Lecciones de liderazgo en el final de la Liga Española

Dos son los conceptos sobre los que pivota la reacción blanca y la debacle blaugrana: la convicción y la humildad. El club que mejor los ha gestionado se ha llevado el campeonato. El poder de convicción ha fortalecido las remontadas del Real Madrid, construyendo un camino alfombrado al optimismo para involucrarse con el sentimiento. Así, a poco que la suerte y la técnica ayuden, es muy difícil perder.

La actitud mental de los jugadores ha cambiado. Han sido conscientes de sus fuerzas y necesidades, con lo que se han posicionado en tribuna preferente para valorar al contrario y enfrentar, con garantías, sus propias dificultades. En esta recuperación también ha participado la humildad emocional del entorno.

La soberbia les llevó al desastre, como ocurre en cualquier organización. La humildad les ha devuelto a la alegría. Otrora, ganar los partidos en el último minuto hubiera llenado de pañuelos las gradas, ahora es motivo de algarabía y abrazos.

Nada de esto hubiera ocurrido sin el liderazgo de Fabio Capello, quien ha sido capaz de transformar al equipo con tesón, perseverancia y fe en su trabajo. Se encontró con un conjunto de individualidades y ha conseguido un colectivo donde el talento juega para todos y no para la exclusividad del lucimiento. Sin dejar de ser artistas, les ha enseñado a ser artesanos, siempre vinculados a la acción.

En el Barcelona, el distanciamiento con la realidad lo ha dibujado la soberbia, instalada desde el inicio de la temporada en todos sus estamentos; incluido el aficionado. Todos se daban siete títulos sin haberlos disputado. Comenzó siendo un equipo y ha acabado deshilachado. Ninguno de nosotros vale más que la suma de todos.

El Barça dejó de expresarse de esta manera y sucumbió ante el egoísmo, la prepotencia y la vanidad. El liderazgo fue expulsado de sus estructuras. Se ausentó del vestuario, del banquillo y de la directiva, dando paso al pesimismo y a la desazón. Sin líderes dejaron de creer en ellos y nublaron de incertidumbre su objetivo.

Iniciaron el campeonato desarrollando varias competencias indelebles en la dirección de equipos de alto rendimiento. Tenían clara su misión. Todos jugaban para todos, se divertían, querían ganar sabiendo que lo más importante era el equipo. Los líderes eran respetados. Ronaldhino aparecía cuando el equipo lo necesitaba, era el conducto emocional de la organización. Las decisiones de Rijkaard eran acatadas.

Los jugadores se sentían parte de la historia del club y de la idiosincracia de la ciudad. El presidente parecía un líder liberal; dejaba hacer sin inmiscuirse en asuntos del vestuario. Carácter, talento, compromiso y liderazgo son los valores que pertenecían, en la primera vuelta de la Liga, al juego del Barcelona. Todos ellos se han ido desmoronando dentro y fuera del vestuario, lo que ha provocado la llegada del pesimismo, la desconfianza y la derrota.

El otro candidato a la Liga fue el Sevilla. Lo hizo casi todo bien, pero le ha faltado cultura ganadora. Demasiado pronto para tanto logro. Necesita algunos años para no atrapar su talento en el vértigo del triunfo. Aún le queda mucho por hacer a este club si quiere adquirir esa cultura.

La cara de la frustración, una vez más, la refleja el Atlético de Madrid, que no es rival de nadie. La dictadura accionarial de los Gil ha sentado al club en la andanada de la decepción. Cabría preguntarse si Jesús Gil y herederos fueron o siguen siendo buenos líderes. La respuesta es rotunda: no. ¿En qué actividad le permiten a los directivos tantos fracasos?

Fuente: Expansión y Empleo

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