Lo trivial es un diván cómodo en el que nos sentimos “respaldados”. Pero, en verdad, estamos sentados sobre una banqueta. Lo que sostiene nuestra espalda es un imaginario social construido y reconstruido por nosotros mismos. Lo criticamos, sí, pero para armar una silla es preciso que empecemos por ponernos de pie.
“Estás aquí porque sabes algo que no puedes explicarte, pero lo has sentido toda la vida. Esta vida tiene algo raro, no sabes qué pero ahí está, como una astilla en tu mente volviéndote loco. La Matrix está en todos lados, a nuestro alrededor. Aún aquí en este cuarto. Es el mundo que te han puesto sobre los ojos para cegarte a la verdad. ¿Cuál verdad? (…) Que eres un esclavo (…) naciste en una prisión para la mente”.
(Diálogo entre Morfeo y Neo, en la película Matrix, ).
El tiempo ya no está en el reloj. Las manecillas están insertas dentro del propio cuerpo andando la carrera mental de la ansiedad hacia un vacío interior. La noción misma de espacio se pierde en sí misma, porque las sensaciones parecen haber perdido presentismos en esta estadía. Somos astronautas en este cibermundo que rodea a la Tierra; donde no opera la gravedad y donde no se nos presenta “lo realmente grave” como un conflicto que reclama una solución temprana.
Una multiplicidad de valores posmodernos, que conforman nuestra cultura se nos presentan aparentemente instalados en nuestras vidas como un requisito para la adaptación social. Sin embargo, la problemática sociocultural de nuestro tiempo es, justamente, creer en los determinismos culturales por comodidad (o, para ser más francos, por mentirnos a nosotros mismos considerándolos inmutables por una reprochable falta de compromiso colectivo). Nos atrae lo certero y controlado –la certeza contribuye a la sensación de ubicación en un falso diván en el que somos seres humanos, pero dormidos) porque, de otra manera, deberíamos entender a ese conjunto de valores “que nos rigen” como un conjunto de nociones materiales y espirituales conformados por los propios hombres y que, actualmente, asistimos a la contaminación de un estanque cuya suciedad nos compete limpiar, si es que queremos mutar la queja por la acción.
El hombre conforma su destino cultural; pero cada hombre, desde su lugar individual, es responsable de modificarlo, de rechazar una herencia social sin aceptarla bajo el pretexto de que es un legado “genético” o entenderlo como tal para cruzarse de brazos, de piernas. Para cerrarse al statu quo que nos venden como propio y único. Así como el ser humano crece en un contexto y tiende a imitar un modelo cultural familiar, desde lo social tenemos la tendencia a quedarnos en la justificación eterna de nuestros errores presentes atribuyéndolos a regresivos pasados donde estaría el germen de esta “historia”. O el germen de nuestra sepultura como seres “humanos” y “sociales” si nos hacemos responsables de lo que nos pasa y omitimos hacer nada para cambiar “lo que nos toca”. Son condicionamientos, no hay determinantes culturales. Uno más uno es dos porque “es así” y la globalización es una palabra que “engloba” sólo porque lo dice “nuestra cultura posmoderna”. Es así como este cibermundo debe reconocer su crisis y asistir a la terapia que le proponen unos pocos que no aceptan los valores de la cultura legada. Porque la verdad es relativa y las miradas son múltiples; sólo sucede que algunos hombres, desde el poder simbólico o fáctico, les “regalan” a sus dominados los anteojos con los que ellos ven “los acontecimientos” de la vida civil y política. Lo cierto es que hay una multiplicidad de realidades posibles, según sean las relaciones de poder imperantes; relaciones que, por nuestra parte, alimentamos con caviar eligiendo la verdad “que nos es revelada”.
El conocimiento es la fuente del poder sano que debemos conseguir para subvertir esta realidad, para mudar los valores que nos distancia de nuestra esencia, de nuestro ser social y de la dignidad propia con que deberíamos encarar la vida en relación. Si conocemos, si nos atrevemos a conocer y, desde ahí, no aceptar todo cuanto se nos “dice”, tal vez comprendamos que los pocos que hoy parecen “locos” sólo quieren salirse del capitalismo materialista para combinar la necesidad de lo material como medio de subsistencia con la belleza del amor genuino y genérico hacia todo ser humano.
Esos “fallados” –para ser coherente con el lenguaje actual de la revolución tecnológica- son los que, en el decir de Ernesto Sábato, están resistiendo. Tiran con mucha fuerza interior del extremo de una soga para salvar lo que de humano tiene el hombre. Para que la globalización no sea una piñata rota que entrega sorpresas a los que tienen un microchip con imán, mientras otros muchos tantos se arrojan al suelo a recoger la harina. Para que globalización signifique humanidad. Para que no nos engañe el nombre que tiene la rosa.
Nuestro imaginario social no es estanco, esa persiana que cierra la ventana del cuarto donde estamos “insertos” tiene hendijas, pares de ojos para escoger y mirar hacia fuera desde otra perspectiva. Podemos construir una realidad diversa si nos animamos a levantarla. Si nos atrevemos a ser cada vez más los “fallados”, cada vez más humanos los “fallados”, casi diría, para salvar el Planeta.
Somos víctimas de una tortura implícita, seres humanos golpeados que justifican los golpes en sus propias carencias, cuando la realidad es que nos dejamos pegar porque no sabemos cómo defendernos. No sabemos cómo levantar el pie del acelerador, y andar el camino con mayor delicadeza. Sentirnos realmente parte de la sociedad sin renunciar a nuestras convicciones por creer que “esto no tiene remedio”, y cambiar el paradigma cultural a partir de una búsqueda hacia adentro, para reconstruir un sistema en el que los valores nos hagan recuperar el sentido de la pertenencia, en el que las relaciones cara a cara, cuerpo a cuerpo, sean nuevamente el signo de nuestra evolución. Porque no progresaremos si el uso que le damos a las máquinas de nuestros tiempos termina por suplantarnos integralmente.
Nos daremos cuenta, tal vez tarde, cuando salgamos a la calle una mañana y pensemos “qué locos están esos dos que se abrazan”, “qué fallados están esos dos que se saludan”.
* Gisela Vanesa Mancuso. Abogada , escritora y redactora. [email protected]