y fracasos es un aprendizaje que nos espera desde el comienzo. En donde algo se emprenda, ambos serán parte. No estarán emboscados para frustrarnos perversamente, sino para mostrarnos caminos de creatividad y aprendizaje. Lecciones que los aferrados al exitismo no suelen comprender. Y así les va. De fracaso en fracaso.

Dr. Horacio Krell. CEO de Ilvem, mail de contacto horaciokrell@ilvem.com

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