Dedos de chorizo

Paco era un hombre honesto, bueno y trabajador.  Había llegado desde España, huyendo de los horrores del franquismo, con una mano atrás y otra adelante.  En su caso éste tema de las manos no era poca cosa, pero iremos viendo ese asunto a lo largo del cuento.

Después de muchos años de esfuerzo, consiguió lo que todo español que se precie de tal tiene como objetivo en Argentina: era propietario de varios bares y restaurantes y de una distribuidora de bebidas.  Su trabajo era su vida, y su jornada laboral comenzaba a las 7 de la mañana y terminaba pasada la medianoche. 

No sabía hacer otra cosa y tampoco le interesaba dejar su puesto de lucha, aunque su personal podía reemplazarlo perfectamente.  Insistía en estar desde que llegaba el primer repartidor hasta que se retiraba el último cliente.  Don Paco, que así lo llamaban, era un hombre de objetivos simples y estaba sinceramente feliz de haberlos alcanzado.  Con el trabajo su vida era plena. 

Su única pasión fuera del mismo eran los comics, y destinaba sus escasas horas libres a leer sistemáticamente todo lo que llegaba a sus manos sobre Super-man, Bat-man, House-man y hasta Castro-man, héroe vernáculo que solía ejercer su profesión de tal en Liniers, hasta que equivocó el camino y se fue a trabajar a la Boca.

Tal era su afición que si no conseguía las revistas en castellano las compraba en inglés, turco o chino mandarín, y se limitaba a mirar los dibujos.  Tan profundo era su conocimiento sobre el tema que podía imaginar a la perfección todos y cada uno de los diálogos.

Un día, leyendo el diario con su habitual y tediosa historia de crímenes, secuestros, asesinatos, violaciones, jubilados estafados, etc. decidió que había llegado la hora de que Argentina tuviera un superhéroe.  Alguien que, llegado literalmente desde el cielo, pusiera un poco de justicia donde el gobierno, los jueces y los policías no lo habían hecho, vaya uno a saber si porque no pueden o porque no les conviene.  Era  hora de que los buenos triunfaran por lo menos una vez.

En una segunda lectura sobre el asunto le pareció mejor limitar el área de acción a la ciudad autónoma de Buenos Aires.  Porque no era práctico manejar un área de cobertura tan grande y porque los tiempos de respuesta del call-center iban a ser necesariamente largos si se producía un delito en Ushuaia y, al mismo tiempo, otro en Orán.

Sumamente entusiasmado con su idea llamó por teléfono a su encargado en “Los Siete Pools” y le dijo que ese día no iba a trabajar, ante la sorpresa del pobre hombre, que solamente atinó a preguntarle si estaba por morirse o se había vuelto loco. 

Paco utilizó para la llamada un extraño teléfono, que lo acompañaba desde que llegó a la Argentina, caracterizado por tener grandes teclas numéricas y una importante separación entre las mismas.  Después vamos a contar el porqué de ese diseño.

La primera decisión era nominar al primer superhéroe argentino.  Por distintos motivos descartó a Maradona, Pichot, Nalbandián, Julio Cobos y Lilita Carrió. 

Profundizando en el análisis de los candidatos llegó a la conclusión de que el superhéroe argentino no podía ser otro que él mismo, porque, modestia aparte, era un hombre bueno, justo y honrado, y eso le otorgaba las credenciales necesarias para ocupar el puesto. 

Y porque, dueño de una buena vida y una importante fortuna, quería devolverle a la sociedad algo de lo mucho que había recibido en la que ya no consideraba su segunda patria sino la primera.  Y si alguien debía correr riesgos, prefería que fuera él.

Decidido que iba a ser el superhéroe, había que ponerse un nombre.  Descartó Paco-man porque tenía implicancias de droga y adicciones, cosas que nuestro hombre odiaba desde lo más profundo de su ser.  Tampoco le gustaba Super-gallego porque, como dijimos, se sentía muy argentino, y porque en un país donde abundan los chuscos y el chiste fácil, ese nombre se prestaba para el churrete.

Pensó que un buen nombre era La mano de Dios, porque el nuevo superhéroe sería una suerte de representante del Creador para que la justicia y el bien imperaran finalmente en la Argentina, pero ya estaba registrado por Maradona para todas las clases y categorías de marcas.  Siguiendo esa misma idea se le ocurrió mirarse las manos en busca de algún nombre similar al antedicho, que pudiera ser registrable.

Las manos de Paco.  Una historia en sí mismas.  Una de las cosas más increíbles en la historia de la humanidad, que bien pudieron ser nominadas como la octava maravilla del mundo.  Manos pequeñas, regordetas y normales… hasta la palma. Pasando esa primera mitad aparecían los dedos, y los dedos eran cortos y sumamente gruesos, exageradamente gruesos.  Totalmente desproporcionados con el resto de la mano y hasta con el cuerpo de Paco.

Viéndolo a cierta distancia uno creía ver que de cada una de sus manos colgaban cinco mortadelas. Inclusive más anchas que largas, y carentes de todo formato que no fuera el cilíndrico.  Nada de nudillos ni otro detalle visible.  Con cada uña se podía cortar un diamante.  Y su anillo de casamiento solía ser utilizado por la Mili, su esposa, como collar.

Como decíamos, Paco se miró las manos, y dijo: ya está, el nombre va a ser Dedos de Chorizo.  Resuelto ese punto había que diseñar una identidad para el superhéroe, una identidad para cuando no trabajaba de superhéroe, y un uniforme.
Hablando de identidad, decidió que iba a volar, que podría correr más rápido que Carl Lewis, y que no iba a tener ayudante, porque como profundo conocedor del tema pensaba que Robin le había hecho mucho más mal que bien a Batman.

La identidad que llamaremos “de civil” –algo así como el Clark Kent de Superman- iba a ser la suya propia.  Cuando no trabajara de Dedos de Chorizo iba a ser simplemente Don Francisco “Paco” de la Vega.  Restaba el asunto del uniforme, al que decidió concederle un buen tiempo de maduración y reflexión, porque era la carta de presentación del personaje y su posicionamiento de marketing ante la sociedad argentina, a la que sabemos bastante reacia a creer en superhéroes, salvadores o políticos honrados.

Dos días después tenía listo el diseño. Era un traje de lentejuelas plateado con rayas verticales celestes, parecido al de los antiguos presos pero en color. Botas y guantes negros, aunque todavía no sabía donde carajo iba a encargar tamaños guantes.  La capa, homenaje al terruño que lo vio nacer, era roja con círculos amarillos y en cada uno de ellos estaba estampado el sello de la Casa de Asturias.  La capucha era celeste con una raya diagonal roja, y esto simplemente porque Paco simpatizaba con Arsenal.
En fin, el conjunto era un verdadero asco, pero el hombre estaba tan entusiasmado con su nuevo rol que estaba encantado con el uniforme que había diseñado.  Decidió finalmente agregarle los logos de sus bares y restaurantes a la altura del pecho, y en el medio –fuertemente destacado- un gigantesco chorizo parrillero. 

Cuando su mujer lo vio con el uniforme puesto se desmayó.  Y tardó varios minutos en recuperarse, volver a mirarlo, y desmayarse nuevamente.

Ahora venía el tema de cómo iba a ser citado a actuar por los damnificados de un hecho delictivo, las autoridades, o inclusive por testigos ocasionales de los ilícitos. Hubiera sido sencillo dejar un número de celular y/o una dirección de email, pero el profundo romanticismo de Paco y su profunda afición por los comics lo habían dejado tildado en la época de Batman, su superhéroe predilecto.

Hizo poner entonces en el techo de “Los Siete Pools” un poderoso reflector que iluminaba el cielo con un círculo blanco que contenía un chorizo marrón (es decir un chorizo ya pasado por las brasas). 

Mili, en medio de sus ya habituales desmayos, le señalaba que el sistema no era práctico en lo absoluto, porque si un tipo era afanado en Pompeya o Parque Chas iba a tardar un montón de tiempo en llegar a Avenida de Mayo y San José –sede del bar- para darle aviso a Dedos de Chorizo. Y que cuando el superhéroe llegara al lugar de los hechos es probable que el masculino delincuente ya estuviera en Berazategui.

Pero nada pudo torcer la voluntad de Paco.  La idea del superhéroe era suya, él le había puesto el nombre, la guita para el uniforme y el reflector, y ahora veía que todos querían capitalizar el seguro éxito del personaje.  Típico de los argentinos (aunque Mili era oriunda de Vigo) que siempre se quieren montar sobre el éxito ajeno.

Bueno, todo estaba listo para empezar a funcionar.  Hubo una intensa campaña publicitaria previa, encarada a un poderoso multimedios, y la sociedad porteña esperaba con impaciencia la presentación en sociedad de Dedos de Chorizo.  No se hablaba de otro tema en los distintos círculos sociales, sobre todo en los económicamente poderosos, que siempre son tan sensibles a la idea de que el delito le lleve una pequeña parte de sus pertenencias.

A su vez la sociedad del gran buenos aires lamentaba que el límite del superhéroe fuera la General Paz, y alentaba a un mulato uruguayo residente en Benavidez, Waldemar Tabaré Lacalle, para que se convirtiera en Dedos de Morcilla, y trabajara de superhéroe en dicha área geográfica.

Proyectando el asunto hacia el futuro, y si ambos funcionaban de acuerdo a las expectativas previas, algunos imaginaban al dúo Chorizo & Morcilla.  Qué mejor que la unión de ambos chacinados en un país profundamente amante del asado ?  Otra que Batman & Robin…

Un viernes a la noche se encendió el proyector y el chorizo quedó a la vista de toda la ciudad.  Era la indicación largamente esperada de que nuestro superhéroe estaba ya listo para combatir a los malhechores, los rufianes y los cacos. 

Parado sobre el techo estaba el mismísimo Dedos de Chorizo, con unas manos imponentes y un disfraz espantoso.  Pero contento porque su sueño se hacía realidad, porque iba a hacer el bien, y –fundamentalmente- porque esperaba que en un futuro cercano se editara una revista de comics con su personaje.  Ese era el sueño de su vida.
En ningún momento, reitero, en ningún momento se le pasó por la cabeza que no estaba en condiciones físicas como para correr rápido, y mucho menos para volar.  Su afiebrada imaginación había desechado estas cuestiones como menores, porque le interesaba el objetivo de combatir al delito y no los medios para lograrlo.  Importaba el que y no el como.

Como a los diez minutos llegó un flaco desesperado, corriendo a contramano por la Avenida de Mayo, para denunciar que había sido asaltado en Parque Roca.  Después de hacer dicha denuncia cayó fulminado por el esfuerzo de tamaña corrida. 

Dedos de Chorizo, asegurándose de hablar fuerte para ser escuchado por la multitud que iba desde Plaza de Mayo hasta Congreso, dijo: todos tranquilos, el ilícito será aclarado, atraparé al delincuente y lo entregaré a las autoridades.  Un segundo después puso proa hacia Parque Roca.

Acto seguido desplegó su capa multicolor y saltó al vacío para iniciar su vuelo.  Como arriba de “Los Siete Pools” había ocho pisos de departamentos, cayó desde más de 35 metros de altura, sobre un container semillero de escombros.

Cuando los primeros testigos del hecho, azorados, se acercaron al lugar, se encontraron con un cuerpo destrozado.  Sin embargo en el rostro se destacaba una sonrisa plácida, casi beatífica.

Lo que más les llamó la atención fueron dos enormes manos, informes pero intactas, aferradas a los bordes del container, como queriendo amortiguar la caída en el último momento de la vida de Dedos de Chorizo.  Esos mismo testigos le pidieron al encargado del bar que por favor apagara el reflector.

La ciudad autónoma de buenos aires, en la voz de su digno y honrado jefe de gobierno, decidió rendir el merecido homenaje a Don Paco.  No tanto por lo que había hecho, sino por las buenas intenciones demostradas. 

Lo nombraron ciudadano ilustre de Buenos Aires, en carácter de post-mortem, y ofrecieron a su familia un predio en la Recoleta para depositar la bolsa que contenía sus restos.  Si algún día pasan por ahí no dejen de visitar ese mausoleo que tiene un chorizo gigante en el techo.

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