Sexismo en Silicon Valley: el lado B del valle

Tracy Chou es una ingeniera en software que trabaja en Pinterest. En la siguiente carta cuenta sobre el sexismo imperante en Silicon Valley, Stanford y la industria tech en general

Mi carrera como ingeniera de software debió ser simple. Crecí en Silicon Valley, hija de dos ingenieros de software con doctorados en ciencias de la computación. Fui a la preparatoria en Mountain View- la tierra de Google- y después estudié en Standford, cuyo presidente hizo una fortuna haciendo microprocesadores. En los veranos hice prácticas en Facebook y Google.

Aunque estaba totalmente inmersa en la cultura tech, tuve problemas en recorrer mi camino como ingeniera de software por mí misma. El asunto no era falta de interés o habilidad. Fue por el sexismo que encontré en la escuela y en el trabajo lo que me convenció que yo no era lo suficientemente buena para lograrlo en la tecnología.

En Standford tomé dos clases introductorias de ciencias de la computación. Pronto me convencí de yo estaba muy por detrás de mis compañeros. Estaba rodeada de hombres que se saltaron los cursos de prerequisito. En primer año se habían inscrito a cursos que a mí como estudiante de segundo me intimidaban. De manera casual comentaban sobre las prácticas que hicieron en la preparatoria y declaraban que ninguno de los retos de los profesores los inmutaban.

Recuerdo la primera clase extremadamente difícil. Escuchaba a mis compañeros decir que terminaban las tareas en tres horas y yo me sentía mortificada: el mismo trabajo me tomaba 15 horas de angustia en el teclado para terminarlas. Cuantificablemente eran cinco veces mejores que yo, me decía a mí misma.

Muchos de mis compañeros hablaban de que el curso no era tan malo como todos decían. Yo no estaba de acuerdo. Al final del cuatrimestre la insufrible confianza de mis compañeros me convenció de que yo estaba frita. Decidí no hacer mi posgrado en ciencias de la computación.

Como muchas mujeres antes de mí, había incurrido en la brecha de confianza. Investigadores han encontrado que las mujeres constantemente califican sus habilidades más negativamente que los hombres, mientras que ellos se otorgan calificaciones infladas. De cara a mis compañeros no consideré que estuvieran exagerando. En lugar de eso, asumí que yo era el problema.

No había duda de por qué sentía que no pertenecía: mi estatus como una de las pocas mujeres en ciencias de la computación era un motivo de discusión. Algunos amigos bromeaban de que yo era chica y de que por esa razón obtenía más atención. Me dijeron de un par de chicas de mi año que habían tenido éxito coqueteando sin vergüenza con algunos profesores – nerds raros desacostumbrados de la atención femenina- para que les ayudaran. Me pregunto si presumían que yo haría o lo mismo o que ya lo estaba haciendo.

Las bromas y los chismes me hacían sentir incómoda pero me reía. Di por hecho ese modo en el que le hablan de las mujeres en el campo. No cuestioné el sexismo casual al asumir que las mujeres necesitan usar su feminidad para ser ayudadas en su carrera. En lugar de eso, sólo incorporé estos mensajes en el sentido amplio de que ese no era mi lugar y no era lo suficientemente buena.

Entonces algo sorprendente pasó y me alertó de las dinámicas de género. Unos meses después de la clase mencionada, el profesor me pidió que fuera su asistente de clase (AC) el próximo curso escolar.

Pensé que se había equivocado. Mi impulso fue responderle sin fe. Tal vez me había confundido con alguien más. En lugar de eso le respondí “Dudo de mis cualidades para ser una AC”. Pero mi profesor insistió y tomé el papel.

La experiencia fue una revelación. Como AC que dejaba tareas y ayudaba a los estudiantes pude ver las cosas desde un punto de vista distinto. Siempre había creído en lo que decían mis compañeros de clase como si ellos fueran maestros del código. Ahora podía calibrar el bagaje de los estudiantes basada en sus ejecuciones y finalmente me di cuenta que pude haber minimizado mis habilidades. Y contemplé la ironía del hecho de que lo estaba haciendo muy bien como asistente de la clase que me había convencido que no era lo suficientemente buena.

Esa no fue la última vez que me sentí desmotivada a seguir una carrera en ingeniería de software. Mis prácticas en Google y Facebook fueron increíbles oportunidades. No podía creer mi suerte de estar dentro de dos de las más glamourosas y prestigiosas compañías de Silicon Valley con mi gafete en el bolsillo de mis jeans.

Pero el ambiente resultó ser poco mejor que el salón de clases. Nunca pude quitarme la sensación de ser mascotizada como una adorable y confundida interna. Tuve la sensación de que era bienvenida porque era un adorno y no porque esperaban que hiciera algo útil, un buen trabajo. Mis compañeros internos y mis compañeros de tiempo completo eran al principio amigables y después coquetos. Me decían incómodas frases para ligar y me halagaban por cómo me veía, no por el trabajo que hacía. Uno se ofreció a hacerme un masaje porque “parecía estresada.” Otro intentó hacerme mirar una película con él en un cuarto oscuro con la puerta y las ventanas cerradas. Después me dio una playera que hizo con su nombre en el frente.

Mientras tanto tenía que mendigar por trabajo. El gran proyecto que me prometieron para desarrollar en mi pasantía se lo dieron a alguien más.

La mayoría de las niñas y mujeres que intentan progresar en la tecnología enfrentan este tipo de obstáculos. Comienza pronto con la socialización que mantiene a las niñas en el asilo rosa de la juguetería y lejos de los juegos de química o los Lego que desarrollan el interés en la ciencia o la ingeniería. Los padres y los profesores pueden desmotivar sin querer a las niñas de interesarse en las matemáticas y la ciencias y de una manera más general de ser valientes y tomar los riesgos de explorar lo desconocido. Investigadores han demostrado que tener la actitud de un creativo y poco temeroso “explorador intrépido” es crucial para el éxito en las ciencias de la computación y la tecnología.

Para aquellas niñas que por alguna razón deciden estudiar ciencias de la computación los peligros del síndrome del impostor son fuertes. Las mujeres reportan frecuentemente la sensación de que son un fraude y que no merecen sus trabajos. Tienden a tener una habilidad irracional a demeritar su propio éxito atribuyendo a factores como la suerte, el timing o ayuda externa haciendo menos su propio rol. Esta tendencia es reforzada por el ambiente – como cuando un compañero de clase sugiere que las chicas lindas reciben más ayuda de los asistentes de clase o cuando un jefe le da más crédito a un colega ingeniero mientras ignora las contribuciones de su compañera.

Finalmente, la demanda de ingenieras de software me tiene en el campo. Estoy feliz de estar aquí trabajando en Pinterest, pero seguido pienso en todo lo que me ha pasado y lo que me ha decepcionado. Yo tuve muchas ventajas y aún así apenas lo puedo lograr. Muchas chicas y mujeres no pueden decir lo mismo.

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