Operación diferida, operación perdida

John Lennon dijo que la “vida es lo que pasa mientras estamos haciendo planes”. No es malo planear pero el que falla al planear planea fracasar.  Hay un principio de marketing que dice que operación diferida es operación perdida. Se basa en que ante ofertas múltiples y estímulos constantes el cerebro pierde el rumbo y posterga decisiones porque no sabe administrar el tiempo y la mente.

Del latín «cras» (mañana), procrastinar es dejar para mañana lo que se debes hacer hoy. En este mundo hiperactivo el deber vence al deseo,  y hay que trabajar más para tener más. Toda obsesión genera su contrario y parece que otro estilo de vida se está convirtiendo en tentación. Para Kathrin Passig y Sascha Lobo en  “Mañana también está bien”, procrastinar nos hace más libres felices y ricos;  sin las ataduras a las que nos somete la sociedad de consumo.

Los ladrones del tiempo. The Thief of Time” o «El ladrón del tiempo», afirma que esta nueva tendencia  despierta interrogantes. Los griegos llamaban akrasia a hacer algo en contra del buen juicio. Las reglas sociales internalizadas no nos permiten disfrutar de las postergaciones, ya que generan culpa o,  muchas veces, nos hacen elegir entre actividades poco gratificantes.Para evitar la tendencia a  diferir  se pueden autolimitar las libertades pero la procrastinación es una alerta sobre si estamos dando prioridad a lo urgente o a lo importante.

Michel Maffesoli, en su libro “El nomadismo”, señala que ésta es una época de valores fluctuantes, desaparición de referencias y predominio de la mente vagabunda.  Marc Augé descubrió los no-lugares, zonas, en las que el hombre parece perder la identidad. Paul Virilio acentuó que la aceleración es un factor capital de nuestro tiempo. El hombre da una respuesta  circular ante la contracción de las distancias, de  un encierro del que intenta escapar.

La urgencia por moverse y acelerar generan al la ilusión de desplazamiento.  Pero esta necesidad de vagar puede ser sólo formal, porque el espacio es cada vez más uniforme y el imaginario de lo exótico se diluye. La contracción del mundo real produce también esta sumersión creciente en el mundo virtual, donde se recrearían las condiciones de la movilidad que se pierden en el exterior. La aceleración del mundo lleva a escapar del encierro, pero la movilidad la acentúa. Es como una aceleración en círculo que consiste en ser cada vez más rápidos para quedar siempre en  el mismo lugar.

Procrastinación: la filosofía de perder el tiempo. Estar atento a la pavada es hoy una tentación irresistible y un pecado generalizado. La tecnología permite guardar, ver después y dejar pendiente. Los ladrones de tiempo – los internos y los externos- aceleran la tendencia a diferir. Pero los ladrones externos son siempre los internos disfrazados. La falta de un genuino interés derivado del autoconocimiento,  hace funcionar el radar con el cual la sociedad de consumo nos lleva a imitar a los ricos y famosos y no a encontrar la brújula que permita descubrir el empowerment o poder interior que  traemos al nacer.

Y mientras más se abarca menos se aprieta. No hacer foco daña la capacidad cognitiva, produce robots eficientes que no crean valor. El multitasking o hiperactividad improductiva favorece al núcleo estriado del movimiento y ataca al hipocampo relacionado con la memoria. Fuimos hechos para enfocarnos. El círculo vicioso entre pasividad televisiva e hiperactividad genera neurosis. Se vive al día y casi sin futuro. Los estímulos distraen e impiden asociar las ideas y el buen uso de la memoria. Así somos menos rigurosos y profundos. Por eso The New York Times dedica 2 páginas a resumir las noticias y las empresas lucran incentivando a hacer click sin profundizar.

Negociar la identidad. El filósofo Don Ross, sostiene que nuestra identidad se compone de por seres interiores que nos habitan y que compiten señalando objetivos de corto plazo y de largo plazo. En 1991, antes de ganar el Nobel, George Akerlof escribió sobre  “Procastination and obedience”, mostrando que las preferencias no son consistentes en el tiempo, como suponía la economía tradicional. Hay un excesivo peso del corto plazo sobre el largo plazo. La gente suele preferir 100 dólares hoy que 110 dólares en un mes, aún cuando el interés de la segunda opción es muy superior. Habríamos  comprado la idea de Keynes que “a largo plazo estaremos todos muertos”.

Esta traumática relación con el tiempo llevó a sugerir  medidas para resistir las tentaciones inmediatas y la desidia.  El Nobel y experto en teoría de los juegos Thomas Schelling cree en un “yo dividido”:  el cerebro se comporta en forma “parlamentarista”, con voces que se asocian estratégicamente o compiten en un espacio de negociación entre las partes de nuestra identidad corto y largo placistas, las que privilegian la satisfacción inmediata y las que impulsan trabajar ahora para crear un futuro mejor.  Cuando hay procrastinación el proceso de negociación interno sale mal, aunque el rating de la TV se beneficie.

Operación diferida, operación perdida. Procrastinación e identidad múltiple se conectan entre sí, pero el problema es que se perdió la identidad principal que antes se definía por el empleo: soy ingeniero, obrero, chofer, etc. La sociedad de consumo estimula un pensamiento light tipo radar con eje en la moda pero no la brújula que indaga sobre quiénes somos y a dónde vamos.

Como todo da igual se perdió la pasión por el trabajo que es el motor del deseo.

Somos consumidores incentivados al clickeo rápido porque cada click es más dinero para las empresas. Nada favorece a crear ciudadanos de pensamiento profundo sino multitaskers que, celular en mano, chatean, contestan mails y hacen que estudian o trabajan mientras pierden la concentración y la memoria.

El que mucho abarca poco aprieta y dejar para mañana es una muestra que las 24 horas ya no alcanzan, que la variable de ajuste es el tiempo y que operación diferida es operación perdida. Sin embargo hay gente muy ocupada que tiene tiempo para todo y el procrastinador se cansa de no hacer nada. Esta enfermedad se cura aprendiendo a administrar el tiempo y la mente.

Lectura rápida. Un mapa mental combina el libre juego del texto con la imagen sin atarse a la secuencia. Plasma una idea central y teje una red de relaciones. Su flexibilidad permite incorporar novedades y vínculos, favoreciendo la generación de ideas. Borges decía que somos lo que somos por lo que leemos. El mapa mental es una imagen que vale por mil palabras.

Así  logramos el poder inteligente que es querer con eficacia. La gestión del tiempo debe equilibrar la vida laboral y personal. Necesitamos pausas, realizar actividades de alto rendimiento, descubrir qué nos hace perder el tiempo, anticiparnos para evitar sorpresas, repartir la tareas,  repensar la rutina, cambiar lo hábitos negativos, delegar, aprender a  decir no, desintoxicarnos de datos y reuniones, centrarnos en objetivos claros y  en el autoconocimiento.

“Vísteme despacio que estoy apurado”, decía Napoleón. Los que trabajan menos  producen más y mejor porque tienen tiempo para retomar los valores esenciales de familia, amistad,  tiempo libre, elegir el presente concreto al global abstracto y anónimo, la simpleza de convivir en un ambiente alegre y realizar lo que saben hacer. Los que corren mucho terminan mal, mueren por infarto o accidente y se olvidan de vivir el único tiempo real que es el presente.

Slow down. Todo invita a vivir acelerados. Las marcas presentan su temporada de invierno en verano. Se trabajan 24 horas para fomentar el consumo. Prolifera la obesidad, el estrés, la angustia por posponer el placer. Desacelerarse es luchar contra la tiranía del reloj, vivir con modestia, pensar con grandeza, consumir menos, tomar conciencia que los horarios extremos amenazan la salud, la familia, las relaciones, la eficacia, el compromiso y la calidad de la vida.

El ideal es trabajar por objetivos y no por horarios. Vivimos 700.800 horas en la vida y 70.000 las ocupamos trabajando. No hay  tiempo que perder, usemos las 630.800 horas libres para ganar  felicidad.

Vivir a mil desconecta los sentidos de la conciencia, la tensión mata y la creatividad muere. Educar para la fast life es como correr a velocidades imposibles sin enseñar los métodos facilitadores de la acción. Quienes saben administrar el tiempo construyen desde una capacidad plena. Se debe educar el sentido común porque si esa operación es diferida será una oportunidad perdida.

Dr. Horacio Krell. Director de ILVEM, entidad dedicada al desarrollo de la inteligencia humana. horaciokrell@ilvem.com

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