El emprendedor y su momento Zen…

Vértigo. Velocidad. Apuro. La rutina del emprendedor es la no rutina porque jamás el día siguiente será igual al de hoy. La aventura de mantener viva la llama de tu sueño implica vivir con un ritmo que el asalariado desconoce, porque en realidad, la jornada no acaba nunca, al menos en la cabeza y el alma.

Esta frenética velocidad no siempre es recomendable porque nos aleja de la posibilidad de tener un rato “Zen” para pensar, relajar o reflexionar.

En el momento “Zen” no se trata de pensar sobre el alquiler que hay que pagar, el power point de la reunión de mañana o cómo vender más. Se trata de un tiempo que dedicas a pensar en vos, el rumbo de tu vida y si estás feliz, por eso es una inversión que deja ganancias notables.

Es el tiempo que te dedicás a conocer si estás yendo en la dirección adecuada o si estás saliendo de rumbo. El momento “Zen” te permite escanear tu mapa de vida y ver si te saliste del camino e incluso detectar si ocurrió algo que te hizo tomar reversa. Y esto es fantástico porque te puede impulsar a tomar decisiones que modifiquen positivamente el curso de los acontecimientos.

No se trata de sacarle tiempo a las obligaciones sino de darle calidad a tu vida, y por añadidura, a tu emprendimiento.

Está bueno ser un Usain Bolt en los negocios pero te aseguro que llegas más lejos si cada tanto tenés tu momento “Zen” y tomás las riendas de tu vida, tus emociones y tu emprendimiento.

Les dejo este cuento oriental, muy interesante para comprender la importancia de tener el control sobre nuestras emociones:

“En un monasterio había un anciano monje ante el cual los jóvenes novicios se sentían intimidados; no porque fuera severo con ellos, sino porque nada parecía perturbarlo o afectarlo nunca.

Así, veían en él algo inquietante y le temían. Al fin sintiendo que no podían soportar más esa situación, decidieron ponerlo a prueba. Una oscura mañana e invierno, cuando era tarea del anciano llevar la ofrenda del té a la sala del Fundador, el grupo de novicios se ocultó en un recodo del largo y sinuoso corredor que a ella llevaba. Al pasar le anciano, salieron de su escondite dando alaridos como una horda de demonios.

Sin que su paso vacilara, el anciano siguió andando con calma, llevando cuidadosamente el té. En la siguiente vuelta del corredor, como él bien sabía, había una mesita. Se dirigió hacia ella en la oscuridad, depositó la taza, la cubrió para protegerla del polvo, y entonces, apoyándose sobre la pared, prorrumpió:

– ¡Oh, oh, oh! – en exclamaciones de susto.

Un maestro del Zen, al relatar esta anécdota, comentaba:

– Se ve, pues, que nada tiene de malo las emociones.
– Sólo que no debe dejarse que nos arrastren o perturben lo que estamos haciendo”.

Feliz semana, felices emprendimientos, feliz vida para todos.

Marcelo Berenstein
mberenstein@emprendedoresnews.com

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