Encontrar sentido en la incertidumbre (3º parte)

Inventando el futuro
No podemos mirar hacia el futuro como una continuación del pasado. Las cosas que lo llevaron a usted a donde está no le van a ayudar mantenerse allí. Pero, por otra parte, si no sabe de dónde viene le será difícil avanzar.
En realidad, debemos ver el futuro como una serie de discontinuidades y debemos aprender a seguir el paso.

Yo utilizo la metáfora de la segunda curva, la segunda parte de la llamada curva sigmoidal.
La curva sigmoidal, o en forma de S, describe el modo en que se desarrollan los hechos en la vida real. Comienza con un valle y a continuación, gracias a la suerte o a una buena administración, crecen y elevan la curva, pero al final, declinan. Todo sufre una decadencia.

Esto pasa con imperios, corporaciones, ciclos de vida de un producto, relaciones, e incluso la vida misma. La única forma en que se puede crecer de manera continuada en el futuro es creando una nueva curva antes de que la primera empiece a descender, lo cual significa tener constantemente inventiva y creatividad.

Últimamente ha estado de moda entre las compañías describirse a ellas mismas como organizaciones solucionadoras de problemas. Esto es totalmente falso porque cuando descubren el problema y lo solucionan ya están pasadas. Tienen que ir por delante del
problema. Tienen que inventar el mundo. Tienen que crear la “segunda curva”.

Para que las organizaciones puedan volver a crearse, de cara al futuro, deben estar preparadas para desembarazarse del pasado; en caso contrario, permanecerán encerradas en su curva actual y, tarde o temprano, desaparecerán. El arte está en no desembarazarse del pasado de una sola vez, no pueden abandonar la primera curva hasta que hayan acabado
de construir la segunda.

Por ello durante algún tiempo el pasado y el futuro tienen que coexistir en el presente, y ese es el camino a través de la paradoja.

La manera de entender uno el futuro, en las organizaciones, en la sociedad y en su propia vida, es encargarse del futuro, no responder a él.

Escribí un libro titulado The Age of Unreason. El motivo por que escogí este título fue porque George Bernard Shaw escribió una vez que el hombre razonable reacciona al mundo, mientras que el hombre irrazonable trata de que el mundo reaccione a él. Por lo cual, según Shaw, todo el progreso (y debo agregar que todos los desastres también) son causados por personas irrazonables, que son las que realmente intentan cambiar el mundo. Lo que esto quiere decir es que no podemos esperar que nos ofrezcan un trabajo seguro y una larga carrera profesional; debemos decidir qué tipo de vida queremos llevar y salir, y hacer que suceda.

Esto requerirá que cambiemos completamente nuestro actual sistema educativo. Nuestras escuelas están diseñadas sobre el supuesto implícito de que todos los problemas del mundo han sido ya resueltos y que el profesor conoce todas las respuestas. El trabajo de un profesor es presentar el problema a los estudiantes, después la respuesta y, finalmente, instruirlos. Tal como yo veo el mundo, el mundo futuro en continua discontinuidad, los problemas todavía no han aparecido. Debemos inventar el mundo. La educación tradicional corre peligro de ser deshabilitadora, y no lo contrario. Muchos de los supuestos de mi educación indicaban que había cosas “conocibles” del mundo, y que si uno las conocía, podría caminar por ese mundo con cierta seguridad. Ahora sé que he tenido que desaprender muchas de esas cosas.

La vida parece ser una sucesión de problemas abiertos que no parecen tener respuestas correctas, pero que a pesar de ello piden una respuesta. Solíamos pensar que la vida era un problema cerrado, que todo tenía una respuesta correcta, sólo que no la conocíamos todavía.

Pero alguien la encontraba, generalmente alguien mayor y más experto que nosotros. Y con un poco de investigación, nosotros también encontraríamos esa respuesta. Una pregunta cerrada sería: “¿Cuál es el camino más corto a Londres?”
Existe una respuesta para ello. Pero una pregunta abierta es: “¿Por qué quieres ir a Londres?”. No hay una respuesta correcta para esto y, sin embargo, tenemos que encontrarla. Me parece que la vida es cada vez más así. Mi respuesta tal vez no será igual a la de los lectores pero, con todo, tengo una respuesta y debo seguir con ella. En general, nuestra educación no nos ha preparado para esto.

Creo que sería necesario un sistema escolar totalmente diferente, algún sistema que no se base sólo en adquirir conocimientos y conocer hechos. Estos son todavía necesarios, por supuesto, pero son de fácil acceso. Me gustaría equipar a cada niño con un Macintosh Powerbook y un CD-ROM para que potencialmente pueda acceder al conocimiento con la punta de los dedos. El trabajo del profesor será ayudarle a saber qué hacer con todos esos conocimientos y cómo hacerlo.

Así podemos hacer que el futuro tenga un sentido. Tenemos que darle nuestro propio sentido. De la misma manera, las organizaciones tienen que construir su propio futuro. El mundo está a disposición del que quiera. Esto me parece a la vez apasionante y aterrador. Para hacer que sucedan las cosas en el futuro hemos de tener confianza en nosotros mismos y creer en nuestra propia valía. Esto es lo que las escuelas tendrían que enseñar.

¿Usted cree que tendremos que redefinir nuestra perspectiva global sobre la forma en que funciona el mundo?
Sí. Solíamos pensar que el mundo era, hasta cierto punto, un lugar racional gobernado por gente racional. Estamos descubriendo que, en realidad, es un lugar bastante confuso y desordenado y que no hay nadie encargado de él. Por ejemplo, nos gusta pensar que podemos poner una cifra en las ganancias de Gran Bretaña. Pero ¿cómo podemos ser convincentes al respecto? La cantidad de dinero que se mueve semanalmente en la City de Londres es mucho mayor que el producto nacional bruto de toda Gran Bretaña. Este tremendo flujo de negocios corre de un lado a otro, y no podemos contarlo porque es
literalmente invisible.

Nadie puede ver o contar una gran parte de lo que hacemos realmente hoy día. Estamos viviendo en una economía virtual, y sólo podemos adivinar la riqueza de nuestros países. Si uno no puede contar algo, es difícil que lo controle. Los gobiernos son incapaces de controlar lo que las personas hacen, dónde lo hacen, cómo lo hacen, porque ya no pueden ver mucho de ello o contarlo.

En otras palabras, vivimos en un mundo que creíamos que estaba gobernado y cada vez más está más ingobernado. Un mundo donde los antiguos métodos de control ya no funcionan.

Las viejas fuentes de autoridad ya no llevan las riendas.

Desde que escribí The Empty Raincoat he estado leyendo sobre la historia del Renacimiento europeo y me acordé de los primeros años de la imprenta. Antes de la invención de la imprenta a principios del siglo XV, teníamos que creer que las instituciones como la iglesia o la monarquía sabían más que nosotros. Al fin y al cabo, eran las únicas fuentes de conocimiento y de sabiduría de que disponíamos. Cuando llegó la imprenta y pudimos por fin leer la Biblia en nuestra propia lengua, en nuestras casas, y pudimos pensar sobre la vida, la moralidad y el orden social, descubrimos que muchas de esas instituciones tradicionales tenían los pies de barro. El rey y los sacerdotes se convirtieron en personas normales y corrientes, no mucho mejor -muchos de ellos- que el resto de los mortales.

Eso fue muy emocionante porque nos permitió ser creativos y emprendedores. Llegamos a la época renacentista con todas las cosas magníficas que trajo consigo. Pero, al mismo tiempo, nos dio una gran inseguridad, mucha incertidumbre, facciones y guerras, pues los hombres rivalizaban unos contra otros para ocupar el puesto vacante de autoridad. Pienso que eso mismo está pasando ahora. Mientras que en aquella época la diferencia la marcó la aparición de la imprenta, ahora tenemos la televisión, los computadores, la red Internet y los CDROM. Tenemos cantidades increíbles de información sobre todas las cosas, por lo cual todos podemos saber tanto como cualquier primer ministro o presidente, y probablemente disponemos de más tiempo libre que ellos para digerir toda la información.
Podemos tener ideas propias sobre las cosas, y ello roba autoridad a las instituciones.
Podemos ver al presidente de los Estados Unidos o a la reina de Inglaterra por televisión, y algunos de nosotros podrán pensar que son gente corriente y que no son tan importantes. Pasa lo mismo con las compañías. Apenas se pone un computador en cada mesa de trabajo, el trabajador medio se hace un poco más poderoso. Él puede saber tanto como el jefe, y a veces mucho más. Por tanto, estos “trabajadores del conocimiento” asumen mayores responsabilidades y, de alguna manera, se liberan de la autoridad y el control de nuestras antiguas instituciones.

* Charles Handy. Irlandés. Es el pensador en Administración más influyente del viejo continente. Fundó la London Business School. Escribió varios libros, entre ellos La Edad de la Paradoja, La Edad de la Insensatez y Los Nuevos Alquimistas – Cómo la gente visionaria hace algo a partir de la nada.
Fuente: The Newfield Network

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