Ser creativo, ¿es algo para enorgullecerse? ¿Los vecinos del edificio deben clamar para que se coloque una placa de bronce en la puerta donde anuncie la morada de tan ilustre personaje, encomendándole al encargado que cada mañana la pula cuidadosamente?
¿O es un oscuro secreto que más vale esconder bajo siete llaves y decir que trabajamos en un humilde locutorio de un barrio lo más lejos posible de donde suela circular nuestro circunstancial interlocutor?
Yo no sé. Qué quiere que le diga.
Tenemos una faceta romántica, soñadora, casi angelical de tan inocente, donde ponemos la poca o mucha capacidad que Dios (o el demonio) nos a dado para plasmar una pieza tan bonita, elegante, vendedora y hasta con algún destello de genialidad.
Para lograr esto, no nos importan las horas sin sueño, los días feriados, un sueldo bajo, el mal humor del jefe o la uña encarnada que nos aqueja.
Todo sea por el producto que nos confiaron.
Nos enamorados profundamente de ese producto, sea este una zapatilla, un tour por Beirut o una milagrosa crema para las hemorroides.
A tal punto nos creemos la honestidad de ese mensaje, ese mismo que nosotros creamos, que salimos a comprarlo (el tour de Beirut ya es más difícil) lo disfrutamos y lo recomendamos ha nuestros más queridos allegados, convencidos del bienestar que le estamos proporcionando.
Hasta aquí, parecemos ser personas muy agradables, bondadosas, amables, orgullosas de su tarea y un digno partido para que cualquier agraciada jovencita nos presente a sus padres diciendo con una gran sonrisa: “Este es el muchacho del que tanto les hablé….” y que sus progenitores no puedan menos que recibirnos con expresiones de asombro y admiración frente a tan extraordinario personaje.
Hasta aquí, vamos rumbo directo al Nobel.
Pero… giramos un poco en torno a esa adorable personalidad y aparece… ( aquí va un grito de espanto)… ¡nuestro Mr. Hyde! Un ser atormentado, presionado, culposo, que maldice la maldita hora que tuvo la maldita ocurrencia de seguir esta maldita profesión.
¡¿Profesión!? ¿Profesión, dije?. Si hasta llegan momentos en que nos cuestionamos que esto sea una profesión .
Una profesión es la del médico que, pago mediante, nos mantiene vivos un tiempito más; la de un plomero que -cuando viene- nos salva de morir ahogados; la del dentista, que por unos pocos miles, cuida de nuestra nívea dentadura; la del profesor, que abnegadamente abre las duras cabecitas de los niños, a veces, literalmente.
Y tantos otros que sí aportan grandes servicios a la humanidad.
¿¿¿Pero un creativo publicitario???
Miren nomás su ego.
Se hizo un estudio a nivel mundial sobre su fama de ególatras.
Un 66,40 % admitió que así era. El otro 33,60 % mintió.
Son muy displicentes cuando escuchan el brief delante del resto. Pero al enfrentarse a la hoja en blanco o, mejor dicho, a la pantalla lechosa de la computadora, que reza DOCUMENTO 1, nadie escapa al angustiante pensamiento: “Esta vez no se me ocurrirá nada” .
Luego de litros de frío sudor, kilos de caramelos masticables (fumar ya pasó de moda) tanques de café y una ojeada al pasar de algunos libros de publicidad del exterior (de esto hablaremos otro día), la idea aparece.
Y, si la cosa es realmente buena, allí también surge un sentido de pertenencia que todos bregan por tener.
Por supuesto, casi siempre, esta es una sorda lucha que no se explicita, que va por dentro nuestro, pero en cuanta oportunidad se presenta, todos quieren hacer ver su paternidad de la famosa lamparita encendida.
Lo más viscoso de nuestras personalidades empieza a brillar.
Egoísmos, envidia, celos y zancadillas varias nos invaden vergonzosamente..
Hasta que llega el famoso día de la presentación. Da lo mismo que sea una gran campaña o un aviso puntual para la revista anual de los bomberos de Villa Echenagucía.
En ese momento nos encontraremos con la persona más subestimada, vilipendiada y odiada : el cliente.
Y cuando estamos ante él, esa misma persona, se convierte en …¡¡¡la más halagada!!!
Nos reímos de sus tontos chistes, soportamos el humo de su apestoso habano y hasta hay quienes fingen compartir la pasión por el mismo equipo de fútbol (¡deleznable!)
Claro, todas estas lisonjas afloran mientras el “simpático” cliente nos apruebe nuestra idea tal como se le presenta. De no ser así, se acabó la buena onda. ( ¿Se pensaban que éramos gente de cuentas, acaso?).
Caras largas, explicaciones ya no tan amables, discusión a brazo partido por un título, y retos a duelo por el diseño del nuevo logo.
Se terminó la genuflexión; también tenemos nuestra dignidad, caramba.
Y allí regresamos a la agencia. Heridos , pero no vencidos. Nuevamente unidos y con la firme promesa de volver airosos la próxima vez. Somos un buen equipo, Ra! Ra! Ra! Pero, la idea que tanto se peleó, ahora goza de la más solitaria orfandad.
“¿A quién se le había ocurrido esa bolu… ?”
Genios por un día. Condenados a muerte a la semana próxima. Salvadores. Desechables. Gente a las que sus familias ve cuando la pauta lo permite. Seguidores de un brieff que es cambiado una y otra vez. Asiduos invitados a fiestas y entregas de premios, donde unos poquitos levantan los trofeos esperados durante todo un año y otros muchos vuelven a sus casas tristes, embriagados y no de gloria por alguna supuesta injusticia.
Este es sólo un boceto de lo que es un creativo.
Todo el universo es lucha de fuerzas. Buenas y malas.
Y nosotros no escapamos a ella.
Sólo que todo nos pega con más intensidad y reaccionamos en consecuencia.
Somos miel y pimienta. Somos ópera y rapp. Somos caviar y sandwich de mortadela.
Somos una broma pesada. Pero también una lágrima.
De algo estoy seguro.
El día del juicio final, van a tener mucho trabajo con nosotros.
Osky Fernández. Director Creativo de OpenMind/TSJN