Somos raros los argentinos. Pasamos sin escalas de querer ponerle la barba de Messi hasta al canario a putearlo descaradamente.
Somos el pueblo que descubrió que el lado B del endiosamiento es el “infiernamiento”.
El argentino promedio puede sentarse a morfar un asadacho y vaso de fernet en mano enseñarle a Mark Zuckerberg como hacer una red social como la gente; aconsejar a Bill Gates como programar, a Placido Domingo como entonar y a los Rolling Stones le podemos los secretos para armar tener vigencia tras 50 años de carrera.
Somos un pueblo tan coherente que con la mano derecha firmamos adhesiones para que los chinos no coman perros mientras que con la izquierda sostenemos el choripán.
El argentino promedio cree que si le hubiesen consultado antes:
Borges hubiera escrito mejor,
Olmedo habría llegado a ser un buen cómico,
Monzón hubiera durado más en el ring;
Campanella podría haber ganado más de un Oscar;
Gabi Sabattini hubiese ganado más trofeos
Maradona seguro no perdía la final de Italia 90…
El argentino promedio jamás pifiaría un penal ni perdido una final porque el argentino promedio tiene la habilidad de vivir vidas ajenas como si fueran propias, pero ojo, que sólo en la victoria.
Si todos los que critican a Messi fuesen como él tan solo un 1% en su trabajo, en su familia y en todos los órdenes de la vida, Argentina sería un país algo más serio que esto.
El argentino promedio me da pro-miedo
Marcelo Berenstein
Excelente. Estoy con ganas de escribir acerca de esto justamente y me encontré con tu nota.