Ocultar para atraer. Imaginar para ser rico.
“Para subir al cielo se necesitan dos alas, un violín y cuantas cosas sin numerar, sin que se hayan nombrado, certificados de ojo largo y lento, inscripción en las uñas del almendro, títulos de hierba en la mañana”.
Pablo Neruda en Extravagario.
Los otros días, una esquina en el barrio de Caballito, aquí en Buenos Aires, me encontró entre árboles fornidos, de cortezas ocultas, y raíces que –aunque enterradas- se dejan ver en lo visible, las hojas. Digamos metafóricamente que allí debe escribir la tierra su historia, y la de los transeúntes insistentes que pasan frecuentemente por sus costados. Los grandes secretos de los estudiantes, en las ramas erguidas y firmes que, apenas si te cuentan algo, pero abren la mirada a la percepción, y te invitan a ver lo que se muestra –siempre único a los propios ojos- y aceptar lo que se oculta, no sin que esto último evada el deseo que nos nace. El misterio que atrae. No sin que la mirada del otro sea tan poderosa como la de uno, y entonces el intercambio movilice una misma escena vista desde dos ópticas en el barrio de Caballito, en una esquina, o en cualquier otro lugar.
Hablaba yo de la imaginación con un hombre al que imaginaba, que era real pero al que creaba mientras lo miraba, y me quedaban esos dejos de incertidumbre que más que espacios diminutos eran universos. Infinitos universos de lo que oculta y de lo que a él mismo le oculta su ser. De eso hablo. De eso quería hablar. Porque nada de lo que sucede me es ajeno e indiferente. Y resulta, a partir de todo un juego singular de asociaciones y relaciones, que se aplica favorablemente al camino de un emprendedor. Al camino de un emprendedor que, como tal, pretenderá atraer a su público, con las armas de la seducción digna, con las armas de su singular lenguaje, código propio frente al cual se sentirá atraído el espectador de su obra, el potencial consumidor de su emprendimiento.
Es así que en esta marcha sigilosa, pensada, y emocionante que se desprende a lo largo de la vida, la experiencia enseña que a veces la atracción la genera el misterio, y que imaginar y atreverse a hacerlo genera un mundo vasto, cambiante y sumatorio, donde siempre algo quedará oculto -por la misma retroalimentación de lo imaginado-, donde siempre habrá algo para mostrar, agradable, seductor. Podría hablarse, fríamente, de estrategia. O podría decirse que es una forma de vida, si lo “actuamos” espontáneamente. Si estamos predispuestos a generar compromisos incluso con lo que no existe. Aún lo inanimado tiene su fuerza, aún la luna media, finita, tan blanca y brillante –que nos hace dudar de su terminante carencia de luz propia- que se asomaba ayer a la noche por entre los palos borrachos de Versalles, puede ser percibido, generar una emoción, y hacernos más ricos, desaforarnos de una energía especial que nos presentará diferentes, pero los mismos también. Los mismos que estamos dispuestos a saciar el hambre mayor con la cosa menor. Y el hambre menor con nuestro emprendimiento, consecuencia de nuestras emociones saludables, de nuestros enriquecimientos con causa.
El emprendedor actuará su objetivo, y tendrá su marketing. Tal vez logre generar un deseo que no existe. Tal vez consiga seducirnos con su magia. Tal vez emprenda y suba por la escalera de los dignos, y sepa arrojarse por el tobogán y seguir jugando con la arena. Tal vez siempre oculte algo de su empresa, tal vez siempre genere en el otro la intriga de lo que es capaz, y tal vez por eso mismo nos sintamos locamente intimidados a confiar en él. Porque el emprendedor lo sabe, toda su magia radica en su misterio, y toda su magia la consigue imaginando, percibiendo el mundo a su manera, desplegando su negocio a la manera de quienes necesitarán lo que ofrece.
En una esquina del barrio de Caballito, o en el cordón de una vereda, o en el umbral de la puerta, la vereda de enfrente es distinta según la miren unos ojos, a unas horas, o unos pares de ojos en el momento indicado. Lo más lindo que tiene, lo que te hace regresar a ella es lo que no te mostró en aquél momento calendario, en aquél instante donde se vio bella, pero igualmente misteriosa.
Que las veredas, las calles, y los nombres de las cosas, te recuerden, te alerten de que hay cosas que no tienen nombre y sin embargo existen. Que te despierte la voz de la mañana, la melodía de un piano que están tocando muy lejos, el cielo despejado de una tarde de verano, entre mates y bizcochos. Entre barrios y periferias. En tu centro. Y en el centro de todo lo que quieras visitar.
El emprendedor se alimenta de lo que no está atravesado por corazas, porque sabe que en las cortezas el espiral te conduce al sitio más profundo, revelador y estimulante, que lo hace nacer y hacer nacer nuevos proyectos.
El emprendedor es simple, entre tantas complicaciones; y complicado sólo para ser humano y permitírselo. Pero sabe que lo básico es saber que puede ser las dos cosas. O todas las cosas que quiera y pueda. O todas las cosas que pueda. O todo lo posible e imposible alcanzable.
El éxito depende de la fuerza que uno le pone al emprendimiento. De ganarle en la pulseada al miedo que bloque, al miedo paralizante, anexo humano del que nadie se corrige nunca. Afortunadamente.
* Gisela Mancuso. Abogada, redactora, escritora, ganadora de numerosos concursos literarios. [email protected]. autora del libro Abrazo Mariposa http://ar.geocities.com/abrazomariposa/abrazomariposa.html