La Ciudad tomará algunos elementos de ese modelo para crear el propio ecosistema de fomento a nuevas ideas
ilicon Valley lo tiene todo: ideas, universidades, talentos, fondos. Es la maqueta del ecosistema emprendedor que muchos Estados se esfuerzan por construir. Pero copiarlo en cada detalle ha demostrado ser una utopía. El reducto californiano, sin embargo, admite reproducciones parciales.
Con la impronta de las distintas culturas, se originaron otras cunas de emprendedores alrededor del mundo. Son ejemplos Israel, de donde surgió el otrora popular chat ICQ y el servicio de mapas Waze, adquirido por Google; y Estonia, tierra de origen de Skype.
El libro Start Up Nation , editado en 2009, dio cuenta del fenómeno en Israel, modelo exitoso que la ciudad de Buenos Aires tomará como referencia para consolidar el emprendedorismo a nivel local. Por estos días, Mariano Mayer, director general de Emprendedores del gobierno porteño, trabaja en el diseño de un programa de aceleradoras que rescata elementos de aquella experiencia y casos como Chile y Colombia. «En Israel hubo políticas públicas claves. El estado tuvo y tiene un rol importante en la corrección de las ineficiencias del mercado y del ecosistema emprendedor», señala Mayer, que viajó al país para interiorizarse en la dinámica del ecosistema. «El programa de incubadoras fue muy útil, y económicamente exitoso: se invirtieron US$ 500 millones y recibieron inversión por US$ 3000 millones», agrega. En territorio porteño, el plan contará con un caudal de fondos menor.
La base, sin embargo, no sólo se armó con billetes. Las usinas universitarias abonan la tierra para que crezcan ideas y talentos. Stanford fue clave para Silicon Valley. En el caso de Israel, Technion, un instituto tecnológico que está entre los mejores centros de estudios del mundo, constituye uno de los pilares de innovación. Según The New York Times, la producción anual de los graduados en tecnología se estima en por lo menos US$ 21.000 millones.
De ese primer estadio, la ruta emprendedora pasa a las incubadoras, y luego entran en juego los fondos de inversión. «El aporte del Estado es mayor en las primeras instancias, en las que el riesgo es mayor. Por eso, en el programa de incubadoras la proporción de fondos con los privados es 85 %/15 %», explica Mayer. En este modelo mixto, el Estado otorga licencias por concurso abierto a privados por un plazo de ocho años, renovable. En la actualidad, hay unas 24 incubadoras oficiales, que albergan unos cinco proyectos al año.
En las incubadoras se otorga a cada proyecto un capital semilla de alrededor de US$ 1 millón. En el siguiente paso, intervienen los fondos que impulsó el Estado con un porcentaje de dinero público. Con el tiempo, esos venture capitals se privatizaron a través de la posibilidad de compra que dio el Estado.
«El concepto del aporte del Estado es un aporte no reembolsable que se transforma en préstamo en caso de que la startup tenga ingresos. En ese caso, debe devolverse el préstamo con regalías del 3% y 4% de interés. Pero si se hace un exit [se vende] debe devolverse tres veces el préstamo, en caso que se deje la I+D en Israel, o seis veces si se lo llevan del país», precisa el funcionario, sobre la base de las explicaciones que recibió en Tel Aviv.
Tras los fondos de inversión de riesgo, en general, el proceso de capitalización continúa en la dirección de venta de acciones ( private equity ).
Según el detalle aportado por el fondo Jerusalem Venture Partners (JVP), los sectores que recibieron mayor cantidad de inversiones fueron los desarrollos de software, los proyectos de innovación en el campo de la medicina y los relacionados con Internet. Uri Odoni, socio del fondo que tiene más de US$ 900 millones de dólares bajo gestión, pasó hace unos meses por el escenario de Experiencia Endeavor, donde destacó el área mobile como una de las favoritas del fondo, atento a las tendencias.
Hay algo detrás del modelo israelí imposible de replicar: la cultura, constituida por medio de una particular historia. Y de su formación: los jóvenes adquieren una particular capacidad para tomar decisiones tras el servicio militar, según dijo Odoni y como también se detalla en Start Up Nation . Pese a las diferencias, Mayer ve en aquella cultura algunos puntos de contacto: «Nos veo más parecidos a los israelíes que a los norteamericanos o a los españoles -evalúa-, porque nunca se manejan por el libro. La famosa Chutzpa [audacia, capacidad de cuestionar lo establecido] tiene mucho de lo nuestro. Y eso es una ventaja». La contrasta, por ejemplo, con el caso de Corea, donde, cuenta, los chicos no pueden hacer preguntas a sus profesores hasta los 12 años.
El pensamiento global es otra de las virtudes de los emprendedores de Israel. A nivel local, el pensamiento es más bien regional y, en general, «los proyectos apuntan a crear compañías chicas, y no de US$ 100 millones». Sobre ese punto, indica el funcionario porteño, se avanzará, para apuntar al alto impacto; las empresas que generan una mayor cantidad de puestos de trabajo. «Queremos más incubadoras y aceleradoras. Los venture capitals tienen mucho riesgo, y acá es el doble. Si el Estado no apalanca a los privados, no entran», dijo Mayer.
El caso de Estonia, dueño de un altísimo índice de startups per cápita, también llama la atención. Allá nació Skype. El desarrollo del ecosistema tiene otras características, pero también existe una raíz pública. La tecnología llega hasta los chicos, que aprenden programación en la escuela.
Luján Scarpinelli
Fuente: La Nación