Con el proverbio chino del título en mente es que quiero reflexionar sobre el fracaso empresarial.

En términos generales, podemos afirmar que para nuestra sociedad el término fracaso conlleva una clara connotación negativa, la que recae de manera severa sobre aquellas personas que no alcanzan el resultado esperado.
Esta visión se contrapone con la que tienen los emprendedores exitosos, quienes prefieren correr el riesgo de fracasar que vivir la vida con el sinsabor de no haberlo intentado. Entonces es que emprender conlleva un alto compromiso e involucramiento con el proyecto que suele atar la suerte del emprendedor a los resultados del emprendimiento. Es por tanto muy difícil que, si fracasa, su participación en el proyecto pase inadvertida, sino que el fracaso afecta su imagen social, personal y su situación económica. Sin embargo, según datos del Global Entrepreneurship Monitor (GEM), la barrera del fracaso actúa como un inhibidor solamente en el 27,7% de los casos.
Esto muestra que quienes emprenden están dispuestos a pagar el precio que impone la sociedad como parte del riesgo controlado que asumen al perseguir sus sueños.
El emprendedor, como parte de su crecimiento personal, irá forjando el carácter que le permitirá sobreponerse a los momentos difíciles. Como parte de este proceso, toma conciencia de que el proyecto puede fracasar, pero que es él quien no puede fracasar en dejar de perseguir su sueño. Es en este decisivo momento cuando el emprendedor ha logrado conocerse a sí mismo, encuentra en su interior la fuerza necesaria para sobrellevar el fracaso, dar vuelta la página y levantarse tantas veces como sea necesario en busca de nuevos horizontes.
Quienes fracasan aprendiendo no se atan a los viejos paradigmas, están dispuestos a innovar, a recorrer nuevos caminos. Ellos cuentan con la actitud correcta, la experiencia ganada y los anticuerpos necesarios para librar las nuevas batallas que les permitirán alcanzar sus sueños.