El Camparino, uno de los íconos asociados a Milán, junto con la moda y el diseño, fue el lugar que le dio vida a la tradición del aperitivo; concepto del cual luego la marca sacó provecho exitosamente y al cual otorgó popularidad tanto a nivel nacional como internacional.
El Camparino será un lugar en el que los visitantes puedan experimentar una verdadero bautismo Campari; con miras al futuro, pero con un mano puesta firmemente en el timón que una vez navegó por sus orígenes, en el camino para convertir a la marca en un nombre familiar: un lugar donde la gente puede encontrarse e intercambiar ideas en la previa de la Expo 2015.
Davide Campari abrió el Camparino en 1915, como el hermano menor de Café Campari, el establecimiento que su padre Gaspare había abierto en 1867 no solo para servir el aperitivo, sino también para funcionar como restaurant. Desde el primer momento, el Camparino se convirtió en el centro de la vida milanesa y de la moda que lucían los clientes habituales. Café Campari era el bar más lleno y moderno, pero pronto tuvo que dejarle el espacio al joven Camparino, que ganó terreno gracias a su sistema innovador, que garantizaba un flujo continuo de agua gasificada directamente desde las bodegas, de modo que ofrecía a sus numerosos clientes un Campari con soda siempre perfecto y refrigerado en su punto justo.
Siguiendo la renovación artística europea, el Camparino interceptó el cambio y se convirtió en un vehículo de innovación. A principios de 1900, el art nouveau era el último grito en Europa y el Camparino incorporó ostentosamente a sus muebles las incrustaciones y piezas geométricas propias del estilo Liberty gracias al ebanista Eugenio Quarti, el pintor Angelo D’Andrea y al maestro herrero Alessandro Mazzuccotelli.
El Camparino es el lugar en el que el aperitivo de rutina se convierte en leyenda, donde las celebridades se mezclan con la gente común. Ha sido testigo del nacimiento de algunas tendencias que dieron inicio a los estilos que se convirtieron populares en los años venideros, y supo ser el escenario privilegiado de los debates políticos más sinceros. Es el lugar favorito de los vanguardistas de la ciudad, la cuna de nuevas ideas, un lugar en el que los pensamientos y los conceptos se fusionan, acompañados del sabor fortalecedor de Campari.
En la actualidad, como en el pasado, el Camparino es un lugar que alberga nuevas tendencias y rituales con una fuerte influencia cosmopolita. La clase de experiencia que es familiar tanto a la marca como al lugar de nacimiento de Campari.
El Camparino seguirá siendo administrado por Orlando Chiari y Teresa Miani, yerno e hija de Guglielmo Miani, respectivamente, el sastre de la región de Apulia que llegó a Milán en 1922 y compró la licencia del bar, por entonces llamado Café Zucca, de quienes a su vez se la habían comprador a la familia Campari.